Un periodista lee un libro

La lectura para mí no ya no es lo que era. Para un periodista, la lectura es un "must" en nuestra labor, pero también un gran "dolor de cabeza" para encontrar ese libro que nos haga desvelar, llorar y reír.
This post was published on the now-closed HuffPost Contributor platform. Contributors control their own work and posted freely to our site. If you need to flag this entry as abusive, send us an email.
This is the 3-rd part of my headless project.Headless reading, fire within.
This is the 3-rd part of my headless project.Headless reading, fire within.

La lectura para mí no ya no es lo que era. Desde que iniciamos en el mundo del periodismo, el hecho en sí mismo de leer, se convirtió en algo aún más edificante que un simple pasatiempo, que desafortunadamente, al paso de los años se cobró una singular y ambivalente factura: pasar a cuchillo mental todo lo que mi mente pueda interpretar como "lectura".

Leer no es una obligación, con todo y que es la tarea primordial de un editor periodístico, por ende, a pesar de que por nuestra vista pasan cientos de textos cada semana, miles de palabras y letras a las que darles forma, color y sustancia, fuera de este contexto seguimos haciéndolo, y eso, para mí, significa "sacrificar" ciertas lecturas cuando "siento" que los libros que caen en mis manos, no están redactados de forma amena, comprensible, realista -dentro de la fantasía- y sin florituras innecesarias.

Pongamos por ejemplo una obra que intenté leer el año pasado, "Sobra un rey", de José García Abad. Sin ánimos de entrarle de lleno al complicado trabajo de un crítico de literatura -que no lo soy-, lo cierto es que esa necesidad de los autores por demostrar que son "sabios" en su materia o que le pusieron empeño en su investigación, cuando sobrepasa las páginas -digitales o reales- de sus obras, abruman al lector con mil y un datos de contexto, abarcando un cuarto del texto, sin llegar siquiera a la premisa. También, y me pasa con las otras obras que he intentado leer de García Abad, cuando los personajes ficticios de las novelas históricas son descritos como "puédolo todo" y actúan en sus contextos, usando principios propios del siglo XXI, choca con la idea de disfrutar una historia dentro de la Historia. Al menos, para mí, es odioso toparme con ideales "millenials" en una novela sobre el conflicto palaciego entre don Fernando, "el Católico", y Felipe "el Hermoso" por la corona de Castilla.

Lo que bien podría pasar como un simple chascarrillo del autor para dar realce a sus personajes, a los ojos de un periodista, se transforma en un elemento ajeno, distante, corrosivo y descontextualizante de la historia que nos quiere vender... cual sucede con las notas que debemos corregir. Bajo esta premisa, la lectura de una novela no queda únicamente supeditada a nuestro interés general por ella, sino a la forma en cómo se escribió e intentó relatar, y desafortunadamente, muchísimo autores de hoy en día, optan por la amalgama de ideales inconexos en sus obras.

En cierta forma, caen en la paradoja mostrada en el episodio de "Family Guy", "Brian writes a bestseller": con tal de ganar público, escriben lo que la gente puede digerir, lo que desea encontrar en los anaqueles, sin pensar si esto contribuye o no, tanto a su labor como escritores, como al enriquecimiento de la actividad literaria. Ejemplos de esto son las innumerables "copias" de obras eróticas eco de "50 shades of Gray", sagas de ciencia ficción de incontables volúmenes, o el "boom" que el año pasado se vivió con los zombis.

De colofón, tampoco es que me encuentre inmerso en la defensa de la mal llamada "literatura culta" o que los clásicos -que merecen una entrada aparte- sean lo único que valga la pena leer. Simplemente, para un periodista, la lectura es un "must" en nuestra labor, pero también un gran "dolor de cabeza", para encontrar ese libro que nos haga desvelar, llorar y reír.

Popular in the Community

Close

What's Hot