Rompiendo el tabú de ganar más que el marido

Un hombre que gana menos que su mujer deja de ser hombre alfa. U hombre. ¿Alguien se da cuenta de la violencia que implica esa creencia?
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Couple, side view, close-up
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"Siempre he ganado más que mi marido y a él nunca le ha importado. Al revés, encuentra genial que tengamos más dinero extra para viajar o tener una casa en la playa gracias a mi trabajo. Él se siente seguro de su trabajo".

La frase, pronunciada por una destacada profesora de la escuela de negocios de una Universidad Ivy League, fue como una epifanía para mí.

Después de años y años escondiendo --como una verdad fea, un defecto, un problema o una herida, al menos-- que mi marido gana menos que yo, por fin vi a una mujer segura y resuelta hablando sin complejos del tema. El tema aquel, uno de los mayores tabús que aún persisten en las llamadas tensiones trabajo-familia para mujeres y hombres en el siglo 21, podía no solo ser hablado y compartido, sino además resignificado, es decir, mirado desde un punto de vista positivo.

Nunca dejaré de agradecerle a esa profesora mía ese momento pues, hasta entonces, cargaba con ese dato como un estigma.

Y lo recordé muy bien al leer el muy lúcido artículo de Andrew Moravsik en The Atlantic. Bajo el titulo "Why I Put my Wife's career First", explica cómo ha sido su vida siendo el marido nada menos que de Anne Marie Slaughter, la mujer que desató una polémica de proporciones con un artículo en la misma revista, hace tres años, llamado "Why we can't have it all". Allí relataba por qué tuvo que dejar un trabajo de muy alto nivel en el departamento de Estado para cuidar mejor a su familia, desatando olas de apoyo y de desaprobación. Su punto era que aún cuando en las últimas décadas se ha avanzado muchísimo, sigue siendo muy difícil el arte de combinar las dos cosas, a veces, imposible.

Su marido escribe ahora desde su punto de vista y es fascinante cómo explica aquello a lo que aludía al principio: nada es más cortador de ambiente que decir que gana menos que su mujer. El silencio se hace pesado, y la gente mira para cualquier parte, como si el sujeto en cuestión fuera víctima de una enfermedad terrible.

En su relato, explica por qué decidió ser el leading parent de su familia, ya que el trabajo de su mujer era efectivamente más demandante, además de que ella tenía más ambición y drive. Él, profesor universitario destacado, ha podido tener una muy buena carrera, aunque sabe que a veces su prioridad familiar lo ha hecho perder oportunidades. Sin embargo, no se arrepiente, y cree que para los hombres no solo la paternidad compartida, sino a veces ser el leading parent, es central para el bienestar de todos. Los hombres ganan, los niños también, al tener a diario el aproach masculino para resolver conflictos, y las mujeres que así lo quieran, pueden desarrollar sus carreras sin culpas.

Pero eso, que debiera poder ser una opción de quien quiera tomarla, sigue siendo visto como una anormalidad. A pesar de los cambios sociales, el modelo que tenemos metidos en la cabeza como "normal y "deseable" es el del padre como principal proveedor y de la madre como cuidadora principal. Los roles compartidos son algo extraño, y la inversión de ellos, para qué decir.

La narrativa de Moravcsik refleja eso con detalles. Cómo lo miran las otras madres, padres, colegas, y cómo que un hombre se dedique a cuidar a sus hijos adolescentes despierta sospecha en vez de admiración. Punto adicional es el del dinero. Simbólicamente terreno masculino, que uno de su especie postergue su obtención es una transgresión sin nombre. Una mujer del público de una charla de su esposa pidió verlo en persona, para ver si "seguía siendo un hombre alfa".

La frase lo refleja todo: un hombre que gana menos que su mujer deja de ser hombre alfa. U hombre. ¿Alguien se da cuenta de la violencia que implica esa creencia, y de lo fuerte que hay que ser para no sentirse derrotado si se vive esa situación?

Testimonios como el suyo ayudan a ir creando una nueva realidad, donde finalmente se derriben antiguos estereotipos enclavados en el inconsciente colectivo, y las parejas puedan compartir, con mayor libertad y flexibilidad, las alegrías y tareas propias de criar y proveer. Sin tener más temor de decir quién se dedica más a los niños o quién recibe el sueldo más grande a fin de mes.

El cambio requiere apertura, y mucha honestidad.

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