Migración: necesitamos puentes no muros

La relación bilateral entre México y los Estados Unidos es una de las más especiales en el mundo: México no es sólo la puerta de entrada a América Latina, es también un socio estratégico de los EE.UU., y millones de personas de origen mexicano viven al norte del Río Bravo -de hecho, bajo esta premisa lanzamosen 2001.
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Women hold signsalong with a US and Mexican flag in front of the US Capitol in Washington on September 10, 2012 during the 'Caravan for Peace,' across the United States, a month-long campaign to protest the brutal drug war in Mexico and the US. The caravan departed from Tijuana in August with about 250 participants and ended in Washington. AFP PHOTO/Nicholas KAMM (Photo credit should read NICHOLAS KAMM/AFP/GettyImages)
Women hold signsalong with a US and Mexican flag in front of the US Capitol in Washington on September 10, 2012 during the 'Caravan for Peace,' across the United States, a month-long campaign to protest the brutal drug war in Mexico and the US. The caravan departed from Tijuana in August with about 250 participants and ended in Washington. AFP PHOTO/Nicholas KAMM (Photo credit should read NICHOLAS KAMM/AFP/GettyImages)

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Hace ya algún tiempo tuve la oportunidad de participar en un foro sobre migración en la Universidad de Georgetown, ante estudiantes que probablemente serán los miembros del cuerpo diplomático de EE.UU. Quiero compartir en este espacio algunas de las ideas que en gran medida proceden de mi participación.

La relación bilateral entre México y los Estados Unidos es una de las más especiales en el mundo: México no es sólo la puerta de entrada a América Latina, es también un socio estratégico de los EE.UU., y millones de personas de origen mexicano viven al norte del Río Bravo -de hecho, bajo esta premisa lanzamos Azteca America en 2001.

Entre todos los grandes temas en la relación bilateral, la inmigración es fundamental porque toca la vida de millones de personas: 12 millones de indocumentados del lado norte, y más de 20 millones de familiares de estos inmigrantes del lado sur.

Ya lo he comentado en distintas ocasiones: en un mundo globalizado es natural y hasta deseable que fluyan libremente todos los recursos: capital, mercancías, tecnología y personas. La migración es un tema controversial, pero creo que nadie podría argumentar con seriedad que debemos prohibirla, al contrario, muchas veces es un motor de desarrollo para el país receptor, y en este sentido México también debe reflexionar acerca de su política migratoria.

La historia de la migración de mexicanos a los Estados Unidos empieza en 1847 cuando, lejos de cruzar la frontera, miles de mexicanos vieron cómo la frontera los cruzaba a ellos: en principio, la experiencia no fue grata porque nuestros compatriotas sufrieron una terrible discriminación, a pesar de que ellos no eligieron cambiarse de país.

Hoy, la comunidad latina en los Estados Unidos es joven, productiva, y emprendedora, con lo que imprime una gran vitalidad a esa nación. Los argumentos antiinmigrantes no podrían ser más falsos e hipócritas: de hecho, es gracias al flujo constante de mano de obra extremadamente competitiva que la economía de los Estados Unidos ha mantenido su dinamismo por tantos años; su ganancia es nuestra pérdida.

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Es momento de erradicar los mitos.

La gran mayoría de los hispanos son ajenos a los problemas que, muchas veces con malicia y racismo, se les atribuye. Los hispanos no le roban el trabajo a nadie, no explotan los servicios públicos por encima de su contribución impositiva, ni son la causa del crimen. Por el contrario: los hispanos trabajan jornadas extenuantes, pagan más en impuestos de lo que consumen en servicios públicos (incluso en Arizona) y su contribución a la sociedad norteamericana es invaluable.

Por cada inmigrante indocumentado existe siempre alguien dispuesto a contratarlo y pagar por su trabajo, su habilidad y su talento; la economía nos enseña que siempre que se realiza una transacción en libertad, ambas partes ganan; en este caso, empleador y empleado se benefician.

Por esto y por muchas otras razones, debemos apoyar a los hispanos en sus esfuerzos por alcanzar una reforma migratoria. Pero los políticos típicamente nos dirán que no es el momento, especialmente hoy, en plena crisis global; y es precisamente hoy que los EE.UU. requieren urgentemente elevar su competitividad frente al resto del mundo.

Como consecuencia de la peor crisis financiera en ocho décadas, hoy una gran cantidad de estadounidenses en el desempleo; pero esto no es un pretexto para estar en contra de una reforma migratoria, porque el desempleo terminará. En lugar de pelear por las migajas, nuestra obligación es hacer el pastel más grande.

Se necesita un sistema justo que valore la contribución de los migrantes, tal vez un proceso de solicitud y de registro que abra la oportunidad que la gente requiere para contribuir económicamente, y después regresar a su país de origen, porque la mayor parte de los emigrantes mexicanos sólo piensan en volver a su patria.

Del lado mexicano también tenemos una enorme responsabilidad en brindar oportunidades de desarrollo y prosperidad, sobre todo en la Base de la Pirámide, para que la gente no se vea forzada a emigrar -de la misma forma tenemos una obligación moral en tratar con justicia a los migrantes de otras naciones que han elegido a nuestro país como su patria adoptiva.

México necesita más inversiones productivas y generadoras de empleo. Pero aún si creamos millones de empleos, la migración seguirá existiendo porque, desde siempre, migrar es natural para el ser humano.

Durante décadas, los Estados Unidos pugnaron por derrumbar el Muro de Berlín, desafortunadamente hoy algunos políticos de ese país, que no entienden el significado de la lucha por la libertad, impulsan leyes discriminatorias, como la SB1070, y apoyan la construcción de un muro infranqueable en la frontera con México: lo que hoy necesita el mundo son puentes, no muros.

La promesa de libertad y progreso atrajo a los Estados Unidos a millones de personas talentosas de todas partes del mundo. Esperemos que los políticos de ese país no olviden nunca que, en algún lugar de su árbol genealógico, seguramente existe uno o varios inmigrantes atraídos por esta libertad, y no la destruyan.

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