De cómo no usar audífonos me ha hecho un peatón más sonriente

De cómo no usar audífonos me ha hecho un peatón más sonriente
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Soy un peatón de tiempo completo en una ciudad tan complicada, incluso dolorosa, como la de México. El estrés es una sensación cotidiana. Cada minuto uno tiene que controlar la ira, la frustración, el desconcierto causado por las reacciones de los demás que, en ocasiones, contravienen por completo las reglas de convivencia.

Un buen día comencé a pensar en cómo reducir los niveles de angustia o, de menos, acotar las posibilidades de sufrirlo en un entorno tan propicio para que aquella explote. En una de esas caí en los audífonos para escuchar música y en los libros con los que salía religiosamente a la calle para "distraerme".

Varias veces ya había escuchado que el uso de audífonos afecta el oído, sobre todo si se hace a volumen alto como, inevitablemente, ocurre en una ciudad tan ruidosa como esta. Ésa fue la motivación primaria para dejar de usarlos. Otra fue que comencé a pensar que más que un motivo de gozo o distractor, utilizaba la música como un aislante que en nada contribuía a estar, digamos, en paz en con el entorno. El mismo caso con los libros.

Y me explico. De pronto pensé que mientras uno transita por las grandes ciudades difícilmente pone atención a lo que escucha o lee. Más bien se usa como escudo ante lo que ocurre alrededor. Si algo nos molesta, subimos el volumen y hacemos como que no existe. Obviamente esto en nada propicia la tranquilidad, más bien la vuelve endeble porque depende de todo menos del control sobre nuestras reacciones.

Por otro lado, consideré que justo al usar los audífonos de escudo, obvio cada vez que nos interrumpen, que se acaba la pila del reproductor de música o que ocurre cualquier contingencia que nos saque de esa zona de "protección", nos molestamos. El mismo caso con la lectura de libros en condiciones insólitas como aplastados por muchedumbres en el transporte público o de pie cargando mochilas.

Todo lo anterior me orilló a salir de casa sin audífonos y sin libros. Como experimento. Quería estar más atento a lo que ocurre alrededor (también por seguridad) y ya no quería evitar a los demás ni a los acontecimientos, sino percibirlos, aprehenderlos con los cinco sentidos y, en esa medida, comprenderlos y asimilarlos de la manera más ecuánime y empática posible.

He de decir que luego de unas semanas de hacerlo el resultado ha sido muy afortunado. No sé si confirme lo que expuse anteriormente (que quizá ya había expuesto algún experto, no lo sé), pero salir a la calle sin audífonos ni libros me ha convertido en un peatón más apacible e, insólitamente, sonriente.

Estar. Simplemente estar en "la realidad" sin escudos me ha dado mayor poder sobre las reacciones que tengo hacia los eventos y al tener la capacidad de elegirlas pues he optado por una más serena. Esto, honestamente y "casi sin querer" como dice la canción de Miguel Bosé, me ha hecho sonreír más.

Claro que extraño los momentos de lectura porque pues los largos tránsitos por la ciudad eran los que aprovechaba para leer. Pero uno también necesita aprender a darse tiempo para todo, incluido leer en condiciones de gozo o concentración, o de escuchar música en volúmenes placenteros y con el oído atento más que atrofiado o alterado. Además comprendí que tampoco se trata de leer por leer u oír música por oír.

No sé si los resultados de esta iniciativa sean los mismos para todos los peatones porque tenemos caracteres diferentes, pero podría aventurarme a decir que sí porque para convivir inevitablemente hay que relacionarse y si se hace con menos distractores, mejor. ¿O no uno tiene más disposición ante quienes nos ponen atención y nos dan nuestro lugar como interlocutor?

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