Tres lecciones del triunfo de Bachelet

Es inexplicable que en un país que sólo hace 40 años vivió la fractura más grave de su democracia, las personas, especialmente los jóvenes, no visualicen la relevancia de expresar su voluntad política.
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The head of the United Nations Women, Michelle Bachelet, speaks during a press conference in Rabat on March 8, 2012 during the International Women's Day. AFP PHOTO / ABDELHAK SENNA (Photo credit should read ABDELHAK SENNA/AFP/Getty Images)
The head of the United Nations Women, Michelle Bachelet, speaks during a press conference in Rabat on March 8, 2012 during the International Women's Day. AFP PHOTO / ABDELHAK SENNA (Photo credit should read ABDELHAK SENNA/AFP/Getty Images)

Con un 62 por ciento de los votos, Michelle Bachelet se impuso ampliamente en las elecciones presidenciales chilenas y nuevamente hace historia. En su mandato anterior fue la primera mujer Presidenta: ahora es la primera en serlo por partida doble.

¿Qué lecciones se aprendieron de esta elección de Chile 2013, que no por predecible dejó de ser, como decíamos, histórica?

Primero, que el liderazgo femenino se impone. En un país como Chile, considerado conservador dentro de una región que es de por sí machista -con escasas mujeres CEO, parlamentarias y ministras, con resabios culturales muy fuertes en contra de la participación pública de las mujeres- que dos candidatas hayan llegado al balotaje quiere decir que en las sociedades, incluida la estadounidense, donde las mujeres no tienen la representación que ameritan, ello se debe a razones externas a sus capacidades. En Chile y en estudios realizados en muchos países, una vez que una mujer rompe el techo de cemento y demuestra que es capaz de ejercer ese cargo, la gente no sólo valora, sino que demanda, liderago con rostro de mujer. A pesar de que Matthei y Bachelet tienen estilos diferentes, sus similitudes tienen que ver con sus orígenes de clase media, con una historia de haber tenido que luchar por su liderazgo dentro de sus sectores.

Segundo: Latinoamérica es un continente del llamado Nuevo Mundo, que tiene muchas razones para estar optimista respeto de su futuro, pero a su vez tiene claros desafíos que es necesario enfrentar en las agendas públicas. La elección 2013 chilena ha girado en torno a temas que hace una década no se hubiera pensado que tendrían ese protagonismo: gratuidad en la educación superior, nueva constitución, cambio al sistema electoral, reforma tributaria.

Todo esto seria impensable sin la amplia convocatoria de los movimientos sociales, especialmente el estudiantil, a partir del 2011. La fuerza de esos jóvenes, que ya no querían cambios ¨en la medida de lo posible¨(como fue la tónica durante la transición post Pinochet), ampliaron el rango de lo ¨esperable¨ y obligaron a la clase política a hacerse cargo de aquellas zonas sombrías del desarrollo chileno.

Considerado país ejemplar por su transición pacífica a la democracia, disminución de la pobreza, e impresionante desarrollo económico, Chile no es buen alumno al ver sus indicadores de redistribución y combate a la desigualdad. Que Bachelet haya ganado ampliamente con un discurso mucho más reformista que el de su primera candidatura -pero siempre dentro de la institucionalidad- refleja que es relevante no sólo complacerse por los logros, sin ver a quienes van quedando detrás. En el caso de Chile, no fueron los jóvenes más pobres lo que salieron a las calles a protestar, sino que fueron aquellos de clase media los que alzaron la voz para que sus privilegios pudieran ser derechos para los menos privilegiados. Esa pelea histórica por intentar que la cuna nos sea el destino, es parte clave de la épica de los movimientos sociales, pues fue aquello, justamente, lo que los llevó a convocar más allá de la juventud.

Tercero, y por último, la mala noticia: una inédita alta abstención, de alrededor del 60 por ciento. Tras el cambio legal para hacer el voto voluntario, y tal como es la tónica en países como Estados Unidos, cada vez es menos la gente que decide ir a votar, con un sesgo hacia las personas de sectores rurales o menos privilegiados -que encuentran dificultades para acceder a movilización, por ejemplo, para concurrir a las urnas. Pero lo que pasó en Chile este domingo 15 de diciembre es que muchas personas no votaron por culpa de un virus letal: el individualismo, la falta de conciencia cívica, la flojera. Tener que ir a votar a pocos días de Navidad, con 32 grados de calor, por cierto que plantea la tentación de restarse. Pero es inexplicable que en un país que sólo hace 40 años vivió la fractura más grave de su democracia, las personas, especialmente los jóvenes, no visualicen la relevancia de expresar su voluntad política -especialmente en momentos en que se juegan grandes cambios- a través del lápiz y el papel. Quizás somos las generaciones mayores las que no hemos sabido explicarles a nuestros hijos que el país en el que vivimos hoy, y del que disfrutan sin duda ellos, un país con crecimiento económico, pleno empleo, democracia, baja corrupción, instituciones que funcionan, el país con mejores récords de latinoamérica, se ha construido gracias al sacrificio y trabajo sin tregua de las generaciones previas.

Una vez cada cuatro años ir a marcar la prefencia en el voto es lo mínimo que se le puede pedir a alguien para que pueda llamarse ciudadano.

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