Y ahora, ¿quién podrá defendernos?

Llenos de indignación, los ciudadanos hemos salido a las calles, a pedir justicia al gobierno mexicano. La tragedia de Iguala pone al descubierto lo que muchos ya temían: el crimen organizado y ciertas instancias del gobierno son uno mismo.
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An student wearing a wrestler's mask take part in a demonstration demanding information on the whereabouts of the 43 missing students from Ayotzinapa, in Mexico City on November 5, 2014. The arrest on the eve of Guerrero state ex-mayor and wife team suspected of masterminding the disappearance of the students last September raised hopes that authorities can finally track them down -- dead or even alive. AFP PHOTO / RONALDO SCHEMIDT (Photo credit should read RONALDO SCHEMIDT/AFP/Getty Images)
An student wearing a wrestler's mask take part in a demonstration demanding information on the whereabouts of the 43 missing students from Ayotzinapa, in Mexico City on November 5, 2014. The arrest on the eve of Guerrero state ex-mayor and wife team suspected of masterminding the disappearance of the students last September raised hopes that authorities can finally track them down -- dead or even alive. AFP PHOTO / RONALDO SCHEMIDT (Photo credit should read RONALDO SCHEMIDT/AFP/Getty Images)

A más de un mes de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, la sociedad mexicana se encuentra, una vez más, frustrada y desgastada después de ocho años de violencia como resultado de la lucha contra el narcotráfico. Llenos de indignación, los ciudadanos hemos salido a las calles, a pedir justicia al gobierno mexicano. La tragedia de Iguala pone al descubierto lo que muchos ya temían: el crimen organizado y ciertas instancias del gobierno son uno mismo. La ciudadanía está entre la espada y la pared; entre la impunidad y la corrupción que invaden al gobierno y el terror del crimen organizado. Salimos a las calles porque reclamamos al Estado que haga su trabajo, que proteja a sus ciudadanos, inclusive de él mismo si es necesario.

Guerrero ha sido territorio de matanzas ya desde hace tiempo; indígenas, mujeres, campesinos y estudiantes han sido víctimas tanto de la represión estatal como del crimen organizado. La clase política del estado reina cual cacique sabiendo que su fuero político le da prácticamente carta de blanca para actuar de manera corrupta. Los presidentes municipales se enriquecen mientras los ciudadanos viven aterrorizados. Aprovechando los altos índices de pobreza y la permeabilidad del gobierno, las organizaciones criminales florecen en el estado sin barrera alguna. La conexión entre el crimen organizado y las autoridades del estado son claras; no obstante, hasta los sucesos de Iguala ningún político estatal ha sido investigado y mucho menos ha sido despojado de su puesto.

Ángel Aguirre ha pedido licencia para dejar su puesto; sin embargo esto no implica que un proceso penal se llevara acabo contra el gobernador. Después de un mes se detuvo al alcalde de Iguala, Jose Luis Abarca y a su esposa. Para nosotros no es suficiente, como este alcalde hay varios regados por el país. No podemos esperar hasta que pase otra catástrofe para desenmascarar la impunidad del gobierno. Los atraparon, esperemos que el sistema judicial haga su trabajo, pero la indignación continua.

Guerrero es el perfecto reflejo de la enfermedad crónica del país donde el poder y el dinero compran impunidad mientras el ciudadano común y corriente comprende que su vida es desechable. La crisis de seguridad de México es resultado de una crisis de desigualdad social donde el aparato de gobierno está monopolizado por élites desconectadas a la realidad del país. La violencia no pasa al lado de los helicópteros de los políticos, la gran riqueza mexicana es para ellos; para el resto las balas y las desapariciones, que al fin y al cabo nadie se dará cuenta.

Los contrastes del país son terribles mientras hijos de políticos posan en sus yates, a los jóvenes normalistas las autoridades sin razón alguna les disparan a sangre fría. Es esta desigualdad que nutre la violencia, la corrupción y la impunidad. Al alcalde de Iguala y a su esposa les tomó una llamada telefónica para que la policía y miembros del cártel Guerreros Unidos impidiera que los normalistas protestaran mientras la pareja llevaba a cabo un evento público. Silenciar la oposición con balas, ese es el maquillaje del México de hoy. Los políticos y los narcos se aprovechan de la pobreza, por un lado comprando a la policía y por otro reprimiendo a las clases más bajas.

Salimos a las calles porque las instituciones perdieron la legitimidad. Parece imposible que el Estado pueda encontrar a los capos más altos del crimen organizado pero no puede encontrar a 43 estudiantes. ¿No puede o no quiere? Poco importa el partido político que gobierne; PRI, PAN, PRD todos tienen las manos llenas de sangre, algunos por cooperar con el crimen organizado y otros por voltear la mirada para no ver. Bien nos hemos preguntado en la calle ¿qué cosecha un país que siembra cuerpos? Salimos a la calle porque existimos mexicanos que no trivializamos la vida, que queremos un país diferente, que exigimos que los políticos que elegimos y a los que mantenemos con nuestros impuestos hagan su trabajo. Si no pueden, que renuncien.

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