México y los falsos monárquicos

Por razones históricas, me considero una persona monárquica. La tradición, la Historia y el concepto de unidad nacional bajo la forma físico-etérea de la monarquía constitucional siempre han atraído mi interés. Sin embargo, esto no me pone del lado de los ultramontanos que viven con la ilusión del pasado, o en muchos casos, con las ganas de vivir en el "hubiera".
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Por razones históricas, me considero una persona monárquica. La tradición, la historia y el concepto de unidad nacional bajo la forma físico-etérea de la monarquía constitucional siempre han atraído mi interés. Sin embargo, esto no me pone del lado de los ultramontanos que viven con la ilusión del pasado, o en muchos casos, con las ganas de vivir en el "hubiera".

Hace poco se recordó en México el aniversario 191 de la coronación de Agustín de Iturbide como emperador de México. Fecha olvidada y carente de significado en la psique nacional, producto -en parte- a la reescritura de la Historia tras el triunfo del liberalismo, como a la nula tradición práctica de la monarquía en el país.

Más o menos sobre este tenor, a principios de mes el diario Excelsior publicó en su sitio web "México tiene 'familia imperial'" (http://www.excelsior.com.mx/nacional/2013/07/07/907658), en la que hace un recuento sobre los descendientes de Agustín de Iturbide y Green. En el texto (con muchos supuestos y hasta una fotografía en la que confunde al Gran Maestre de la Orden de Malta, Matthew Festing, con un miembro de la familia von Götzen-Iturbide), resaltan en sobremanera las opiniones de los grupos monárquicos mexicanos en defensa de la llamada "tradición monárquica" del país. Y es sobre este punto donde difiero y me inspira a escribir esta entrada.

Diferentes fechas despiertan a los monárquicos mexicanos: coronaciones, proclamaciones, natalicios y aniversarios luctuosos de los personajes históricos; todos utilizados como catalizador del sentimiento "pro realeza". Sin embargo, mi opinión es que esos grupos están equivocados: lo que ellos dicen conmemorar o defender no es la Monarquía, sino el afán de sentirse miembros de una sociedad aristocrática, disfrazada bajo el sistema parlamentario. ¿Por qué pienso así? Sencillo: cualquiera que se considere monárquico sabe que esta forma de gobierno no significa nada sin la tradición y la Historia que los respalde.

La historia, esa que los grupos monárquicos parecen olvidar, pone en evidencia lo impráctico de sus ideas: Iturbide, por decir el más claro ejemplo, se dejó llevar por el populacho que pedía al Libertador declararse emperador a fin de reconstruir al país. Lo hizo y fracasó: no se puede construir un monarca de la nada; e Iturbide, por muy general y consumador de la obra de Miguel Hidalgo que fue, no tenía tras de su figura a la tradición para que su persona se antepusiera a su propio pasado, y pudiera representar el papel de mediador y consejero, ambas actividades clave de lo que realmente significa ser un monarca.

La sociedad mexicana, por su sentimiento religioso y gusto por el mesianismo, bien puede confundirse con una masa de monárquicos en potencia, pero eso está muy lejos de ser verdad. Los grupos pro monarquía obvian el devenir de nuestra Historia, que nos ha alejado sin posibilidad de retorno del pasado teocrático y absolutista de las culturas prehispánicas, y de la monarquía tradicional católica del Virreinato y la Colonia; hechos sobre los cuales se basó el sentimiento monárquico del siglo XIX mexicano. La Revolución y el priísmo cambiaron el modelo de gobierno hasta convertirlo es lo que Enrique Krauze llamó "presidencialismo imperial", que fuera del adjetivo, nada tiene que ver con lo que realmente es la monarquía moderna, y sí mucho con la Edad Media.

En la segunda década del siglo XXI, nuestro país es todo menos monárquico: la sociedad desconoce qué es un "emperador" o un "rey" fuera de lo que le indican las revistas "del corazón". Ciertamente las monarquías liberales europeas dan una imagen alegre, de pompa y circunstancia; pero esa fachada oculta los años de trabajo, Historia y heroísmos que sustentan a la corona en esos países. En México no existe este bagaje, este marco teórico que justifique el que una familia ostente la jefatura del estado.

Para concluir dejo este párrafo tomado del libro "Guerra Mundial Z", de Max Brooks; que a mi entender ejemplifica con mucha honestidad el significado positivo de la monarquía:

"... los veíamos casi como si fueran castillos, supongo: reliquias cochambrosas y obsoletas sin ninguna función moderna, salvo ejercer de reclamo turístico. Pero, cuando los cielos se oscurecieron y la nación los llamó, tanto los castillos como la Reina despertaron para recuperar la razón de sus existencia: los primeros protegieron nuestros cuerpos, y, la segunda, nuestras almas".

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