MUROS Y PUENTES / Mis devaneos en el televisor

Me he adentrado en diferentes series televisivas, aprovechando un regalo de Octavio --uno de mis hijos mayores-- quien me trajo un (Apple TV) receptor digital multimedia a través del cual puedo reproducir películas, documentales, series televisivas sin los exasperantes comerciales y a la hora que yo desee.
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DALLAS-FW (FEBRERO, 2013).- Desde hace más o menos un año a la fecha uso tal vez como nunca antes el aparato televisor. Me he adentrado en diferentes series televisivas, aprovechando un regalo de Octavio --uno de mis hijos mayores-- quien me trajo un (Apple TV) receptor digital multimedia a través del cual puedo reproducir películas, documentales, series televisivas sin los exasperantes comerciales y a la hora que yo desee. Pues bien la primera serie que me convirtió en adicto ha sido Breaking Bad que ya va en su quinta temporada.

Ya Octavio me la había recomendado. Es una serie que cautiva desde la primera escena del episodio piloto (al menos así me pasó a mí). El protagonista es Walter White (Bryan Cranston), un profesor de química en una prepa de una ciudad desértica de Nuevo México. White es un clasemediero y cincuentón al que su médico le informa que tiene cáncer terminal, a partir de lo cual su propósito fundamental es solucionar a como dé lugar la problemática económica de la familia.

En la sinopsis de cajón encontraremos sin duda que el diagnosticado cáncer pulmonar le cambia la vida al personaje, recta hasta entonces, para incursionar en muy tortuosos senderos a partir de sus conocimientos de la química. Y es que con un joven llamado Jesse Pinkman (Aaron Paul), un desertor de la escuela y ex alumno de White, se dedican a producir y vender metanfetamina. Un drama en apariencia previsible pero con un toque maestro de parte de su creador: Vince Gilligan, quien le imprime ligeras pinceladas que trocan la tensión acumulada en situaciones tope, por salidas que aligeran el pasmo del espectador.

Acumula fuerzas opuestas. Lleva hasta las orillas (por momentos absurdas) de estados anímicos a través de la transgresión, detrás de la cual aguarda la hostilidad latente o el desenlace trágico; el conflicto moral o ético; el daño físico y el drama metafísico... o todo eso junto: detrás del alto voltaje, de la intensidad circunstancial en el mundo del hampa, en la circunstancia intensa en la vida del crimen oranizado en la que, desorganizados, se van metiendo y terminan en lo mero hondo, hasta las cachas, y pero al borde de lo esperado catastrófico aparece de pronto, inesperada y tranquilizante la normalidad o la inocencia de lo cotidiano familiar. Una fuerza maniquea cuyos dados nunca dejan de rodar y siempre estamos todos esperando lo que parece ya está a punto de ocurrir y entonces sucede otra cosa, siempre tan distinta, más profunda o en otro esquema donde recomienza la rueca a moverse, entonces uno ya sabe que vamos hacia el margen donde comienza el abismo y crece de nuevo el regocijo porque ya sabemos que Gilligan nos va a salir con otra pincelada que metamorfoseará por completo el paisaje, cambiará el plano de nuestra perspectiva.

Las tomas recurrentes con los personajes metiéndose en la cámara son otro guiño del creador para sus espectadores. Ya sé, me quedo en los efectos... pero no le hace, no quería extenderme en el argumento ni en los múltiples detalles de sus maravillosos (por complejos) personajes, ni mucho menos hacer una crítica, sólo quería dejar constancia de la elemental excitación tras la energía que emana Breaking Bad. A su adicción contribuyó precisamente tener a la mano temporada tras temporada.

Así me aficioné también a Mad Men.

Pero debo decir que fue a raíz de las expectativas causadas por la quinta temporada, que se aplazó un año en salir al aire, cuando me llamó la atención. No sabía nada de nada de esta serie, y entonces supe que en base a un cartel de promoción en Nueva York, distribuido en el Metro y en muros callejeros la gente con bastante ingenio comenzó a contribuir en el arte del propio cartel.

