La reforma pendiente

Durante setenta años -tras la expropiación-, el gobernante Partido Revolucionario Institucional vendió al país el patrioterismo como bandera nacional, incrustándolo en la psique social a tan profundo grado, que ni la misma izquierda beligerante está libre de los prejuicios.
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El gran asunto no es Pemex, sino los mexicanos como sociedad. Las propuestas de los políticos y la del Gobierno Federal para la reforma en el campo energético tienen muchos pros y contras, pero ninguno es absoluto: todos existen dependiendo de quién la lea, predique o defenestre.

Una realidad muy evidente es que Petróleos Mexicanos necesita dinero para invertir en sí mismo. Esta situación se "resuelve" con muchos puntos, pero en esencia podemos nombrar dos: la entrada de capitales externos obviamente aligeraría la carga de recursos que la paraestatal tendría que invertir en ciertas partes del proceso, eso es innegable; sin embargo, tal vez más importante para la empresa es que el país deje de utilizar a Pemex como su caja de dinero sin fin, modificando el régimen fiscal que tiene lo ahogado desde que se creó.

Todo suena muy sencillo en la teoría y curiosamente, también en la práctica. Porque es imposible de omitir el simple hecho que, si el Gobierno Federal mexicano carece de dinero para invertir en infraestructura a Pemex, es porque lo que genera la empresa, se va a cubrir subsidios, cuotas sindicales, agujeros en el presupuesto... y casi nada para la paraestatal. La falta de dinero público para reinvertir sólo se explica en el exceso de gasto corriente en que se usan los "recursos petroleros".

Siendo así. ¿Por qué la reforma -y en México eso se traduce a "cualquiera"- la tiene tan difícil? Desde mi punto de vista, los mexicanos son los culpables de esta situación. Durante setenta años -tras la expropiación-, el gobernante Partido Revolucionario Institucional vendió al país el patrioterismo como bandera nacional, incrustándolo en la psique social a tan profundo grado, que ni la misma izquierda beligerante está libre de los prejuicios.

El inmovilismo del país hacia nuevos esquemas para generar riqueza, se basa en la idea social de que sólo el Estado puede "ayudar", sólo "papá gobierno" sabe cómo hacer y deshacer el mundo, y tal situación ha sido la base toral de la gestión en Pemex. Y esta situación es la más urgente por reformar: la mentalidad social de los mexicanos: nuestra rápida reacción a desconfiar, defenestrar y no proponer pro-po-si-ti-va-mente, atados al pasado cual si la historia demostrara que para algo ha servido. En la presidencia de José López Portillo el petróleo era "propiedad de la nación", y nada bueno ocurrió; se despilfarró el dinero -tal cual se sigue haciendo- y se endeudó al país. Pero, claro está, nunca se tocó el sagrado mandamiento dictado por el patrioterismo.

Todo es un riesgo. Nadie puede asegurar que la propuesta de Enrique Peña Nieto sea la panacea para México, pero la segunda opción, la del "no tocar el sagrado legado de setenta años", tampoco ha demostrado ser la opción más adecuada. Que le hace falta... pues es obvio que le hace falta desde varios lados: la necesidad de liquidar el lastre de los líderes sindicales corruptos, miembros del partido que gobierna; la urgencia en liberar los recursos de Pemex para que pueda emplearlos en su reinversión; que el país recaude impuestos sin tomar recursos petroleros. Del lado "empresarial", analistas en Estados Unidos señalan la "mano tibia" que tuvo el gobierno con la propuesta, ya que aseguran no da garantías reales a los inversionistas privados, al no hacerlos copartícipes en la propiedad del producto, sino sólo de las ganancias.

La duda al aire: si setenta años manejando el petróleo bajo los preceptos del Cardenismo no han llevado al país al desarrollo, ¿qué hace falta para encontrar el error y su solución?

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