Carlos Fuentes y el espejo de la identidad

El día 15 se cumplió un año de la muerte de Carlos Fuentes, y a pesar de que en la televisión mexicana y los círculos de la literatura le hacen homenajes y reseñas, lo cierto es que poca gente se acordó de la fecha... lo que realmente no es nada raro en el México actual, y no por "ignorancia": simplemente el país está con otras cosas en la psique popular.
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El día 15 se cumplió un año de la muerte de Carlos Fuentes, y a pesar de que en la televisión mexicana y los círculos de la literatura le hacen homenajes y reseñas, lo cierto es que poca gente se acordó de la fecha... lo que realmente no es nada raro en el México actual, y no por "ignorancia": simplemente el país está con otras cosas en la psique popular.

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Por mi parte, si bien no soy dado a los homenajes o añorar escritores, sí me vino a la mente el legado de Fuentes pero no en la ideología nacional, no por darle vida a la Ciudad de México en "La región más transparente", o por los vericuetos mentales de la magna y complicadísima "Terra Nostra". Entrando al mundo de mis recuerdos, rememoré no al hombre que no conocí, sino al escritorio que sí leí y que me dejó la curiosidad "perfecta" que, aunado a otros textos y situaciones, me hicieron darme cuenta de la complejidad cultural que me forma como mexicano.

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De adolescente leí "El Espejo Enterrado" (1992), el libro-ensayo de Carlos Fuentes fuente sobre la identidad nacional escrito en el marco conmemorativo de los 500 años del "descubrimiento" de América. Esa obra me gustó mucho más de lo que en su momento acepté; el recorrido por la historia de la cultura de América Latina y la premisa -al menos la que capté y disfruté- sobre que somos parte de una cultura "global" con raíces en muchos mundos -indígena, español, mestizo, mulato, europeo-, significó para mí la sacudida necesaria para olvidar paulatinamente las taras mentales que la educación priísta infundió a mi generación y que se ejemplifica en el simplista indigenismo de "México sólo es lo indígena".

"El Espejo..." me permitió no sólo conjeturar sobre la realidad cultural-social de México, sino conocer sus orígenes históricos y las divertidas -a mi modo lo son-, trampas con que los indígenas imbuían a sus dios en la cultura católica, y cómo esta permitía disfrazar sus ritos a fin de atraerse la simpatía de los naturales americanos. Para mí, un adolescente promedio, leer estos datos me permitió encontrarle el por qué de mis propias dudas y, si bien jamás llegué a la universidad, cimentó mi pasión por el estudio de la historia.

Este libro-ensayo no me convirtió en un iconoclasta de la cultura mexicana y sus mitos, siento reconozco que me hizo más consciente sobre la complejidad de mi país, de la cultura histórica que fluye en América Latina, dándome cuenta de que nuestra carencias en temas tan ahora en boga como la democracia, justicia y equidad, tienen sus raíces en hechos como el choque cultural colombino, la desacralización de la cultura religiosa de los pueblos originarios, el traumático cambio de usos, costumbres y dioses; y por último, en nuestra incapacidad para aceptarnos como lo que somos, unos híbridos multiculturales que a más de 500 años de nuestro nacimiento, aún renegamos de uno de nuestros padres.

En fin. Ese es el Carlos Fuentes que recuerdo, el autor que sí leí y que sí me hizo reflexionar, aunque desconozco si mi conclusión sobre su libro le hubiera gustado o no: si el espejo que muestra nuestra imagen verdadera está enterrado en las arenas de la historia, creo que aunque lo encontremos, no tendremos el valor para vernos en él.

Adiós a Carlos Fuentes

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