Rubén Espinosa o ¿la muerte del periodismo?

Ejercer el periodismo se ha tornado adverso. Para todos. Ya se suele asumir al periodista como un enemigo o se le desdeña. Ya no se le da la dignidad profesional que merece.
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Journalists protest the murder of photojournalist Ruben Espinosa Becerril as they hold printouts of his photo, in Mexico City, Sunday, Aug. 2, 2015. Espinosa, 31, who worked for the investigative magazine Proceso and other media was found murdered in an apartment in a middle-class neighborhood of Mexico City, where he had fled because of harassment in the state he covered. (AP Photo/Marco Ugarte)
Journalists protest the murder of photojournalist Ruben Espinosa Becerril as they hold printouts of his photo, in Mexico City, Sunday, Aug. 2, 2015. Espinosa, 31, who worked for the investigative magazine Proceso and other media was found murdered in an apartment in a middle-class neighborhood of Mexico City, where he had fled because of harassment in the state he covered. (AP Photo/Marco Ugarte)

No tenía pensando escribir sobre el condenable asesinato del fotoperiodista Rubén Espinosa y cuatro mujeres en una colonia céntrica de la Ciudad de México, a unos 20 minutos de donde yo vivo. Él salió de Veracruz por amenazas y ante la recurrencia de asesinatos y violencia contra periodistas bajo el turbio gobierno estatal del priista Javier Duarte.

No me meteré en análisis político. Este será un comentario sencillo. Más visceral, si se quiere, porque fue motivado por la indignación que deja el asesinato de un colega y, sobre todo, de un hombre joven, de 31 años, cuatro años menor que yo, con un presente profesional excepcional, con un compromiso con el oficio y, seguramente, con anhelos que se truncaron. No describiré la saña ni la violencia del homicidio.

Más bien diré que había guardado mi pasmo. Apenas había expresado algunas palabras a un par de amigos hasta que me topé con un estado en Facebook de la periodista Marcela Turati.

A Marcela la miraba en la redacción del periódico Reforma hace unos 14 años cuando yo era un novato y ella se forjaba como lo que hoy es: una periodista excepcional junto a otros nombres como los de Humberto Padgett o Fernando del Collado, por ejemplo. De quienes he leído sus trabajos periodísticos e investigaciones en publicaciones periódicas y libros. Seguro ni ella ni yo nos reconoceríamos en la calle. Pero yo a ella la ubico de nombre, de alguna que otra anécdota profesional.

Marcela escribió un comentario sumamente emotivo que no reproduciré y ni siquiera volveré a leer para sólo expresar aquí lo que quedó en la memoria, en la entraña, y que fue el origen de estas palabras. Ella se horrorizaba y condenaba, por supuesto, el asesinato de Rubén. Sin embargo fue más allá.

Marcela expresaba su desazón, incluso su temor. Destacaba la pérdida de rumbo en un país donde los periodistas, no diré críticos sino profesionales, viven acechados y desamparados a merced de personajes poderosos, inescrupulosos y sanguinarios. Corruptos y, esto sí aterrador, intocables.

Marcela se preguntaba qué más se puede hacer si la violencia contra periodistas en México ya se ha denunciado por todas las vías incluidos organismos internacionales y gobiernos que sólo "dan palmaditas" en la espalda mientras los colegas siguen siendo amenazados y asesinados. Ella se preguntaba a dónde recurrir, qué hacer y si esta coyuntura de pronto significaría el fin del periodismo no complaciente, argumentado, incómodo por, insisto, profesional.

Si no mal recuerdo se cuestionaba si aferrarse al ejercicio de ese periodismo no era una necedad cuando la vida está riesgo. Cuando leí sus palabras me cimbraron. Yo comencé siendo un periodista cultural y ahora soy de espectáculos. En absoluto me enfrento a contextos de violencia y peligro como en los que se movía Rubén. Pero los comprendo. Los puedo visualizar bien.

Ejercer el periodismo se ha tornado adverso. Para todos. Cualquiera que sea la fuente. Ya se suele asumir al periodista como un enemigo o se le desdeña. Ya no se le da la dignidad profesional que él y cualquier otro trabajador merece. Ni dentro ni fuera de los medios. Por otro lado, tampoco obviaré los vicios en los que hemos caído como gremio.

El asunto es que con el asesinato de Rubén hemos constatado que el panorama es desolador. Sí, aunque se trate de una visión muy centralista, que el homicidio haya ocurrido en un barrio "clasemediero", "educado" y "seguro" de la Ciudad de México envía el mensaje de que en este país ya no hay refugios.

Rubén podría ser cualquiera de nosotros no porque compartamos su profesionalismo, valentía y juventud. En absoluto. Lo digo por el mero hecho de la posibilidad: la posibilidad de la muerte a la vuelta de la esquina y sin consecuencias para los criminales.

No recuerdo haber conocido a Rubén pero estoy seguro que algunos mis compañeros sí. Amigos fotógrafos o periodistas con los que me he topado en redacciones, en el ejercicio periodístico, en alguna cantina celebrando algún cumpleaños o un mero encuentro. Es decir, Rubén podríamos haber sido cualquiera de nosotros. Y entonces me estremezco.

Recuerdo los golpes que guaruras de estrellas de farándula le propinan a compañeras y compañeros sin consecuencias. Recuerdo gritos e insultos a reporteros de cualquier fuente, sin consecuencias. Recuerdo las condiciones precarias en las que trabaja el gremio en general, sin culpables. Recuerdo a queridas amigas de la universidad, periodistas, avisándome sus pasos "por cualquier cosa". Recuerdo despidos masivos e injustificados. Recuerdo notas estremecedoras guardadas en el cajón porque "no se pueden publicar". Recuerdo, recuerdo, recuerdo.

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