La imagen es un hombre cayendo (o sea Don Draper, el personaje principal, tal es el mayor ribete del argumento), sólo eso y unas cuantas nubes insinuadas en lo alto de donde va cayendo, y en la parte inferior a la derecha la fecha de cuando comenzaría la nueva temporada, la quinta que viene a ser la consagratoria de toda serie televisiva que se respete (si no llegan a la quinta han fracasado); así entre la imagen del hombre que cae al vacío (una mancha negra, una figura masculina diminuta) y "el piso" del cartel, queda un blanco que la gente comenzó a utilizar, dibujando encima, imprimiéndole su imaginación no pocas veces con maestría y originalidad, tanto que el fenómeno trascendió a los medios. Lo acabo de encontrar en Google (usted puede intentarlo, teclee "cartel mad men" y hallará varias notas que enfocan algunos de los que le hablo). Por supuesto todo eso llamó a la curiosidad por Mad Men, si bien la serie te atrapa por sí sola, hablando precisamente de la publicidad y sus orígenes o más bien de su despegue hacia las masas.

El título es un juego de palabras en cuyo fondo refiere a la abreviatura coloquial de la calle Madison, donde florecieron las agencias de publicidad neoyorquinas. Mad Men se desarrolla en los años sesenta, recupera la época, hace una crónica --a mí me parece que con fidelidad-- de los cambios culturales, de las costumbres sociales en los Estados Unidos de esa década (la afición de fumar desbocada; el campeante machismo; la sumisión femenina a la presión del sexismo como hábito diario; el alcoholismo como terapia colectiva y/o en todo caso un dominador común: a todas horas; las pambas a los niños, quienes entre otras experiencias se convierten en expertos cantineros al servicio de los adultos en el hogar, prácticas que hoy caen en el abuso infantil), costumbres, por lo demás, tan similares a las mexicanas por cierto; en fin la ambientación es muy lograda y retrata los trabajos y los días en una agencia de publicidad donde Draper (Jon Hamm), uno de los ejecutivos, protagoniza una vida con turbulencias de novela (de teledrama), por momentos en espiral y al ritmo de esos cambiantes años, y cuyo éxito motivó al Canal AMC a impulsar otras series como Breaking Bad (gracias Don).

De entonces a la fecha también me he echado una serie histórica, algunos documentales y, antes de abordar lo que quiero desde que comencé estas líneas, debo mencionar otra serie que disfruto particularmente --una que me comparte mi hija Valentina-- titulada Glee, y que a mí me parece buenísima.

Proyecta los conflictos, peripecias y vivencias que enfrentan los preparatorianos. Retrata sus experiencias vitales, tan cruciales en esa etapa, que aunque expuestas a la exageración de los estereotipos y a través del contraste humor-drama, en sus vaivenes enmarcan las actuaciones en coreografías casi siempre de una originalidad notable, el talento de los actores y actrices para el canto y el molde de sus personajes marcados con signos que recurrentemente conmueven, hacen que a mí me parezcan (ellos y en conjunto el programa) fuera de serie... por lo cual tengo la sospecha que divierto a mi hija, pues he advertido que ve la serie y al mismo tiempo me observa a mí y mis exclamaciones (ella ya ha visto los episodios que me comparte).

Pero a la que quiero llegar se llama Weeds. Es una serie disparatada (muuuy disparatada y por lo mismo divertida) cuya premisa son las vicisitudes familiares de una joven viuda (Mary-Louise Parker) madre de dos hijos, uno en plena pubertad y el mayor saliendo de la adolescencia; ella se llama Nancy Bowen, quien para mantener a su familia se dedica a vender mariguana en un suburbio de clase media alta de California donde viven (en un principio). Ahora va en la octava temporada pero yo veo apenas los episodios de la cuarta en la cual tuvieron que dejar el suburbio de lujo, se fueron a la costa-frontera California-Baja California y Nancy Bowen sostiene una relación --igualmente como es de esperar fuera de toda regla y con el absurdo como canon-- con Esteban Reyes (Demián Bichir), alcalde de Tijuana y capo que maneja tráfico de drogas, armas y mujeres. Todo lo cual ya no sorprende, tampoco que todo mundo en el suburbio (y fuera de él) fume mota, por lo que --vicisitudes aparte-- a Nancy le va muy bien.

Pero en fin donde me quiero quedar es en los créditos iniciales de Weeds y en el intro. No con el productor: Jenji Kohan, ni con ninguno de los directores: Brian Dannelly, Craig Zisk y Lev L. Spiro sino en los de la música y su creadora: Malvina Reynolds. En las primeras temporadas el tema musical ha sido una pieza escrita por Reynolds en 1962 que se titula Little Boxes, cuya canción me cautivó no sólo porque sin duda es tan ad hoc en el esquema de la colonia de lujo donde se desarrolla la serie, sino por su extraordinaria musiquita (un divertimento crítico), su letra y la ilustración que hacen del mensaje. Genial (en sentido plural de los significados del término). Tan adecuado a la denuncia de la serie como tan cool precisamente por lo apropiado ante el culto que expone como una sutil bofetada al estilo de vida, ese consumismo de la hierba en un suburbio como microcosmo (digamos así) nacional. Ni mandada a hacer, pues, la pieza de la Reynolds para Weeds.

