Generación en crisis

La población se ha dejado llevar por la mediocridad comodina de un panorama sin esperanzas fáciles, pero la gente de bien, las personas que con trabajo han logrado "salir de la cubeta", nos demuestran que los mexicanos en crisis también podemos salir adelante.
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Es costumbre en la sociedad dividir a sus miembros en épocas a fin de generalizar un momento social, político o económico y enmarcarlo como razón primaria del sentir de ese momento en particular. Dos ejemplo importantes: la llamada Generación del 27, prolífica en artistas e intelectuales españoles como Federico García-Lorca; t de corte más político y general, la Generación del 68 que engloba a los consientes de los cambios que se dieron en la visión social.

En 2009 el mundo se estremecía por la quiebra financiera, crisis económica que permanece en la sique social tanto de los países desarrollados como los emergentes, al grado de crearse una conciencia social -nueva para ellos- pero harto conocida en América Latina, especialmente México: la generación de la crisis.

Desde 1976 en México se presentó la primera gran crisis económica en el país producto del agotamiento del modelo paternalista del Estado, esta situación se agudizó en 1982, cuando los precios dieron al traste con la abundancia de recursos de esta industria anunciada. Después la crisis de 1994 generada por la falta de reservas internacionales terminó por hundir a una sociedad agotada y postrada ante la interminable serie de crisis y desaciertos sociales.

Tras estos pequeños ejemplos, una de las características que a mi juicio veo en el México de la Generación Crisis es la desconfianza hacia las instituciones de cualquier tipo. Si la llamada Generación del 68 tenía la esperanza de crear un mundo más justo basado en gobiernos de tinte social, los mexicanos que han vivido en una eterna falta de oportunidad para el progreso por la vía "decente" tienen la idea de la desconfianza, la percepción de que quien sigue los pasos adecuados dentro de las instituciones pierde su tiempo. Aunque sea duro aceptar, muchos son los mexicanos que no piensan en el futuro, ya que a falta de esperanza lo único que queda para muchos es pensar en lo alguna vez se fue, pero sin esperar a, de menos, "serlo otra vez", al grado de permanecer en una mediocridad vegetativa que mina cualquier intento de mejorar tanto al "yo" como a los demás.

La educación en México adolece de una pasividad excesiva, de una mecanización y memorización imperdonables que desdeñan el análisis crítico. La juventud carece de "mentalidad lógica" necesaria para resolver problemas matemáticos, para entender los movimientos de la Historia o, ya bastante común, siquiera poder expresarse en idioma español.

Algo común en muchas sociedades es el momento de la "independencia" de los hijos, cuando las familias se separan para que el vástago inicie su propia historia. Incluso este singular detalle es muy distinto en la generación que tratamos de definir. Producto de la crisis económica, una parte importante de esta sociedad acoplada a las regiones urbanas retrasa en gran medida el momento en que los hijos dejan la casa familiar y crean familiar donde más de uno es mayor a los veintiocho años. Esto, más que el estereotipo social de la "dependencia" hacia los padres, se traduce en una dificultad económica por comenzar una "vida en separado". Ante la complicación para obtener dinero suficiente para adquirir o rentar una casa -por poner el primer asunto-, los jóvenes de la generación crisis aceptan la vivir con sus familias en base a acuerdos monetarios, habitaciones separadas de la casa principal o sencillamente prolongan su convivencia familiar aceptando que la situación, por el momento, no les permite independizarse.

Cierto, el general de la población se ha dejado llevar por la mediocridad comodina de un panorama sin esperanzas fáciles, pero la gente de bien, las personas que con trabajo han logrado "salir de la cubeta", nos demuestran que los mexicanos en crisis también podemos salir adelante.

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