El orgullo de ser hispanos

La herencia hispana heredada por mis padres es mi mayor orgullo y no tiene fronteras. Dedico mi tiempo a mi comunidad en su mayoría hispana, y les enseño con talleres periodísticos lo orgullosos que todos debemos sentirnos de ser latinos. Mi tarea es que aprendan sobre los grandes poetas, pintores, escritores, de sus raíces y tradiciones y de lo mucho que también ellos pueden aportar a esta sociedad.
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naciones unidas

Quiero agradecer a mi editor Gabriel Lerner la invitación que nos hizo a quienes colaboramos con HuffPost Voces para contar el orgullo que sentimos de ser hispanos, de traer a este espacio nuestra cultura, tradiciones y orígenes que tanto enriquecen a los Estados Unidos.

¿Que si voy a aprovechar para presumir?

Claro que sí, lo voy a hacer pero no por mí sino por mi cultura, mis raíces y mi gente, por todo eso que me enorgullece y que me hace sentir lo grandioso de ser hispana.

Mi padre, Víctor Ramírez Laverde, nació en Bogotá, Colombia, a principio del siglo pasado y fue traído por su madre, que era de origen ítalo francés, y su padre colombiano libanés a la ciudad de Nueva York atraídos por el sueño americano.

Trabajaron y sufrieron pero crecieron amando a este país sin olvidar su herencia hispana. Platicaba mi padre que su madre nunca olvidó su origen y que le decía "mamaraicito", palabra que quiere decir mi "hijito" en Colombia, y que también le cocinaba arepas, un plato típico colombiano.

Mis abuelos educaron a mi padre con la visión de que él recordara siempre su patria con respeto, y de que amara a su país adoptivo, los Estados Unidos.

La familia Ramírez Laverde se asentó en 1920 en el área de Brooklyn, Nueva York. Mi padre platicaba que había trabajado, entre varias otras cosas, como boxeador para pagar sus estudios de ingeniero químico industrial, especializado en el curtido del cuero. Con mucho orgullo me contaba que cuando era muy joven lo hicieron socio de una empresa propiedad de una familia judía que vendía zapatos de piel. Me contaba que las cosas cambiaron de repente en los Estados Unidos a causa de la Segunda Guerra Mundial, en la que participó y que fue herido en un bombardeo en Londres.

Siempre recordaré como mi padre amó a los Estados Unidos y como se sentía orgulloso de haber salido adelante en el país más poderoso del mundo. Pero ahí no termina la historia, al contrario. Sus raíces y conocimiento del mundo latino lo llevaron a ser enviado por el gobierno de Estados Unidos a México para capacitar a personal del ejército mexicano en el curtido de piel, dentro de un convenio que existía entre ambos países.

Llegó a la ciudad de Guadalajara, Jalisco, y posteriormente cambió de residencia a la ciudad de México, en donde conoció a mi madre que había enviudado con tres hijos muy pequeños y pronto formaron un matrimonio. Desde ese momento y hasta su muerte, mi padre amó y respetó a mi madre como mujer, activista, luchadora social y como esposa, compañera y madre de dos hijos, mi hermano Alejandro y yo.

Pero además encontró en ella el apoyo necesario cuando tomó la decisión de fundar su propio negocio, una tenería, en donde dio trabajo a más de doscientos trabajadores y producía piel de muy alta calidad y precio.

Mis padres me enseñaron el significado del amor, el trabajo y el respeto que le debemos a todo ser humano. Me educaron con nobleza y comprensión y fomentaron en mí la convicción de que una persona que lucha y es honorable cabe en cualquier parte del mundo.

Ahora voy yo

Pero déjenme decirles que yo nací en la Ciudad de México en 1954, o sea que ya tengo mis añitos y que soy "chilanga", palabra que aunque no me gusta, es la que se usa para referirse a los capitalinos.

Mi educación fue completamente tricultural. Crecí escuchando los boleros mexicanos, la cumbia colombiana y la música de las grandes bandas de Estados Unidos. Pasé horas leyendo con mi padre sobre Simón Bolívar, la Segunda Guerra Mundial, o novelas universales pero también las historietas inmensamente populares por aquellos días en mi país como "Memín Pinguín", personaje que caracterizaba a un niño de piel obscura, que trabajaba como bolero para ayudar a su mamá a ganarse el pan de cada día y al que todo mundo la amaba a pesar de su "condición social". Veía los concursos infantiles en la televisión, muy populares entonces, que eran en blanco y negro, y me encantaban las series norteamericanas El Súper Agente 86, Hawái 5-0, El Santo, protagonizado por Roger Moore, y que después conocí en las Naciones Unidas porque fue la imagen como el portador de la paz durante un tiempo.

