Las revoluciones en América Latina no dejan nada bueno. Desde la mexicana que engendró al otrora hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI), a la cubana, que mantiene a la isla secuestrada por los hermanos Castro; el poder sólo cambia de manos totalitarias, a otras que buscan consolidarse en el mismo tenor.
Más allá de los clásicos ejemplo del fracaso político de la izquierda en Ecuador, Bolivia y Venezuela; Guatemala, es el más reciente ejemplo de cómo el poder ciudadano, dentro de las vías legales, triunfa y obtiene su cometido... pero sin darle cause al día siguiente, pues el ganador de la primera vuelta electoral presidencial, Jimmy Morales, es un comediante que representa, detrás de su fachada campechana, los interés conservadores que supuestamente se dieron al traste con la renuncia y encarcelamiento de Otto Pérez Molina.
En México, las "revoluciones sociales" que cada semana generan las redes sociales no han logrado más que ahondar la brecha entre el presidente Enrique Peña Nieto y la sociedad, lo que en teoría resultaría positivo, si no fuera porque esa misma actitud se vivió antes, mucho antes, y después de que Twitter y Facebook democratizaran la opinión política, y no pasó nada. El PRI volvió al poder, y en la pasada elección, si bien no logró el "carro completo", sí logró asegurarle los tres años que quedan de la administración del presidente. En otras palabras: la indignación no encontró causé.
Este escenario trasciende las fronteras del antiguo Imperio español, pues hoy podemos ver que el "populismo político" también encontró caldo de cultivo en los descontentos sociales del Viejo Continente: Podemos, en España; Syriza, en Grecia, el Frente Nacional en Francia, y muy reciente -aunque no a nivel gobierno-, el Partido Laborista británico, que eligió al radical Jeremy Corbyn como su líder.
No soy defensor de la derecha, ni de los malos gobiernos, sin embargo, no es posible negar que, ya sea América o Europa, al actuar únicamente al amparo del descontento "per se", damos pie a que los espacios que la sociedad "limpia" de personajes o instituciones contrarias a su bienestar, los ocupen otros iguales o peores, con el "cheque en blanco" de otorga una mayoría democrática.
Nada nos cuesta en América Latina aprender de nuestros innumerables errores políticos (y los de Europa) para tomar conciencia de que la democracia no es simplemente votar en libertad, sino tener conocimiento de causa y valor para defender, con la ley en la mano, nuestro derecho a que no tomen el pelo... el poco que nos queda después de siglos de agravios, caudillos y revoluciones fallidas.