Historia de un iPhone robado

Andrea empezó a buscar desesperadamente su teléfono. Pensó que tal vez lo había dejado en 'silencio'. Buscó, no encontró, rezó, volvió a buscar, volteó la bolsa en la mesita, volvió a guardar todo y se sintió muy enojada.
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Capítulo 1

Andrea estaba en la cafetería que queda a sólo unos pasos de la oficina de su cliente cuando perdió su iPhone. Pidió un té de menta y después de decir que no, no y no a la leche de arroz, al sirope de vainilla y al endulzante de stevia rebaudiana, se sentó a trabajar en una mesita que estaba en el área no soleada de la terraza.

Se adentró tanto en la redacción de su texto que no atendió Twitter, Facebook ni WhatsApp durante casi dos horas, pero esto último la sacó de su concentración: en dos horas no había recibido ni un mensaje de WhatsApp. Eso era extraño tratándose de Andrea en un día normal de trabajo. Solía recibir decenas de mensajes de sus clientes que, si bien no atendía de inmediato, la mantenían siempre alerta.

Empezó a buscar desesperadamente su teléfono. Pensó que tal vez lo había dejado en 'silencio'. Buscó, no encontró, rezó, volvió a buscar, volteó la bolsa en la mesita, volvió a guardar todo y se sintió muy enojada. Volteó a otras mesas como para comprobar si a su iPhone no le habían salido alas y con ellas hubiera cambiado de sitio. Fue hasta ese momento que Andrea aceptó su desesperación. Se obligó a calmarse e hizo el recuento interno de los hechos:

-- Fui, pedí el té. Me senté, puse mi teléfono en la mesita y como a los 20 minutos un barista vino a limpiar. Me preguntó si necesitaba algo más, le dije que no pero aprovechó para llevarse las basurillas, el cenicero que nunca usé y.... y claro, se llevó mi teléfono. ¡Claro!

Andrea lamentó no recordar su rostro. De hecho, lamentó no haber volteado a verlo en ningún momento. Reclamó e hizo todo hasta donde su prudencia le permitió para tratar de recuperarlo pero nadie le dio señales de su iPhone 4S que ni apreciaba tanto. Andrea tomaba siempre el teléfono que el plan incluía. Nunca gastaba de más en algo que era una herramienta de trabajo. Pero sabía que la necesitaba.

Desde su laptop entró a Internet a hacer un par de consultas. Así se enteró que al reportar su iPhone como robado tendría que desembolsar una fortuna para tener otro igual. Entonces pensó en cancelarlo, pero eso resultaría peor porque había firmado un plazo forzoso de dos años; plazo que apenas había iniciado. Andrea era correctora de estilo freelance. Su carga de trabajo subía y bajaba igual que sus ingresos, así que no podía darse el lujo de perder dinero.

Se serenó. Recordó que había instalado 'Find My iPhone', una app que servía para rastrear el teléfono a través de GPS y bloquear los datos para que nadie más los viera. Además emitía un sonido de alerta para ahuyentar al maleante (lo cual le parecía ridículo e inservible desde que leyó la reseña). También había descargado 'Navizon' y 'Prey' que, según su buena memoria, servían más o menos para lo mismo. De todas esas aplicaciones eligió 'Prey' para rastrear su teléfono. No era la mejor, pero le parecía la más fácil de usar. Sólo tenía que entrar a un panel de control desde su navegador, ingresar e-mail, contraseña y listo.

'Find My Phone':
find my iphone

'Prey':
prey

'Prey' le arrojó el resultado que ella esperaba. Su iPhone estaba cerca. Muy cerca. A 30 metros en dirección a su oficina. Lo que le asombró es que no se movía de ahí. El ladrón podría estar en el lobby de la oficina de su cliente haciendo su primer llamada desde su nuevo teléfono robado. Y con saldo robado también. Esta idea enfureció a Andrea, así que cerró su laptop, bebió el último sorbo ya frío de su té y corrió a buscar al delincuente.

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