Desde la cárcel

Nos enteramos de que un gran amigo de la infancia está sentado en un espacio limitado, frío, rodeado de cemento y metal desde hace años.
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Diariamente vemos cómo en los medios arrestan a cientos de personas por traficar droga, corrupción, asesinato o maltrato de menores.

En cada uno de los casos, cuando vemos ese tipo de historias, nuestra psiquis, que es más rápida que una tortuga, nos hace ver que se merecen lo que les está pasando sin dar espacio a que el sentimiento de compasión nos arrope por un instante.

En ese instante, perdemos la oportunidad de conectarnos con nuestra humanidad, y no permitimos que el sentimiento colectivo que nos rodea se pueda dar.

Sería ideal que tuviéramos una conexión divina, ya que nos convertimos en verdugos del destino de esas personas que han sido castigadas por el resultado de sus acciones, cuando, hasta cierto grado, han sido víctimas del resultado de sus frustraciones.

Aunque no lo puedan procesar en ese instante, están siendo víctimas inconscientes de las frustraciones de la película de su vida, de ese entorno inmediato que los cobijó y que, por alguna extraña razón, no les permitió evolucionar y tomar decisiones diferentes, que los hubiesen alejado del ciclo vicioso de repetir lo experimentado.

Esa acción imprevista, impulsiva y equivocada de ser el juez y jurado de aquellos que no entendemos y mucho menos comprendemos, es más fácil, que respirar compasión.

Desgraciadamente estamos contaminados por el prejuicio que nos cobija bajo la constitución que rige nuestra democracia. Esta es manifestada por medio de la intolerancia a las diferencias, la discriminación de creencias en la manera que vemos colores en la piel o del acento que escuchamos cuando hablamos otro idioma que no sea el que escuchamos en nuestra niñez.

Damos esta larga introducción ya que, hace poco, nos enteramos de que un gran amigo de la infancia está sentado en un espacio limitado, frío, rodeado de cemento y metal desde hace años.

Al momento de enterarnos de que esto era su realidad, nos vimos en ese espacio de escoger juzgar o respirar largo y tendido para que nuestro cuerpo se oxigenara de compasión y exhalara los microorganismos llenos de prejuicio alojados en los pulmones de la conciencia.

Luego de hacer este ejercicio de escuchar detenidamente los argumentos y conclusiones de quien ha sido uno de sus defensores incondicionales, nos vimos "forzados" a buscar el silencio de nuestra alma, para poder sentir nuestra humanidad.

Al hacer ese ejercicio, escuchamos como nuestro sexto sentido nos decía que necesitábamos hacer algo para recordar a todos los que pudiéramos, que la compasión es algo que nos une como tribu y que nos engrandece como especie en peligro de extinción.

En las próximas semanas, nuestro amigo, que aunque esté detrás de una estructura impresionante para quienes viven fuera de ella, recibirá una sorpresa de alguien a quien no ha visto por más de veinte años.

En el proceso, el recuerdo se ha encargado de no contaminarse con pensamientos especulativos y sin fundamentos, en la recopilación de la data por parte de terceros. Eso nos ha permitido dejar espacio para que la comprensión y la transformación sean parte de la ecuación y estén presentes en todo lo que es el futuro inmediato.

Hoy les invitamos a dejar de juzgar a los demás, a darnos cuenta de que este simple acto de escoger no hacerlo, no solo nos engrandece nuestra humanidad, sino que nos liberará de toda carga ajena que llevamos.

Ese acto a su vez nos reconectará con quienes realmente somos: personas sensibles, amorosas y comprensivas, que, aunque no aceptemos los abusos de ningún tipo, el maltrato en ninguna de sus modalidades o la invasión a la privacidad de cualquiera, tenemos la capacidad de perdonar y pasar la página, para darle espacio a la evolución de un alma herida.

Hoy nos unimos en ese sentimiento y le damos el espacio necesario para que una nueva alma resurja como el ave fénix.

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