Guerrero, el hogar del que mi familia y yo salimos huyendo

Guerrero parece estar en estado de sitio. Haberse convertido en una sede del infierno. Un escenario donde se cruzan fenómenos complicados. Pero esto no es nuevo.
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A woman wears a black veil and carries a cross reading in Spanish "Assassin State," as thousands march down one of the capital's main boulevards to demand that the government find the 43 students who disappeared in southern Guerrero State, in Mexico City, Wednesday, Oct. 8, 2014. Investigators still had no word on whether the 28 bodies found in a mass grave over the weekend included any of the missing students, who disappeared after two attacks allegedly involving Iguala police in which six people were killed and at least 25 wounded. (AP Photo/Rebecca Blackwell)
A woman wears a black veil and carries a cross reading in Spanish "Assassin State," as thousands march down one of the capital's main boulevards to demand that the government find the 43 students who disappeared in southern Guerrero State, in Mexico City, Wednesday, Oct. 8, 2014. Investigators still had no word on whether the 28 bodies found in a mass grave over the weekend included any of the missing students, who disappeared after two attacks allegedly involving Iguala police in which six people were killed and at least 25 wounded. (AP Photo/Rebecca Blackwell)

Que en Guerrero 20 agrupaciones del crimen organizado se disputan municipios del estado. Que cuatro cárteles operan siendo la entidad con más grupos de este tipo. Que el narco ha penetrado las instituciones. Que opera la narcopolítica. Que hay ciudades en rodeadas por un mar de fosas sembradas. Que se ha desbordado la violencia. ¿Dónde están los 43 jóvenes normalistas cuya desaparición puso al estado en la mira internacional?

Guerrero parece estar en estado de sitio. Haberse convertido en una sede del infierno. Un escenario donde se cruzan fenómenos complicados. Pero esto no es nuevo. En absoluto. Hablaré un poco sobre este territorio desde lo micro: la experiencia personal. Desde la memoria.

Viví en Acapulco hace unos 25 años y recuerdo la sensación de estar convencido de que tiene seguridad, bienestar y justicia sólo quien tiene dinero y poder. El resto estábamos a expensas de pobreza, mala educación, violencia, retraso, corrupción, estados fallidos, aislamiento cultural, silencio. De esto me di cuenta cuando apenas sobrepasaba los 10 años de edad y desde esa visión hablaré.

Mi familia y yo llegamos a Guerrero porque ahí había una oportunidad de desarrollo. Mi padre fue trasladado de la Ciudad de México al puerto mientras era trabajador activo de la empresa telefónica más grande del país, donde laboró toda su vida. El choque cultural que implica trasladarse de la capital y sus alrededores a otro sitio dentro de México fue inmediato y rotundo. Los chilangos que nos mudamos del DF sabemos del recelo al que nos solemos enfrentar.

Finalmente logramos adaptarnos y hacer una vida: amigos, planes, escuela, trabajo. Pero no olvido el escozor de saberme expuesto al azar. Un miedo de que algo malo podría ocurrir en cualquier momento y que yo sería incapaz de hacer cualquier cosa contra ello. Y no sólo por mi condición de menor de edad, sino porque en Guerrero uno se siente nadie ante los ojos de un Estado podrido, unas élites voraces y una comunidad deshilachada.

La violencia era cotidiana. Desde las casas dominadas por un machismo recalcitrante hasta las instituciones anquilosadas en impunidad e inoperancia. Atraso por doquier. Mis padres, me cuentan, estuvieron a punto de ser asesinados por grupos criminales en la sierra. Mi papá, nos ha contado, atestiguó actos violentos y vivió esquivando armas de criminales, policías, guerrilleros y soldados apuntándole porque su trabajo le obligaba viajar por el estado. Perdió a compañeros. Hoy, al escribir esto, no puedo imaginar el insoportable dolor que mis hermanos y yo estaríamos cargando si algo le hubiese ocurrido a mis padres o a cualquiera de nosotros.

Eventualmente nos fuimos. Mi mamá siempre nos dijo que quería "mejores oportunidades" para nosotros y Guerrero, a los ojos de ella, no las ofrecía. Quería alejarnos de un entorno que percibía amenazante y corruptor. A mi memoria viene la violencia de género, la desigualdad, la fragilidad de casi todos ante fenómenos naturales como huracanes o sismos, una calle que acechaba más que arropar. Me acuerdo muy bien que mientras iba la escuela varias veces se me acercaron coches con hombres adultos que me querían llevar o darme trabajo. Entonces me negué por mero condicionamiento de no hablar con extraños. Hoy entiendo a cabalidad sus intenciones.

Mi familia y yo vivimos en Acapulco cinco años. Luego regresamos a la zona conurbada de la Ciudad de México, los suburbios en el Estado de México, otro infierno con sus peculiaridades. Atrás se quedaron amigos y un lugar que nos acogió y nos forjó en más de un sentido a los cinco integrantes de mi familia.

Pero hay quienes no se van. Se quedan ahí y viven porque Guerrero, pese a todo, vive. Herido y tremebundo. Hasta el 26 de septiembre 43 jóvenes normalistas de Iguala eran parte de ese corazón latiendo. Ese día fueron violentados, fueron víctimas de desaparición forzada, tal vez todos asesinados brutalmente. ¡No más! Guerrero necesita un amanecer. Actuemos para que ello ocurra.

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