Crónicas de Mogarraz: Las TCI

Vivimos en una etapa de la Historia de la humanidad tan fecunda y dinámica en la aplicación de los vertiginosos avances de la Ciencia, es decir en la técnica y más concretamente en las Tecnologías de la Comunicación y de la Información (TCI) que han fulminado con extraña celeridad las nociones de espacio y tiempo.
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In this Monday, Nov. 7, 2011 photo, a general view of the Roman theater ruins at Leptis Magna, Libya. The breathtaking ruins of this Roman Empire port city may hold the key to a brighter economic future for Libya, which under Moammar Gadhafi was dangerously dependent on oil revenues. The country's new leaders hope to diversify, with tourism and financial services high on their list. Leptis Magna is deserted as Libya emerges from civil war, but it is only one of the North African nation's potential tourist draws. (AP Photo/David Mac Dougall)
In this Monday, Nov. 7, 2011 photo, a general view of the Roman theater ruins at Leptis Magna, Libya. The breathtaking ruins of this Roman Empire port city may hold the key to a brighter economic future for Libya, which under Moammar Gadhafi was dangerously dependent on oil revenues. The country's new leaders hope to diversify, with tourism and financial services high on their list. Leptis Magna is deserted as Libya emerges from civil war, but it is only one of the North African nation's potential tourist draws. (AP Photo/David Mac Dougall)

imperio romano

«El instinto social de los hombres no se basa en el amor a la sociedad, sino en el miedo a la soledad..» Arthur Schopenhauer

Vivimos en una etapa de la Historia de la humanidad tan fecunda y dinámica en la aplicación de los vertiginosos avances de la Ciencia, es decir en la técnica y más concretamente en las Tecnologías de la Comunicación y de la Información (TCI) que han fulminado con extraña celeridad las nociones de espacio y tiempo. Nos comunicamos en un instante con cualquier persona, sin tener en cuenta en qué lugar del mundo esté. Dos instrumentos lo hacen posible: las computadoras u 'ordenadores' y el teléfono digital (celular o móvil). Ambos artilugios, sin los cuales no sabríamos, ni podríamos vivir hoy en día, que en el mundo civilizado, han modificado nuestros hábitos y costumbres seculares, sociales y acelerado el vertiginoso avance de otras tecnologías, como la cirugía (teledirigida, incluso); nuestros hábitos y costumbres laborales, pues ya no necesitamos una misma y común oficina de trabajo desde la que trabajar. El periodismo, por ejemplo, lo podemos ejercer desde cualquier lugar de la dilatada y anchurosa faz de la Tierra. Es más, es mucho mejor hacerlo así. No necesitamos residir ni acudir a una misma oficina cada día de nuestra vida laboral.

El Imperio Romano, desde el siglo II a. C. lo entendió así, y conectó todo su dilatado Imperio desde Iberia y Albión a Petra y Abú Simbel con una red de rutas de superficie, llamadas 'vías' o 'calzadas'. Cuando en el siglo V d. C. la red de vías o calzadas romanas, que comunicaban los confines del Imperio con Roma se deterioró y en muchos casos desaparecieron, el Imperio Romano se derrumbó y sucumbió a la barbarie. Una lección, que, como todas los demás de la Historia, no hemos ni asimilado ni aprendido.

En realidad, en lo único que hemos progresado o modificado nuestra existencia, para hacerla más grata y llevadera es única y exclusivamente en la satisfacción de uno de nuestros impulsos primordiales, consistente en economizar el esfuerzo físico, lo que denominamos, ley del mínimo esfuerzo, consistente en apretar un botón y que se lave la ropa, se encienda la luz, el televisor, salga el agua de la ducha y un sinfín de cosas que tan solo hace unos años --o en otras latitudes, hoy en día -- requerían o requieren el empleo de mucho tiempo y recorrer distancias considerables, con un esfuerzo físico penoso. Ahora bien, lo que no hemos sabido controlar ni economizar son nuestros instintos animales --ni el de nutrición ni el de reproducción ni el de conservación-- que van unidos a nuestra propia estima, a la satisfacción del ego y a nuestro equilibrio psicológico y por lo cual tampoco sabemos ni podemos controlar nuestras filias y fobias: el amor, el odio, los celos o el FANATISMO. En esto no nos diferenciamos de nuestros antecesores del Calcolítico.

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