Estados Unidos se opuso a Videla

La muerte del ex general Jorge Rafael Videla, la cara de la siniestra dictadura cívico-militar de la mal llamada Guerra Sucia argentina, produjo los comentarios que naturalmente se esperaba de aquellos que respetan los derechos humanos como algo fundamental de una sociedad democrática.
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Former Argentina's dictator and General Jorge Rafael Videla gestures at the courtroom before receiving the sentence for his responsibility in an orchestrated plan to kidnap children from people disappeared during the military dictatorship (1976-83) in Buenos Aires on July 5, 2012. AFP PHOTO / Juan Mabromata (Photo credit should read JUAN MABROMATA/AFP/GettyImages)
Former Argentina's dictator and General Jorge Rafael Videla gestures at the courtroom before receiving the sentence for his responsibility in an orchestrated plan to kidnap children from people disappeared during the military dictatorship (1976-83) in Buenos Aires on July 5, 2012. AFP PHOTO / Juan Mabromata (Photo credit should read JUAN MABROMATA/AFP/GettyImages)

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La muerte del ex general Jorge Rafael Videla, la cara de la siniestra dictadura
cívico-militar de la mal llamada Guerra Sucia argentina, produjo los comentarios que naturalmente se esperaba de aquellos que respetan los derechos humanos como algo fundamental de una sociedad democrática.

En los ataques al ultracatólico y nacionalista Videla, algunos aprovecharon la oportunidad para también deslizar su crítica, con un tono bastante setentista, contra el Departamento de Estado estadounidense y sus políticas intervencionistas en América Latina.

No hay duda alguna que la intromisión de Estados Unidos en los asuntos internos de países latinoamericanos está bien documentada. Sin ir muy lejos, un ejemplo ya clásico de este cuestionable fenómeno es el derrocamiento, en 1973, del presidente Salvador Allende en Chile.

Sin embargo, al hablar de las Juntas Militares argentinas de 1976-83 hay que analizar el récord histórico cuidadosamente y no tentarse con slogans simplistas.

Cuando se dio el golpe militar del 24 de marzo de 1976, el gobierno republicano de Gerald Ford, incluyendo el secretario de Estado Henry Kissinger, debe haber sentido afinidad ideológica con los generales argentinos que, en medio de la Guerra Fría, garantizarían el continuo alineamiento del país sudamericano con las políticas anticomunistas de Estados Unidos.

Pero las contradicciones internas de la política estadounidense mantenía a la
administración Ford en la defensiva y sin la iniciativa necesaria para concentrarse en un país periférico como Argentina. Hay que recordar que la democracia-capitalista estadounidense venía de la crisis política de Watergate que forzó la renuncia del presidente Richard Nixon y, también, de una derrota político-militar en Vietnam.

En términos simples: lo que tranquilamente Kissinger pudo hacer en Chile en 1973, ya no se podía hacer tan cómodamente en la Argentina de 1976.

Aún más, el arribo de Jimmy Carter a la Casa Blanca en 1977, complicó la
situación política para los militares argentinos que contaban con neutralizar a la oposición sin críticas mayores en el frente internacional. Para sorpresa de muchos, la administración Carter le dio prioridad al tema de los derechos humanos. Si bien esta estrategia política estaba orientada a jaquear a la Unión Soviética y al Bloque Socialista, para mantener cierta coherencia y equitatividad, también apuntó a las dictaduras de derecha como la de Videla.

Los generales argentinos, que fieles a la Doctrina de Seguridad Nacional se
sentían los defensores naturales de la sociedad occidental y cristiana y veían en Estados Unidos al líder estratégico, nunca pudieron entender totalmente por qué la democracia del Norte les daba la espalda.

Aunque ya sea por omisión o por cálculo político algunos sectores de la izquierda prefieran olvidarlo, las políticas de Jimmy Carter, y de su Departamento de Estado, pasaron de las palabras a la acción.

Patricia Derian, subsecretaria de Derechos Humanos y Temas Humanitarios del Departamento de Estado, fue la encargada de presionar a la Junta Militar argentina ante los reportes de las atrocidades que llegaban de la embajada de Buenos Aires y los organismos de derechos humanos. Sus visitas a Argentina y encontronazos con líderes militares como Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Massera y el ministro del Interior Albano Harguindeguy puso a la Junta en aviso que las cosas no iban a ser como antes. Con el paso del tiempo y la falta de respuestas satisfactorias, la presión se incrementó. Finalmente, Estados Unidos le cortó la asistencia militar a la dictadura argentina y obstaculizó el pedido de créditos en el circuito financiero internacional.

Muchos en la izquierda también han desarrollado una amnesia increíble cuando se trata de recordar que, irónicamente, mientras Argentina se alejaba políticamente cada vez más de Estados Unidos, se acercaba cada vez más a la Unión Soviética. Nada sorprendente considerando que cuando se dio el golpe militar en 1976, los comunistas argentinos apostaban, erróneamente, a que Videla y los líderes golpistas pertenecían a un ala moderada de las fuerzas armadas y, aunque suene surrealista, hasta celebraron su entrada en la Casa Rosada.

Guatemala, la Bahía de Cochinos, la República Dominicana, Chile son ejemplos del intervencionismo estadounidense. Pero en la Argentina de Videla, hay un ejemplo del tipo de intervencionismo que merece ser reconocido desde una perspectiva ética diferente . No hay estudios académicos que cuantifiquen cuántas vidas se deben haber salvado, cuántas personas fueron liberadas, pero la administración Carter evidentemente ayudó a frenar el ímpetu genocida de la dictadura militar argentina.

Para comienzos de 1981, cuando asumió la administración de Ronald Reagan y los republicanos restauraron la asistencia militar al gobierno argentino y silenciaron sus críticas contra la dictadura, la Junta Militar ya estaba lo suficientemente débil como para que dos años después se volviera a la democracia y los militares terminaran sentados en el banquillo de acusados. Entre ellos, Jorge Rafael Videla. Interesante es recordar que una de las testigos en esos históricos juicios de 1985 fue Patricia Derian. Cuando la señora Derian entró a la sala judicial, casi todos los abogados de los militares se levantaron en protesta y se retiraron. Todo un símbolo de quién era quién en esa época cuando en Argentina se secuestraba, torturaba y asesinaba.

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