El Destino sin Manifiesto

A los mexicanos nos falta grandeza de miras, nos falta reconocer que somos una nación producto del choque de dos concepciones de la vida; se hace imperativo dejar en claro que el mexicano no español o indígena, que lo indígena no es mexicano y que México hace mucho, pero mucho tiempo que dejo de verse como indígena.
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Por alguna extraña razón encuentro fascinante la idea del nacionalismo; la percepción de la grandeza de un país, estado o nación, manifestada en los actos que se realizan para lograrlo, conlleva para mí un vínculo con la Historia que simplemente explica y hacer perduras la imagen social sobre sí misma.

Maniqueísmos aparte, desde el complejo nacionalismo alemán -Sacro Imperio Romano-Germánico, Bismark y Hitler-, al "simple" Destino Manifiesto; las grandes proezas llevan a la comprensión de las debilidades y fortalezas de sus sociedades, puntos que bien tratados, hacen que la comunidad encuentre el camino a cada paso que da y mejore ya no tanto su calidad de vida, sino el sentido de la misma.

En una visión tal vez muy simple, creo que cuando tenemos en mente la "misión general" como nación, nos damos cuenta de la importancia capital de nuestro papel social: tomamos conciencia de que nuestros actos forman parte de la vida general, que no somos entes aislados viviendo en sociedad por accidente, e incluso el ideal capitalista del beneficio individual, toma mucho más sentido al hacer partícipe a la comunidad de aquello que nos satisface.

¿A qué lleva todo esto? Tal vez no sea gran cosa -aunque si lo escribo es porque lo creo-, pero considero que a los mexicanos nos hace falta un "destino" real y tangible que nos haga empujar parejo por el bien común. De sobra se conoce que los valores de la democracia mexicana apenas y fueron cimentados en la transición del año 2000, y que a 13 años de ello parece que no ha logrado germinar más allá de un triste remedo de "primavera árabe" -que también falló en Egipto, cabe aclarar-.

Creo que hace falta cultivar nuestro nacionalismo, la patria ver-da-de-ra, porque si algo ha destacado en México, es vender un trozo de la Historia como un conjunto generacional. Podemos recordar el indigenismo de los gobiernos populistas, imponiendo a los mexicanos la visión del "indio bueno" sobre el "invasor malo"; también tenemos el clásico sentimiento "antiestadounidense", diluido con Coca-Cola Light; o el intento de Pascual Ortiz Rubio en 1930, por imponer un culto "navideño" a Quetzalcóatl.

¿Estamos conscientes de qué causa esta falta? Entre un lado y otro de la sociedad se culpan por la fracaso de la democracia "real" en México; los resentimientos de la revolución, de los setenta años de unipartidismo, y es especial la falta de educación sobre el tema, no permiten que los mexicanos nos demos cuenta de que como sociedad, carecemos de rumbo y de visión sobre lo que queremos hacer con nuestro país.

Por un lado, las cruzadas contra la pobreza; del otro, la defensa de los niveles macroeconómicos; el estado de bienestar o el neoliberalismo; todos los "ideales" que la sociedad ha adoptado se convierten invariablemente en banderas no compartibles y excluyentes, ya que son grupos sociales y no el conjunto de la nación quien considera tales o cuales como la "urgencia" nacional de la temporada.

A los mexicanos nos falta grandeza de miras, nos falta reconocer que somos una nación producto del choque de dos concepciones de la vida; se hace imperativo dejar en claro que el mexicano no español o indígena, que lo indígena no es mexicano y que México hace mucho, pero mucho tiempo que dejo de verse como indígena.

Nuestra Historia parece un compendio de reacciones e imposiciones, resentimientos y venganzas mal planeadas, que al final se convirtieron en el lastre que nos impide actuar con el pragmatismo necesario para crecer, tener visión, objetivo, y ser "alguien" no ante el mundo, sino ante nosotros mismos.

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