Rosa Beltrán escribió en 1995 una curiosa novela sobre los avatares de la desdichada corte de Agustín I de México, reflejando la desconexión de aquel séquito de oropel con la realidad del México independiente: la ruina, desunión, desencanto y ánimos exacerbados entre su clase política e intelectual, misma que en menos de dos años, ahondaron los problemas del país.
A casi dos siglos desde la caída del Primer Imperio, México no ha cambiado en esencia, pues los gobernantes y su corte persisten en la visión risible e irreal de la sociedad, tomándonos, en el mejor de los casos, como ignorantes y fáciles de engañar o deslumbrar. Prueba de esto es la reciente "concienciación" de los senadores sobre la situación económica del país, que los llevó a descontarse únicamente 100 pesos de su salario mensual de 117 mil 600, como medida de austeridad... y aún así, piden el aplauso del público.
Este agravio a la inteligencia de los mexicanos se suma a la también reciente declaración institucional del partido en el poder, el PRI, asegurando que se da cuenta del descontento social que permea en el país... apenas, cual si el rosario de agravios no fuera una constante desde hace más de doscientos años, setenta de ellos, a manos de políticas adversas, o por lo menos, mal aplicadas por ellos.
A estas curiosidades de la corte del gobierno mexicano, responde la realidad con un portazo en la cara desde el exterior, pues ni bien se difunden los triunfalismos del poder, las calificadoras financieras advierten los riesgos que la corrupción y mala práctica de la política genera a las expectativas de crecimiento en el país.
Incluso, la caída del petróleo llevó al Gobierno Federal a recortar el presupuesto, cancelar proyectos difundidos con gran parafernalia... sin tocar el excesivo gasto burocrático, financiamiento a los partidos políticos, ni obras innecesarias y populistas.
La misma corrupción que se señala desde afuera, dentro de nuestras fronteras parece protegerse, ampararse, e incluso, hasta desearse. Las instancias encargadas de fiscalizar a los gobernantes carecen del poder para ello, antes protegen a las altas figuras por medio de leyes incompletas, personajes puestos por el mismo presidente para "investigarlo", y lo que es peor, el cinismo para salir a la calle y señalar con la viga en el ojo del contrario, sin notar la aún más grande viga en el propio.
En un año electoral como el que México vive, los ilusos bajo las faldas del poder harán hasta lo imposible por perpetuar la "buena imagen" del país y sus gobernantes, de la misma forma cómo los merolicos de la corte de Don Agustín de Iturbide, le hicieron creer que el Imperio estaba firme, cuando jamás pudo tenerse en pie.