Chávez: el último caudillista

Quizá de lo poco bueno que quedará del legado de Hugo Chávez y sus catorce atropellados años de gobierno, será que, urgidos porque sus países no cayeran en el híbrido de régimen dictatorial, torpeza macroeconómica y democracia sin división de poderes que es el Socialismo del Siglo XXI, gran parte de los líderes latinoamericanos, empresarios y políticos, se vieron por fin obligados a extender la mirada a los pobres que siempre olvidaron.
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En esta imagen proporcionada por la Oficina de Prensa de la Presidencia de Miraflores, el presidente de Venezuela Hugo Chávez sostiene una copia en miniatura de la Constitución venezolana durante un discurso televisado desde su oficina en el palacio presidencial de Miraflores en Caracas, Venezuela el sábado 7 de abril de 2012. (Foto AP/Francisco Batista/Oficina de Prensa de Miraflores)
En esta imagen proporcionada por la Oficina de Prensa de la Presidencia de Miraflores, el presidente de Venezuela Hugo Chávez sostiene una copia en miniatura de la Constitución venezolana durante un discurso televisado desde su oficina en el palacio presidencial de Miraflores en Caracas, Venezuela el sábado 7 de abril de 2012. (Foto AP/Francisco Batista/Oficina de Prensa de Miraflores)

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Quizá de lo poco bueno que quedará del legado de Hugo Chávez y sus catorce atropellados años de gobierno, será que, urgidos porque sus países no cayeran en el híbrido de régimen dictatorial, torpeza macroeconómica y democracia sin división de poderes que es el Socialismo del Siglo XXI, gran parte de los líderes latinoamericanos, empresarios y políticos, se vieron por fin obligados a extender la mirada a los pobres que siempre olvidaron.

Ante la amenaza de que un político como el difunto teniente coronel ascendiera al poder, o para alcanzarlo, ahora que las masas de la clase baja en sus naciones se fijaban en la atención que les dedicaban en la patria de Bolívar, los discursos se modificaron, y también las acciones.

Más allá de esto, y de los que dentro de Venezuela recibieron beneficios que jamás hubieran soñado, la riqueza que Hugo Chávez, y sus amigos del gobierno que ahora quieren perpetuar, derrochó, bien administrada hubiera dado para que generaciones de venezolanos pasaran de la clase baja a la clase media, y de la media a la alta, haciendo de este país una sólida potencia emergente. Pero entre el discurso del odio a Estados Unidos, país que representa el porcentaje más alto de sus ganancias petroleras; la guerra sin tregua a la antigua clase dirigente que también decía odiar; las expropiaciones; la corrupción entre sus aliados; el narcotráfico entre las filas de su ejército; el desastroso manejo que le dio a PDVSA; las dádivas a sus colegas-socios del ALBA y su desatención a la seguridad y al campo; ha dejado a Venezuela sumida en la quiebra, insegura, desabastecida y, sobre todo, resquebrajada por el odio.

Que al funeral de un presidente que deja a su patria en ese estado, acudan las romerías que invaden las imágenes de la prensa y las pantallas con los noticieros estos días, quizá dice mucho del olvido al que eran sometidos antes estas personas. Pero también de la destreza oratoria del que quizá sea el último presidente caudillista de Latinoamérica, a quien todo se le perdonaba, a quien todo se le excusaba, a quien todo se le celebraba, hipnotizados en las notas de la mágica flauta de sus dotes histriónicas, y el aroma de unos petrodólares que antes volaban demasiado lejos, descendiendo ahora desde los cielos. Y quien no se tragaba su demagogia, lo intentaba aplastar, o aplastaba o encarcelaba o mandaba al exilio, con su verdadero rostro de tirano, que afloraba como un grito, entre la cadencia de sus recitales.

Creo que su hipnosis llegó a mi país, Colombia, desde donde escucho voces que hablan de un Hugo Chávez gestor de la paz, gracias a su apoyo a los diálogos de La Habana. Pues yo pienso todo lo contrario. Guerrilleros de las FARC y el ELN masacraron soldados y policías colombianos, y se refugiaron tras la frontera, gracias a la autorización de Chávez. Jefes guerrilleros a quienes las fuerzas militares les pisaban los talones en la presidencia de Álvaro Uribe, fueron cobijados en su país por el difunto presidente, así como varios campamentos, desplegados de su lado a lo largo de la frontera. ¿No será más bien que los guerrilleros se sentaron a negociar porque se enfermó? ¿No será que sabiendo que podían perder el apoyo desmedido que éste les regalaba, comprendieron que su única salida era el diálogo? ¿Cómo puede ser gestor de paz un presidente que casi desata una guerra entre dos países hermanos, porque las fuerzas armadas de uno dieron de baja a un delincuente como Raúl Reyes?

Regresando a sus políticas, países como Brasil y Chile han demostrado que se puede ser socio de potencias sin ser súbditos, que se pueden ejecutar políticas sociales que mejoren la calidad de vida de las clases bajas y les brinden nuevas oportunidades de salir adelante sin expropiar empresas, que se pueden llegar a acuerdos comerciales beneficiosos para los países participantes sin regalar una parte de la riqueza, y que culpar de todos los males internos a las potencias, de lo único que sirve es que nunca se examinarán los propios errores, y por lo tanto pocas soluciones se encontrarán, para hallar la senda del progreso.

Quisiera terminar con el tratamiento que le están dando los herederos de su gobierno a sus restos. Sin saber por dónde lo han llevado ni por cuánto tiempo, ahora quieren embalsamarlo y convertirlo en una pieza de museo. Por favor, los muertos se entierran.

Valdría la pena que el señor Maduro lea el mito de Antígona.

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