La decepción nacional

Los mexicanos somos curiosos, y dentro de nuestras peculiaridades está la necesidad de tener fe, no importa en qué o quién, el punto es creer.
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Mexico's President Enrique Pena Nieto wipes sweat from his brow during a signing ceremony among the Pacific Alliance at the Climate Change Conference in Lima, Peru, Wednesday, Dec. 10, 2014. Delegates from more than 190 countries are meeting to work on drafts for a global climate deal that is supposed to be adopted next year in Paris. (AP Photo/Juan Karita)
Mexico's President Enrique Pena Nieto wipes sweat from his brow during a signing ceremony among the Pacific Alliance at the Climate Change Conference in Lima, Peru, Wednesday, Dec. 10, 2014. Delegates from more than 190 countries are meeting to work on drafts for a global climate deal that is supposed to be adopted next year in Paris. (AP Photo/Juan Karita)

Los mexicanos somos curiosos, y dentro de nuestras peculiaridades está la necesidad de tener fe, no importa en qué o quién, el punto es creer, y en nuestra continua y sinfín búsqueda de un ideal, dejamos una estela de decepciones, un camino tan largo como vergonzoso de ideales y líderes desechados, defenestrados y la mar de veces, apestados.

El caudillismo mexicano viene de mucho antes de que siquiera existiera nuestro gentilicio. Las teocracias indígenas, nómadas o sedentarias, fueron el primer caudal de líderes mesiánicos seguidos, sino ciegamente, con mucha fe en que serían la solución a los problemas. De los naturales de estas tierras, pasamos a los reyes de la Monarquía Católica, de ésta, a las figuras de la Independencia, a los generales de los levantamientos que plagaron el siglo XIX -Santa Anna, por mucho el más seductor-, hasta llegar a los "santones" por excelencia: Benito Juárez y Porfirio Díaz, y de estos, a los presidentes-tlatoanis, como los definiera Enrique Krauze. La malograda transición del "imperio priísta", al mando del "publirrelacionista" Vicente Fox y continuada por el "gris y duro" Felipe Calderón, en 2012 los mexicanos nuevamente caímos en las marismas del mesianismo televisivo con la presidencia de Enrique Peña Nieto, legitimidad que Andrés Manuel López Obrador, otro personaje "iluminado", ha puesto en duda a la menor oportunidad, sin carecer de razones.

En este brevísimo resumen, el ciudadano "de a pie" ha sufrido decepción tras otra. Ni los presidentes "de mano dura", "mano blanda" o "boca floja"; ni los opositores beligerantes, pasivos o de relumbrón, han sido la solución al problema toral de la política mexicana: la legitimidad. De derecha o izquierda, las figuras partidistas y "ciudadanas" caen, uno a uno, en el juego de poder que los borra de la psique nacional, pasado del "mesías que el país esperaba", a "uno más del montón", y con ello llegan los tardíos cuestionamientos, las dudas, burlas y desconfianza, que no remiten al hipotético "paso uno" del manual político mexicano: buscar al próximo figurón que nos saque del pantano.

Para estos instantes, México no tiene figura alguna que aglutine la esperanza de solución, pues el caso Ayotzinapa demostró fehacientemente que el centro, la derecha y la izquierda, están coludidos con el crimen organizado y la corrupción en todos los niveles... pero esto no es impedimento para que los mexicanos busquemos fuera de nuestras fronteras, aún a costa de nuestro propio raciocinio, al "querido líder" que nos devuelva la fe en la democracia, y la respuesta se encontró en la figura bonachona del presidente uruguayo, José Mujica.

Como en cada encarnación mesiánica, Mujica representa hoy al "político ideal" que todo mexicano desea, por su "demostrada" pobreza y falta de ambición, a pesar de que las mismas "pruebas" serían totalmente rechazadas en cualquier otro actor político, del país o ideología que sea. Al sudamericano le alaban, desde su "vocho" a su "pinta de santo", con todo y que en nuestra propia experiencia, muchísimos políticos han hecho los mismos actos, mostrado la misma cara y actitud, y terminaron en el olvido, cuando la realidad puso "en las cuerdas" los actos de fe populistas que los llevaron a la cumbre.

Podemos imaginar el triste desenlace de esta historia de amor con el mandatario uruguayo, pero eso no es lo importante; lo realmente detestable es que los mexicanos seguimos aferrados a la búsqueda de una figura paternalista a quien entregarle nuestros derechos ciudadanos para que ejerza el poder por nosotros, negándonos a tomar parte en la gobernación de nuestro propio destino como país.

Este aciago camino hacia "El Dorado", sólo augura el desastre mientras sigamos en la negación de nuestras responsabilidades políticas, sociales y ciudadanas.

En Twitter, @nefmex.

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Fotos: Angélica Rivera y Enrique Peña Nieto

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