Recuerdo que mis padres amaban escuchar y bailar swing y otros ritmos que para mí eran muy antiguos, ver a Fred Astaire bailar tap y a mi madre bailar el jarabe tapatío.

Debo reconocer que fue muy difícil para mí vivir en un mundo multicultural, porque el medio en el que me desenvolvía no entendía esa forma de vida que no era culturalmente mexicana, ni colombiana, ni norteamericana.

Las familias mexicanas en esa época de los años cincuenta eran ultraconservadoras, a la mujer se le educaba para estar en su casa y cuidar a sus hijos, no para ser profesionales, opinar de política o ser parte activa de un país. Era todo lo contrario de lo que me enseñaron mis padres. Vivía en un país en donde la mujer era tratada como un objeto y esto yo nunca lo pude entender. La libertad de pensamiento y opinión que me inculcaron se vio reflejada en mis sueños, pero muchos de ellos se vieron frustrados porque vivía en una sociedad extremamente machista.

Pero nunca me di por vencida y nunca acepté la derrota, aunque reconozco que todo parecía indicar que perdería la partida; un día la vida se encargó de ponerme frente a frente conmigo misma cuando decidí divorciarme después de veinte años de casada y de haber sido víctima de violencia doméstica y sicológica.

Mis miedos y temores desaparecieron pero me enfrenté a una castrante sociedad mexicana que por esa época todavía señalaba y condenaba despiadadamente a una mujer divorciada. Aunque había estado en silencio muchos años sabía que había despertado a tiempo y que tenia que salir adelante con mis tres hijos.

Mi pasión por la información, el amor por la comunidad inculcados por mis padres y mi lucha por entender por qué existen tantos problemas sociales, me llevaron a estar detrás de un micrófono y una pluma. Con la ayuda y apoyo de mis maestros, Eduardo Ruiz Healy, Javier Sánchez Campuzano y Rafael Bracamontes, y mi herencia bilingüe y bicultural logré ser parte de importantes medios de comunicación, especialmente en radio al frente de programas de entrevistas y comentarios que llegaron a tener muy buenos niveles de popularidad. Dos de esos programas fueron" Rompiendo el Silencio" y Dímelo sin Miedo".

En esa actividad tuve la oportunidad de crecer y conocer más allá de las fronteras de mi tierra azteca, y fue en uno de esos viajes donde mi vida volvió a dar un gran vuelco.

En 2002 fui parte de un grupo de periodista de 13 países que hizo un recorrido por Israel, país que en esos tiempos estaba en medio de grandes conflictos bélicos. Jamás habría podido imaginar que ese lejano lugar cambiaría completamente mi vida. En el grupo iba Luis Manuel Ortiz, periodista originario de Caborca, Sonora, que estaba representando al estado de Arizona como director del periódico La Voz, que fue fundado por él en el año 2000.

Quizás en ese momento no lo supimos pero fue un amor a primera vista porque después de seis meses del viaje, nos contactamos de nuevo por internet y al poco tiempo nos casamos. Nunca se me van a olvidar las pláticas telefónicas de casi dos horas que sosteníamos todos las noches. ¡Yo creo que por eso nos casamos... porque nos salía más barato casarnos que pagar las llamadas de larga distancia!

He vivido en Phoenix, Arizona, durante diez años y nunca me imaginé todo lo que me faltaba por aprender. Mi lugar de residencia cambió, pero no la ruta de mi compromiso como periodista, mujer y latina.

Hoy tengo las dos nacionalidades y amo a mis dos países. En México nací, crecí, me eduqué y tuve a mis tres hijos. En los Estados Unidos, encontré mi sueño como ciudadana, periodista y mujer.

La herencia hispana heredada por mis padres es mi mayor orgullo y no tiene fronteras. Dedico mi tiempo a mi comunidad en su mayoría hispana, y les enseño con talleres periodísticos lo orgullosos que todos debemos sentirnos de ser latinos. Mi tarea es que aprendan sobre los grandes poetas, pintores, escritores, de sus raíces y tradiciones y de lo mucho que también ellos pueden aportar a esta sociedad.

México me enseñó las entrañas del mundo latino y los Estados Unidos el respeto que tiene un país por sus ciudadanos.

Amo como loca mi cultura latina, y adoro al país que me vio nacer y crecer, me formó y me dio a un padre increíble al que le debo quien soy, un país que también me puso frente a mi compañero, un ser extraordinario al cual admiro y del que aprendo todos algo nuevo y valioso.

Dicho esto, estoy plenamente segura que Estados Unidos de América es muy afortunado porque es y seguirá siendo heredero de lo mejor de la herencia hispana. ¡Los felicito y me felicito!

Mes de la Herencia Hispana en HuffPost Voces:

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