Ayotzinapa: Un caso sin solución

No soy activista, ni "anarco", pero si algo generó lo acontecido el 26 de septiembre del año pasado, es poner en boca de todos, la impunidad y desvergüenza de los actores de gobierno y la sociedad misma.
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Los mexicanos vivimos con una venda en los ojos, un tapón en los oídos y la boca descubierta. Dudamos de todo, en especial de la verdad... cualquiera que ésta sea.

Las revelaciones de la Procuraduría General de la República sobre los normalistas desaparecidos en Ayotzinapa, Guerrero, además del horror, vergüenza e indignación, pusieron de manifiesto que este caso nunca será resuelto, no por incapacidad técnica o científica, sino por la naturaleza desconfiada de los mexicanos hacia sus autoridades, y el hecho de que no existe una verdad absoluta que satisfaga a la idea de la realidad que cada uno ha creado sobre los estudiantes.

La razón de esta desconfianza se encuentra en la venda y el tapón, pues pareciera que el Gobierno Federal se empeña en no darse por enterado de la crispación al llamar a los mexicanos a "no quedar atrapados" en el caso de los normalistas, cual si su desaparición, homicidio e incineración, fueran algo intrascendente.

No soy activista, ni "anarco", pero si algo generó lo acontecido el 26 de septiembre del año pasado, es poner en boca de todos, la impunidad y desvergüenza de los actores de gobierno y la sociedad misma, por hechos y omisiones que desembocan no sólo en la muerte de los 43, sino de los miles de casos aislados y no documentados que golpean a todos los mexicanos. Pedirnos dar vuelta de hoja al caso, es por decir lo menos, un insulto.

Desde ayer, las revelaciones de la PGR "demuestran científicamente" que los estudiantes fueron ejecutados porque un grupo del crimen organizado -coludido con las autoridades de Iguala-, sospechó que éstos pertenecían a una organización antagónica. Es cruel, duro, casi inverosímil, y ese "casi" es suficiente para que el mexicano descarte completamente las evidencias presentadas, y se plantee dudas -algunas serias, muchas risibles-, que, siendo honestos, jamás tendrán respuesta, porque el desencanto de la sociedad no busca soluciones reales, no quiere la verdad, sino quien le pague los agravios.

México no encontrará la paz social que necesita para salir adelante, mientras no seamos capaces de aceptar el egoísmo inherente en nuestra incredulidad. Ayotzinapa es sólo una cuenta del rosario de injusticias que vivimos día a día, un gota en el mar de dudas que cada jornada cargamos como sociedad cansada y harta de un gobierno sordo, ciego y hablador.

Sin embargo, esos agravios tienen su origen en nosotros mismos: ¿dónde estaban nuestras sospechas cuando se eligió a la autoridad? ¿Por qué no gritamos cuando el candidato pasa por nuestras casas con promesas vacías? Los mexicanos nos sentimos agraviados, pero no hemos sido capaces de quitarnos la venda y el tapón para señalar a los culpables de nuestras afrentas, tal vez, porque nos da miedo reconocer que los responsables somos nosotros, que el abismo entre la verdad y "la verdad", sólo es producto de nuestros prejuicios.

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