Quedé muy sorprendido al leer la excelente columna del profesor Sergio Muñoz Bata, publicada en varios periódicos, titulada Escandalosa sordera de los políticos, en la que muestra que una de las razones por las que no pasa una reforma migratoria integral, a pesar del amplio apoyo del público estadounidense, es el poder de los lobistas que se confabulan en contra, porque a los intereses que representan no les conviene.
De todos los ejemplos dados por el profesor, el que más me sorprende se refiere a las cárceles privadas que mantienen entre sus muros, y que se alimentan de inmigrantes indocumentados. Por tener más gente entre sus rejas, por llevar más 'clientes' a su negocio, decenas de millones de personas viven en la zozobra, como ciudadanos de segunda, sin beneficios en sus trabajos, ganando por hora menos de lo que la ley exige y en algunos estados teniendo que huirle a la policía, que hoy puede detenerlos sin una razón específica.
Que los intereses económicos de unos cuantos mantengan viva la tragedia de tantos y estén por encima del clamor de las mayorías, me lleva a preguntarme: ¿qué tanto debe ser privatizado en una democracia?
Las cárceles son uno de los instrumentos de la justicia que se utiliza para castigar a los seres humanos que violan la ley y para separar de la sociedad a los que le representan un peligro. ¿Debe un instrumento de la justicia estar en manos de la empresa privada?
Partamos del principio de que, a excepción de las fundaciones sin ánimo de lucro, no hay empresa privada cuyo fin no sea obtener beneficios económicos, y después de obtenerlos, ampliarlos. Esa es su razón de ser, el núcleo que las energiza, y la historia ya se ha encargado de demostrar que sin este componente de recompensa económica, no podríamos soñar con los enormes avances que se han dado en la ruta del progreso durante el último siglo. Quitar esa recompensa sumerge a la gente en la apatía y la pereza, y le entrega todo el poder a la clase dirigente, que no por llamarse de una forma u otra se salva de ser corrupta. Lo más positivo es que cumpliendo con sus metas de ganancias, las empresas brindan grandes beneficios a las comunidades.
Así que una cárcel bien administrada debería ser beneficiosa incluso para los reos, que pueden ver mejoras en su calidad de vida. El problema es que el negocio incrementa sus ganancias recibiendo más reclusos y manteniéndolos más tiempo adentro. Es entonces cuando traer las bondades de la empresa privada a lo que anteriormente era monopolio de la administración pública, se convierte en un arma de doble filo.
Así como los lobbies de las cárceles privadas detienen el curso de una ley federal con amplio apoyo popular en el mismo Congreso de Estados Unidos, ¿qué les impide manipular a uno que otro juez para que aumente el tiempo de las condenas y sea más severo en la sanción de los fallos del jurado?
Si con un gobierno del tamaño del que ahora existe, los lobistas (pagados por intereses privados) han conseguido cercenar la reforma a la salud, sabotear las negociaciones sobre el déficit fiscal, los planes de estímulo, el techo de la deuda, el presupuesto, las regulaciones a la industria financiera, las medidas para contener la contaminación ambiental y el cambio climático, la supervisión de la producción de alimentos y el control a las armas (otro ejemplo en el que los ciudadanos están de acuerdo en una amplia mayoría) e inclusive hacer parte en decisiones que han conducido a la guerra, ¿cómo sería si se cumple el idilio del nuevo GOP, en el que el gobierno cada día es más diminuto, y la empresa privada más enorme y desregulada?
Solía decirse que el presidente de Estados Unidos es la persona más poderosa del planeta. Creo que el bloqueo absoluto al presidente Obama ha demostrado que en este país las tres ramas del poder no son de adorno; con una que se oponga a todo, el gobierno se paraliza. Pero de paso ha quedado al descubierto una herida abierta y purulenta de la democracia capitalista: existe otro poder de facto, que ya tiene más peso entre muchos de la clase política, que las mayorías a las que le deben el cargo.
¿Deberán sumarse como una nueva rama del poder? ¿O es una dictadura oculta, una hiedra venenosa que crece como maleza en la floresta de la libertad?