Sobre Malvina Reynolds se ha escrito mucho, los rasgos generales que la pintan de cuerpo entero caben en estas líneas: Compositora de blues pero sobre todo de folk (a quien muchos consideran como la más importante del siglo pasado). Comenzó a escribir canciones en el crepúsculo de su vida activa. A los 63 años escribió Little Boxes, era 1962 y ya escribía y cantaba consistentemente. De joven había trabajado en una fábrica, fue maestra, estudió Literatura y se doctoró en Filología. Ya madura se convirtió en miembro del Partido Comunista, en activista y en defensora de los derechos femeninos. Colaboraba en periódicos. Se casó, tuvo una hija llamada Nancy, se divorció y se volvió a casar con Bud Reynolds.

Little Boxes es una sátira política cuya mordacidad, como ya se insinuó, abarca a la clase media estadounidense en el momento en que su estilo de vida la lleva a los suburbios citadinos. Al inicio de cada episodio en las primeras temporadas, también como ya sugerí, la música se refuerza con sucesivas imágenes que potencian la esencia de la canción: las casas similares en el suburbio y, en sus calles coches iguales, hombres, mujeres, niños, niñas, perros... que se repiten, todos idénticos, se multiplican vestidos iguales, haciendo lo mismo, siendo los mismos... y culminando (el intro) con la sombra de una hoja de mariguana plasmada en la banqueta.

Little Boxes en las primeras temporadas es interpretada por diferentes artistas, incluso en diferentes idiomas, y en diferentes episodios, alternadamente, se usan las grabaciones de (entre otros) Joan Baez, Elvis Costello, Rise Against, Billy Bob Thornton, Pete Seeger, Randy Newman y sí, también la extraordinaria versión de Regina Spektor cuya voz fue la que activó el resorte de mi curiosidad para indagar en torno a la cancioncilla y su autora y a quien ahora responsabilizo por el regocijo de traerme a compartir estas desordenadas líneas. Me fascinó descubrir a esta joven artista. Regina Spektor está llena de gracia además de su natural talento musical. Le pregunté a Valentina si la conocía y me dijo que (precisamente) Octavio se la había recomendado en una de sus visitas... lo consigno porque ambos ya aparecen en estos apuntes.

Little Boxes ha sido un "tema de culto" según me enteré, en su momento se convirtió en el himno de referencia para Malvina Reynolds, fue una de sus composiciones más célebres en la que abrevaron, como ya vimos, no pocos cantantes con sus propias versiones. Entre los nuestros destaca la versión de Víctor Jara con su Las casitas del barrio alto (1971), con la que satiriza el estilo "a la europea" en la vida de la burguesía chilena.

Little Boxes se convirtió, en los sesenta, en una bandera política y es que la mordacidad impacta por igual a los criticados que, la acepten o no, les incomoda y por el otro lado a quienes no les queda el saco, por lo general tienden a enarbolarla. Es una canción por demás sencilla, pero que se vuelve emblema de los artistas activistas precisamente porque su sencillez toca fibras, lo sencillo se vuelve imperecedero y lo que perdura tiende a la grandeza. Es una canción enorme por sencilla, apabullante, demoledora como la opinión de un niño.

"Ticky-tacky" es una de sus muletillas que indica materiales chafas. Describe el suburbio y el espíritu del suburbio en momentos en que el país desarrolla esa clase media que se aleja del resto de los mortales, refugiándose en sus casas de marfil construidas en la periferia, en el campo, donde la comodidad supuestamente dicta el american way of life, el sueño americano: profesión, matrimonio, casa y auto, dos o tres hijos y un perro. "Gente uniformada con ropa de marca (se apunta en una reseña anónima), que juega al golf, toma martini seco, tiene niños bonitos que irán a la universidad y serán puestos en cajitas, ticky-tacky".

Little Boxes: Cajitas en la ladera (del cerro) / Cajitas fabricadas con ticky-tacky / Todas se ven igual // Hay una verde, una rosa / Una azul y una amarilla / todas fabricadas con ticky-tacky / y todas se ven igual. // Y la gente, en las casas / fueron todos a la universidad / donde fueron puestos en cajas / Y salieron todos idénticos. // Y hay doctores y abogados / y hay empresarios / y todos están hechos de ticky-tacky / y todos se ven iguales.

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