Muros y Puentes: La ventana nuestra de cada día

Muros y Puentes: La ventana nuestra de cada día
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cafe

Al paso de los años he venido alternando mi rutina matutina para llegar por mi café americano (grande: triple shot espresso). Paso temporadas bajándome del auto para entrar a la cafetería y con frecuencia compenetrándome con los baristas y otros cafeteros. Otras temporadas, por azares del camino entre la casa y el periódico, o sin rumbo ni orden, contra la rutina, adopto distinto establecimiento aunque de la misma cafetería. Casi siempre termino familiarizándome con las y los baristas. Desde hace tiempo, en una cafetería cercana a la casa, llego por el drive-thru, ordeno mi café por el interfón y lo recojo en la ventana, así seguiré hasta que por alguna extraña razón vuelva a alterar la rutina.

Todo eso como introducción para platicar lo que me ocurrió esta mañana, anécdota narrable sin duda pues no ocurre todo el tiempo: cuando llegué a la ventana a recoger mi orden y pagarla la barista me informó que la persona del auto que estaba delante --en el que iban dos mujeres, a la del volante apenas le vi parte del rostro por su retrovisor lateral-- ya había pagado mi café y que me deseaba un buen día. Tras la grata pequeña sorpresa aprecié el buen signo y me dije: "debe ser la temporada".

Ya me había ocurrido algo similar en el mismo drive-in, aunque esa otra vez hubo un motivo específico. Lo cuento: Resulta que en la ruta hacia el poste de pedidos --donde está el interfón-- hay dos ingresos, uno de ellos literalmente rodea la cafetería (por ahí llego yo), el otro viene de una calle del centro comercial a espaldas del establecimiento, por ese acceso llegó una mujer a la que, de seguir el orden de llegada le tocaba avanzar después de mí, pero ya se sabe, uno es un caballero, así que le cedí el paso. Ella respondió la cortesía con otra, dándome a entender con una seña que si yo estaba seguro. Le sonreí y le insistí. Me sonrió y pasó. Avanzamos. Yo seguí en lo mío, acaso con mi música. Llegué a la ventana, me dieron mi café y me indicaron que la mujer que se acababa de ir ya lo había pagado. Me devolvió el gesto con una amabilidad de su parte.

Pero hay otros días... hace ya dos semanas me pasó (en la misma ventanilla) un incidente que logró mi encabronamiento. Pasó con un barista que me cae muy bien. Luego me dio pena, ya se ve cómo es uno. Me extendió el café cuyo recipiente estaba mal tapado, así que justo cuando yo lo llevaba encima de mi regazo --para colocarlo en la barra para bebidas entre los asientos delanteros-- se destapó quemándome las manos en tanto yo malabareaba con él tratando de que no se me cayera encima por completo; de alguna manera lo sujeté pero no evité que me cayera más de la mitad en el regazo, en las manos, sobre mis discos y los asientos. El joven, pobre, primero quiso disimular como que no se había dado cuenta, luego exclamó apenado o asustado "¡oh, lo siento!". Mi mirada lo estranguló o le clavó sus dagas pero mi atención la requería --antes de cualquier pleito-- para secar los discos, la barra entre sillones, salvar algunos papeles. Decidí salirme de la línea y estacionarme para atender la circunstancia. Ya medio calmado, pero aún muy molesto, fui adentro por un nuevo café. Me recibió el gerente, etcétera. Tuve que volver a casa a cambiarme pues mis pantalones estaban con enorme mancha, lo mismo el saco ("mi saco seductor" decía el buen Arturo Suárez a su saco sport de rigor). En fin, al otro día fuimos de nuevo amigos... pero ah cómo quema mi bendito café.

En la misma ventana, hace ya tiempo, una barista jovial (una mujer madura a la que he vuelto a ver en otras ocasiones y lo mismo hemos intercambiado detalles) vestida de negro como toda su tropa, al darme mi café escuchó mi música y enseguida preguntó: "¿qué escuchas?". Mi respuesta fue subir el volumen. Era Jealous Guy, era el álbum Imagine. Ella se quedó un momento escuchando (no había nadie detrás mío), luego adoptó un gesto reflexivo mirándome a los ojos, por fin sonrió y me dijo: "En el mundo hace falta otro John Lennon". Ese día, más tarde, rolé la anécdota en Facebook.
Si no fuera por estos ratos y los domingos --válganme el lugar común-- el mundo sería de zombies.

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