Las buenas intenciones

De ahora en adelante, en vez de estar diciendo, soñando o visualizando lo que debería suceder en nuestras vidas o en el mundo, saquemos un poco de tiempo para ver qué acción concreta podemos realizar para que mañana podamos ver esas palabras hechas realidad.
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"El camino al infierno está lleno de buenas intenciones" fue la frase que salió de los labios de un profesor de una Universidad después de que termináramos de hacer una presentación como parte de nuestro trabajo final de la clase.

Tan solo hace unas semanas, este mismo profesor estaba en medio de uno de sus largos monólogos en los que hablaba de lo que había hecho y lo que había "conquistado" como profesional, e hizo un reto a "aquellos valientes que entiendan que pueden cambiar al mundo".

El reto era sencillo, hacer una presentación de una campaña de mercadeo en la que no solo hagan sentir al comprador que necesita ese artículo o producto, sino que, al comprarlo, está haciendo algo beneficioso por el ambiente.

Para ponerlos en contexto, esto ocurrió aproximadamente veinte años atrás, cuando no solo decir la palabra reciclaje y salvar al ambiente eran considerados malas palabras, sino que los que creían esa "basura" (como decía el profesor) no iban a llegar a ningún lado, ya que "eso es casi imposible que se pueda lograr en la sociedad consumista en la que vivimos".

En ese entonces la mayoría de los que estábamos en la clase, si no todos, trabajamos durante el día y estudiábamos de noche.

Aunque estábamos en la misma clase, el grupo al que fuimos asignados era diverso, ya que no solo había un maestro de educación física, otro que era una secretaria ejecutiva de una multinacional, otro que trabajaba en una firma de CPA, un mesero y otro que trabajaba de recepcionista y mensajero de una agencia de publicidad.

En la primera reunión que sostuvimos en un pub al lado de la universidad, pensamos qué alternativas teníamos para realizar este proyecto, siguiendo las líneas "dedocráticas" del profesor, a la vez que hacíamos un excelente proyecto que pudiera realmente impactar.

Las ideas vinieron y se fueron por espacio de unas horas. Después de haber discutido, aceptado, denegado, decidimos en lo que hoy consideramos la responsabilidad social empresarial (RSE), pero que en ese entonces la llamamos "devolviendo a la comunidad".

El concepto en ese entonces no era muy común, eran pocas, sino ningunas las empresas que "devolvían" a la comunidad, y mucho menos como parte de la filosofía de la empresa, sino más bien por fines de tomar una foto y publicarla en un medio escrito.

Nos tomó unas cuantas reuniones, unas cuantas tazas de café, cerveza y ron para terminar, unas horas antes de la presentación, nuestra propuesta, o proyecto como le teníamos que decir.

La presentación fue una de las mejores, no porque lo sintiéramos nosotros, sino según el profesor, pero después de esa oración tan halagadora y de reconocimiento a las largas horas que le dedicamos a este proyecto, nos dijo la famosa frase con la que comenzamos.

Nos quedamos perplejos, no sabíamos qué hacer y mucho menos si habíamos pasado la prueba. El profesor se levantó del pupitre en el que estaba sentado en la parte posterior del salón y nos preguntó, esa es una excelente intención, ¿Cómo la van a implementar en las empresas para las que cada uno trabaja?

Fue la primera vez en la que no solo nos vimos enfrentados con que era hermoso soñar, inventar y, sobre todo fantasear con un mundo ideal, sino descifrar cómo eso se iba a implementar, cuáles eran los próximos pasos que seguir.

Esa experiencia no solo cambio nuestra manera de ver la vida empresarial, sino que nos dio una visión diferente de que no solo con buenas intenciones podemos modificar o cambiar al mundo, sino que deberíamos también, al pensar la idea, ver cómo implementarla.

Ese pequeño incidente ha sido uno que no solo nos brindó la oportunidad de aprender una gran lección, sino que nos dio la oportunidad de ver más allá de lo que regularmente hacemos los seres humanos.

En la inmensa mayoría del tiempo escuchamos en cualquier lugar en donde estamos, que la gente debería de hacer esto o lo otro, que si yo fuera fulano de tal hubiese hecho esto.

Pero son pocos los que ponen la palabra en la acción, son pocos los que ponen su mano en el fuego para que las intenciones se conviertan en realidad.

Hoy les invitamos a que, de ahora en adelante, en vez de estar diciendo, soñando o visualizando lo que debería suceder en nuestras vidas o en el mundo, saquemos un poco de tiempo para ver qué acción concreta podemos realizar para que mañana podamos ver esas palabras hechas realidad.

Si no realizamos ese cambio de la palabra a la acción, caeremos nuevamente en el ciclo vicioso de decir y no hacer.

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