Carta a un ciudadano americano. El desacato y el poder presidencial

FDR era Gobernador de Nueva York, acababa de recibir el apoyo de Long para su candidatura demócrata, el Presidente era el republicano Herbert Hoover y el año era 1932...
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Franklin Delano Roosevelt decía que Huey Long, el jefe político de Louisiana, un verdadero dictador, que cargaba siempre un revólver al cinto, era una de las dos personas más peligrosas de los Estados Unidos. La otra, según FDR, era el general Douglas Mac Arthur.

FDR era Gobernador de Nueva York, acababa de recibir el apoyo de Long para su candidatura demócrata, el Presidente era el republicano Herbert Hoover y el año era 1932.

MacArthur era el empecinado Comandante de las Fuerzas Armadas y Eisenhower uno de sus asistentes. Con el apoyo no entusiasta de Ike, aquel había aplastado una huelga de veteranos de guerra que habían llegado de todos los lugares del país para pedir que les pagaran sus bonos de jubilación con anticipación porque estaban muriendo de hambre. Al fin y al cabo el país llevaba tres años en una severa Depresión económica y millones habían perdido sus empleos. Los protestantes, poco menos de 20,000 más sus familias, fueron conocidos como el "Bonus Army", el Ejército de los Bonos.

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La anécdota del sofocamiento militar del Ejército de los Bonos es narrada por William Manchester en su gran libro The Glory and the Dream. Hoover, un presidente que no salía de la Casa Blanca y que comía con gran pompa aún si su compañera de mesa fuese únicamente su esposa, para dar ejemplo a un país deprimido de "dignidad ante las dificultades", había dado la orden de expulsar de la capital, con el uso de la infantería, a los huelguistas. Olían mal, daban mal ejemplo para los representantes diplomáticos residentes en la capital, ejercían una presión exagerada sobre el Congreso y usaban espacio y agua que, en ese verano de 1932, eran, para el Presidente, vitales para el normal funcionamiento de la ciudad.

Pero Hoover dio otra orden a MacArthur, la de no perseguir a los veteranos más allá del Río Anacostia. Sólo tenía que llevarlos hasta el otro lado del puente. Que Virginia se encargara de ellos.

MacArthur desatendió la orden, cruzó el puente con sus tanques, quemó los campamentos de los protestantes y aplastó a los veteranos. Al terminar, elogió al Presidente por haber tomado la decisión de parar una ofensiva destinada a poner en peligro a los Estados Unidos. Hoover no lo contradijo.

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En esencia, el poder no es algo monolítico, que alguien tiene por virtud de una elección, y que ejerce en soledad. Es algo que está distribuido entre diversas instituciones, constitucionalmente, y que va más allá del Estado. Los ricos, las potencias extranjeras, las iglesias, la sociedad civil, las minorías, los grupos de interés, los sectores productivos, los sindicatos, y muchos otros tienen, sin duda, algo de poder. Esto no es malo, es bueno. Es un balance contra el ejercicio arbitrario del poder. Pero otra cosa muy diferente es el desacato, cuando un inferior jerárquico del Presidente desobedece una orden.

Así parece haber ocurrido con la decisión que tomó la Agencia Nacional de Seguridad de espiar no sólo a ciudadanos de otros países sino también a ciudadanos de los propios Estados Unidos. No es claro si Obama sabía que lo estaban haciendo. Por lo que ha dicho o por la manera como no ha dicho que sí ni que no, pareciera que no sabía.

El debate, como lo narra Lawrence Wright en The New Yorker esta semana, ha tomado un rumbo curioso: con pocos días de diferencia dos jueces (uno en Washington DC y otro en Nueva York) han tomado decisiones diametralmente opuestas sobre el tema. El tema terminará quizás en la Corte Suprema de Justicia, en este caso el poder supremo que puede dirimir las diferencias entre unos y otros.

En el hemisferio hay evidencias de esa fractura de poder que lleva a que existan diversos poderes en acción, con tensiones internas seguramente pero no a la vista del electorado, y evidentes desacatos. No es claro, por ejemplo, quien manda en Venezuela. ¿Maduro, el elegido de los cubanos y de Chávez moribundo? Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea y dueño de los negocios del Estado? ¿El Ejército, que ha ejercido poder y controla la importación de alimentos, uno de los negocios más grandes de Venezuela, y cuyos integrantes ocupan varios ministerios y agencias estatales? Y ¿acáso esa es la pregunta? O más bien, ¿quién manda en qué temas?

En México hay graves evidencias de un poder fragmentado. Una de las primeras decisiones de Peña Nieto fue la de ordenar el arresto de Elba Esther Gordillo, líder sindical de los educadores mexicanos, por malversación de cerca de 200 millones de dólares. Gordillo coexistía con los poderes establecidos en México y era muy poderosa. Falta sin duda tela por cortar pero la decisión valiente de Peña Nieto va en la dirección correcta. Muy pronto sabrá si sus fuerzas de seguridad -Policía y Ejército- lo acompañan de veras en sus iniciativas.

En Colombia, durante los 70 y 80 los presidentes descabezaban con frecuencia a los ministros de Defensa o por bocones o por desacatos no siempre abiertos a la luz pública. "Si lo despido puede que me tumben, pero si no lo destituyo, sabrán que me tumbaron", parecían pensar los presidentes colombianos. Al otro día el titular en El Tiempo era, invariablemente, "Ruido de sables". Hoy ese ejército es uno de los más grandes de América Latina, porque enfrenta el conflicto interno más antiguo así como el problema de bandas criminales asociadas con el narcotráfico y actúa sometido al poder político, pero es claro que ha habido momentos en que algunos han cruzado el puente, como MacArthur.

El Presidente Obama es visto, fuera de los Estados Unidos como un hombre muy poderoso. Pero adentro, la oposición y un electorado que hasta ahora no la castiga lo suficiente por sus radicalismos, lo han llevado a una parálisis del ejercicio real de su poder. Se parece a Gulliver, atado por los enanos en las playas de Lilliput. La esperanza de muchos es que después de las elecciones de Congreso, Obama gaste lo que queda de su capital político haciendo cosas que no pudo lograr para su propio país en los ocho años en que habrá sido Presidente de Estados Unidos.

Si Obama logra consolidar la reforma a la salud y la recuperación económica, derrotar a los republicanos de tal manera que el Tea Party sea cosa del pasado y reconstruir la confianza perdida entre los aliados por el espionaje indiscriminado de los Estados Unidos, será un Presidente con un legado poderoso. Si además logra que quienes desacataron sus órdenes o fueron más allá de la Constitución, regresen al corral, su legado será histórico.

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