Coincidir: simplemente Carlos

Hace más de diez años que Carlos no ve a su familia, pero eso no ha impedido que cumpla con ella. Se comunica telefónicamente a diario y les manda cuatrocientos dólares semanales.
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Quiero dedicar esta columna a todos los que se llaman Carlos, pero también a los que llevan por nombre Juan, Miguel, José, María, Lupita, aunque no por llamarse como se llaman sino por ser el sostén no solo del país más poderoso del mundo, sino también de sus países latinoamericanos, que son los únicos responsables de los horrores que sufren en el país de las maravillas.

Mi amigo Carlos es un buen hombre que nació en Morelia, Michoacán, hace treinta y cuatro años. Padre de dos mujeres hoy profesionistas gracias a su ayuda económica, y de dos muchachos que estudian la preparatoria y se preparan para seguir una carrera profesional.

Hace más de diez años que Carlos no ve a su familia, pero eso no ha impedido que cumpla con ella. Se comunica telefónicamente a diario y les manda cuatrocientos dólares semanales, porque para él lo más importante es que su esposa se dedique a cuidar a sus hijos en vez de salir a trabajar fuera de su hogar.
Carlos García se vio en la necesidad de venirse a los Estados Unidos porque resolver la crianza de sus hijos y el bienestar de su familia ha sido siempre su prioridad. Como muchos latinos, Carlos ha trabajado de sol a sol, construyendo muros y techos, lavando letrinas, desazolvando conductos de aguas negras y realizando un sinnúmero de trabajos que otros se niegan a realizar.

Sin protección laboral y sin que sus patrones le den la mínima cobertura de salud, Carlos es como los millones de inmigrantes que crean riqueza para esta nación pero que ellos viven en el desamparo, evidente y vergonzoso.

Después de diez años de trabajar aquí, Carlos se siente muy orgulloso porque ha logrado mantener y superar a su familia, pero lo que no pudo detener ha sido su desnutrición, diabetes, alta presión y otros males causados por la falta de atención médica y la mala alimentación.

Carlos ha descubierto con tristeza sus males y sufre al ver que no dispone de los medios adecuados para combatirlos.

Quiero agradecer a todos esos hombres y mujeres que ocultos en las sombras luchan y mueren por su superación y la de su familia. Deseo reconocerlos con todos los honores que merecen por ser buenos hombres y mujeres, a pesar de las malas condiciones de trabajo y abuso laboral que soportan con dignidad y jamás como delincuentes como muchos extremistas los catalogan.

Por último sólo me queda agradecer a mi amigo Carlos por llegar a nuestra vida y darnos la muestra de los que un hombre cabal hace y vive.

Victoria Ortiz. Periodista independiente. vickyram27@yahoo.com

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