Carta a un ciudadano americano. La apuesta por la paz

Es el viejo y triste juego de la guerra y de la paz. El de las palomas y los halcones. Unos que juegan a ser "duros" y otros que tratan de apostarle a una esperanza tratando de evitar que los muestren como "débiles".
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"Nunca hubo guerra buena ni paz mala", es una de las frases más citadas de Benjamin Franklin. Se cae de su peso, pensaría uno. Pero no, hay en el mundo, y sobre todo en medio de la puja política por el poder, quienes dirían todo lo contrario. Tanto en Estados Unidos como en Colombia, esta misma semana, en temas muy diferentes, hay voces que prefieren la guerra a la paz.

Siempre que se abre una opción de paz, en medio de un conflicto, surgen dos tipos de voces: aquellas que promueven la búsqueda de la paz y los que desconfían.

En política, esto suele abrir una brecha entre débiles y fuertes (si los desconfiados logran imponer su modelo de interpretación) o entre la esperanza y el miedo (si sucede lo contrario). De quién gane ese pulso depende en buena medida el avance hacia la paz cuyo éxito ya no dependerá del apoyo de la opinión o de un modelo de interpretación, sino de los hechos concretos que permitan construir un escenario de confianza y de paz.

Es lo que se vive hoy entre Irán y Estados Unidos y, en otro mundo completamente diferente, es lo que vive Colombia en su negociación con la más antigua guerrilla del mundo, las Farc.

En ambos casos quienes confían son tildados de débiles y en ambos casos quienes le apuestan al fracaso de la paz podrían llevar a décadas de más muerte luego de perder una clara oportunidad de paz.

El mundo fue sorprendido estos días por el anuncio que hizo el nuevo presidente de Irán, Hasán Rohani, que luego formalizó ante la Asamblea General de la ONU, de hacer todo lo que esté a su alcance para lograr la paz con los Estados Unidos, incluyendo ofrecer garantías de que su programa de enriquecimiento de uranio no será usado para fines militares. Con gran cautela pero también de manera audaz, el presidente Obama habló con Rohani por teléfono. Es la primera vez en más de 30 años que hablan los mandatarios de esos dos países.

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La conversación duró 15 minutos y abrió la posibilidad de que, de parte de Irán, haya "medidas"significativas" y "verificables" al respecto que permitan levantar las sanciones que pesan sobre ese país.

No es poca cosa. Irán juega un papel fundamental en la región. Ocupa el cuarto lugar en tamaño de reservas petroleras y el primero en gas en el mundo. La comercialización de esas reservas, uno de los efectos del levantamiento de las sanciones, tendría necesariamente un efecto sobre el precio de la energía en el mundo.

Pero más allá de eso, desactivar las tensiones en la región, con el jugador más importante, al tiempo en que estalla Siria, resulta fundamental.

Pero tanto en la región como en los Estados Unidos surgen voces de protesta. Un asesor del más probable candidato republicano, Mitt Romney, habló de la necesidad de apoyar un ataque militar israelí contra Irán (Romney tuvo que desmentirlo) y el propio dirigente ha hablado de que la iniciativa de Irán busca poner a prueba "las defensas morales" de los Estados Unidos.

En los medios los republicanos han intentado caricaturizar a Obama como débil y como alguien que prefiere hablar con un país que tiene secuestrados a ciudadanos de Estados Unidos (hay tres en la cárcel) que hablar con la oposición doméstica sobre el tema del abismo fiscal, que podría poner a los Estados Unidos en paro desde la próxima semana.

Es el viejo y triste juego de la guerra y de la paz. El de las palomas y los halcones. Unos que juegan a ser "duros" y otros que tratan de apostarle a una esperanza tratando de evitar que los muestren como "débiles".

Todo el mundo sabe que el resultado pacífico es ideal y todo el mundo sabe que ese resultado no puede ser a cualquier precio y que las concesiones del enemigo deben ser verificables.

Pero mientras que los optimistas le apuestan al éxito del proceso los adversarios quieren que fracase.

Algo similar pasa con el más antiguo conflicto interno que hay en el hemisferio. El de Colombia.

Las conversaciones de paz que se llevan a cabo en La Habana, a paso de tortuga gracias a una guerrilla arrogante, reducida militarmente a unos 8 mil hombres y mujeres, una tercera parte de ellos menor de edad en un país de 45 millones de personas, pueden llevar a la paz en Colombia. El gobierno del presidente Santos tiene en ello invertido su prestigio y su futuro: podría lanzarse a reelección en las elecciones de mayo próximo.

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Pero un expresidente muy popular, y quien logró en su mandato de ocho años debilitar significativamente a la guerrilla, se opone a esas conversaciones. Primero lo hizo de manera radical: no se habla con terroristas, dijo Alvaro Uribe. Pero su propio gobierno logró la desmovilización de terroristas similares: los paramilitares, una fuerza antiguerrrillera financiada por el narcotráfico. De manera que se pasó a una frase que podría ser la del Tea Party: paz sí, pero sin impunidad.

Hombre claro. Nadie quiere paz con impunidad.

Pero en la política lo que menos importa es el proceso de paz. Lo que a los políticos les importa es ganar en el juego político buscando un posicionamiento estratégico mejor que el del adversario.

La búsqueda de la paz requiere de gran coraje. Explicar la paciencia y la perseverancia, ante las arrogantes manifestaciones del enemigo, es de una gran complejidad. Y trae costos políticos muy grandes. Si hay un beneficio, ése sólo llega al final. Mantener la esperanza de que la paz es posible, pese a todo, es la primordial necesidad estratégica de quien busca la paz mediante el diálogo.

El ataque a la paz no requiere de coraje. Es matonería pura. Duda. Miedo. Facilismo político. Nada elaborado. Basta con decir, "si ya nos engañaron una vez, por qué vamos a creerles ahora?"

Y entonces llega la guerra con todos sus generales, con toda su muerte, con toda su miseria.

Y ya lo dijo Franklin: no hay guerra buena.

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