Carta a un ciudadano americano. Sobre héroes y tumbas

La desigualdad en América Latina desconoce los derechos fundamentales de los más pobres. Los segrega de manera tan brutal como los blancos del Alabama segregaban a los esclavos.
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Es posible observar el video en la Bienal Internacional de Arte de Cartagena.

Un sepulturero cuida una tumba, podando el pasto de la cruz que la cubre. Lo hace con extremo cuidado y precisión. Baja la altura de la cruz un par de centímetros, primero de un lado, luego del otro, después a lo largo. El video es silencioso y aunque podría ser perturbador, y por supuesto que lo es, tiene algo también profundamente sereno.

La tumba está en La Dorada, ese pueblo a orillas del Río Magdalena, azotado por un calor infernal. El muerto que está enterrado allí, no tiene nombre ni apellido, es un NN, uno de decenas de miles de colombianos asesinados en el conflicto armado que lleva más de medio siglo. Era un señor mayor.

Al sacarlo del río, el sepulturero pensó que si su padre viviera se parecería a ese muerto. Desde entonces adoptó esa tumba, como si fuera la de su padre, y la cuida con amor de hijo.

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El sepulturero vive de milagro. Veinte años atrás su mejor amigo entró a la guerrilla, y su primera misión, diseñada para demostrar lealtad al Frente, fue la de asesinarlo. A él, a su mejor amigo. Incapaz de hacerlo, le rogó que se fuera del pueblo. Así llegó a La Dorada, así se hizo sepulturero, y así está eternizado en el video del artista Juan Manuel Echavarría que se ve en el segundo piso del museo de Arte Contemporáneo de Cartagena, durante la Bienal.

Echavarría ha hecho innumerables trabajos alrededor del tema de las masacres paramilitares y de la guerrilla. Fotos de lápidas, usualmente rodeadas de flores, ilustradas con frases macabras: gracias por el favor recibido, "escojido" NN(sic), etc. Una tumba escogida es la que adopta un habitante del pueblo para cuidarla, por lo cual del ultramundo deben llegar favores. Echavarría ahora trabaja fotografiando escuelas abandonadas, pizarras, pupitres, fachadas.

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Pensé en ese tema mientras veía la película The Butler, que tiene una actuación brillante de Forrest Whitaker, como mayordomo principal de la Casa Blanca. La película pone en contraste la vida de este afroamericano vestido de corbata negra y guantes blancos con la lucha por los derechos civiles y la igualdad racial que lidera su hijo mayor. En los treinta años de servicio del mayordomo, los Estados Unidos pasaron del Klu Klux Clan y la segregación más brutal al respeto de los derechos de todos los ciudadanos sin importar su raza, su religión, su origen. Su hijo Louis representa a esa generación que luchó por esos derechos y que llegó a gobernar los Estados Unidos de la mano de Obama.

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La obra de Echavarría y la película me hacen pensar en que la lucha por los derechos civiles en América Latina no ha terminado. Es más, no ha ocurrido de frente porque la segregación brutal tampoco lo es. Quiero decir, es una segregación. Es brutal. Pero no se da de frente. Es velada.

La desigualdad en América Latina desconoce los derechos fundamentales de los más pobres. Los segrega de manera tan brutal como los blancos del Alabama segregaban a los esclavos.

Discrimina, también y con la misma eficacia, a las minorías raciales, a los afros, a los indígenas. El status quo imperante ejerce una violencia sostenida contra los más débiles y su lucha no tiene líder visible, no tiene aliados poderosos, carece de una ideología precisa. La izquierda latinoamericana ha sido -quizá con la excepción del Brasil de Lula- absolutamente incompetente en la defensa de los más débiles y en algunos casos, como en Venezuela, su discurso sólo ha servido para llenar las arcas de los dirigentes del Socialismo del siglo XXI.

Hay países en los que se ha avanzado mucho en la modernización o inclusión de instrumentos constitucionales de protección de derechos fundamentales. La Constitución colombiana de 1991, redactada por una Asamblea en la que había un tercio de constituyentes de la guerrilla del M19, desmovilizada un año antes, es un buen ejemplo de la manera como es posible proteger derechos de las minorías con instrumentos realmente útiles. La tutela obliga a un juez a tutelar los derechos fundamentales que no han sido respetados, en un plazo perentorio y mínimo.

El mundo que hacía posible un mundo con el Klu Klux Klan activo tenía como amparo institucional la ausencia de derechos fundamentales y de instrumentos para protegerlos.

Ese es el mundo en el que el sepulturero de La Dorada cuida una tumba de un NN -uno de los muchos que baja por el río- que bien podría ser su padre.

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