Entre el deber y la obligación. El voto voluntario en países sin tradición democrática

Durante las últimas elecciones presidenciales en Chile el pasado 17 de noviembre, quedó de manifiesto lo que postulé en mi última columna - que en un país sin tradición democrática no puede existir el voto voluntario cuando ésta acción, es para el constituyente, algo alejado de la participación cívica en la formación de políticas públicas.
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Durante las últimas elecciones presidenciales en Chile el pasado 17 de noviembre, quedó de manifiesto lo que postulé en mi última columna - que en un país sin tradición democrática no puede existir el voto voluntario cuando ésta acción, es para el constituyente, algo alejado de la participación cívica en la formación de políticas públicas.

La medida del voto voluntario, que partió en el 2012 en este país, podría ser identificada como el factor principal de que en las elecciones presidenciales hubiera un 50,4% de abstención de votación, lo que colocó estas elecciones como la segunda con menor concurrencia desde 1990, y en términos de abstención muy cercana al 60% de las elecciones municipales del 2012.

A muy pocos días de las elecciones de segunda vuelta en Chile, Michelle Bachelet, candidata de la Nueva Mayoría, dijo que el voto voluntario debería ser reconsiderado, por el "impacto y el efecto que tiene". Luego de esto fueron muchos los parlamentarios chilenos que se sumaron a esta voz, e incluso el ex- presidente Lagos dijo que había que revisar esta medida.

Pero lo que en realidad hay que analizar es por qué votar no es atractivo para los constituyentes y por qué los políticos son incapaces de generar ideas atractivas para los votantes. ¿Los ciudadanos han perdido la capacidad de seguir creyéndole al estado o el estado ha perdido la capacidad de convencer? Lo interesante dentro de todas las cifras que se dan de la elección presidencial de primera vuelta es lo segmentado de la votaciones. Fueron las comunas con mayor poder adquisitivo las que salieron a votar el 17 de noviembre. La diferencia de porcentaje de votaciones entre sectores acomodados y más vulnerables en Santiago por ejemplo, alcanzó un 30% en algunos lugares específicos.

Cuando hablamos de desigualdad, aquí está el core del problema. Las clases sociales más pobres no han logrado ser convencidas de que el voto es participación y la única forma de influenciar ciertos cambios a nivel país. En cambio, creen que los Facebook Likes, son un voto, una forma clara de hacer valer sus derechos, de presentar sus ideas, de dialogar con otros constituyentes. Han comenzado a participar desde sus teléfonos celulares y páginas de Facebook creyendo que ESO es democracia. Y han dejado a la elite el acto físico de votar. No creen que el voto físico de ellos vaya a transformar a un país, una ciudad, una comunidad, un barrio. Pero sí creen que en las redes tienen la voz, la plataforma y la oportunidad que necesitan para dar a conocer lo que piensan y con eso cambian el mundo... digital al menos.

Todo esto va de la mano con la falta de misticismo que en algunos países de América Latina y el Caribe tiene el día de la elección. Por décadas este derecho fue negado a millones de latinoamericanos debido a las múltiples dictaduras que surgieron en la región. Luego por décadas, en algunos casos, el voto fue una obligación, la única forma de poder romper con una cadena de abusos por parte de los oficiales de gobierno... Por tanto tiene una connotación negativa, por donde quiera que se mire, y en donde no ha habido esta sensación de empoderamiento, de tradición, de misticismo que existe en países en donde esa tradición democrática no se ha roto.

Ojalá que quien salga elegida en las próximas elecciones del 15 de diciembre entienda que los procesos democráticos sólo son efectivos por medio de la participación, partiendo por la acción que implica ir a las urnas, y que esos procesos colectivos llevan tiempo, paciencia, y años de esfuerzo para ser construidos.

Evelyn Matthei

Elecciones en Chile

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