Carta a un ciudadano americano, cuarta parte: desde Patmos

¿Cómo salir de la crisis? Cuál debería ser la agenda de los países que quieren reinventarse para reencontrar la senda de crecimiento?
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A la cueva de San Juan se llega ascendiendo por una carretera angosta que huele a pino y a romero. Abajo está Skala, el puerto. Arriba está el monasterio de Chora (pronunciado Jora). A medio camino entre uno y otro está la cueva donde Juan, el Evangelista, escribió el Apocalipsis durante su exilio en esta isla de Patmos entre los años 94 y 96 DC. En el verano, todas las islas griegas se llenan de turistas. Esta, quizá por su lejanía, no tiene tantos y muchos de ellos son griegos de Atenas, que escapan de las hordas de turistas que acechan a la capital y a las islas más cercanas.

La cueva es siempre sobrecogedora. Juan, conocido también como Teologos, aquel que disemina la palabra, no sólo protagoniza el Evangelio más interesante de los cuatro y quizá el menos fiel a la historia, sino que conmueve con su visión tremenda del fin del mundo.

Estar aquí luego de que Grecia, y con ella el mundo, han vivido en los últimos meses al borde del abismo, aterra aún más.

"Las montañas griegas", dice Nikos Kazantzakis, "han sido testigos de tanto esfuerzo humano, que uno no puede sino temblar al ver que aquí, en estas montañas y playas, el destino de la humanidad ha estado en juego". En ese entonces por encontrarse en el cruce de caminos entre el Oriente y el Occidente, y también por traer consigo la mayor riqueza cultural, la mayor sabiduría.

Ahora, por la prosaica razón de estar quebrada. "Grecia", dice el editorialista de The New Yorker, en "Talk of the Town", "es el país más rico del mundo que no produce absolutamente nada".

¿Cómo salir de la crisis? Cuál debería ser la agenda de los países que quieren reinventarse para reencontrar la senda de crecimiento? Thomas Friedman, el columnista del New York Times podría tener una respuesta a esa pregunta.

En una columna reciente publicada en el International Herald Tribune titulada "La plataforma de lanzamiento", Friedman afirma que ha visto campañas presidenciales malas en tiempos buenos, y campañas buenas en tiempos malos, pero dice que no recuerda haber presenciado "una peor campaña en un tiempo tan malo".

Una campaña en la que, en sus palabras Romney no habla de nada y Obama sólo habla de Romney. Así las cosas, Friedman sugiere una visión presidencial que recupere a EE.UU. como "plataforma de lanzamiento" de las nuevas empresas, los llamados "start ups", los inventos de los emprendedores, el verdadero motor de Estados Unidos.

Dice que para aspirar a ser la mejor plataforma de lanzamiento para nuevos emprendimientos, EE.UU. debe tener la fuerza laboral más productiva; sus mercados deben ser los más libres y confiables; su infraestructura y ancho de banda las más avanzadas; su apertura al talento extranjero la más ambiciosa; su financiación a la investigación la más generosa; su estado de derecho, protección de patentes y el amigable régimen tributario para inversiones, la envidia para el mundo; su sistema educativo sin rival alguno; la moneda y las tasas de interés las más estables; su medio ambiente el más limpio; su sistema de seguridad social el más eficiente y sus reservas energéticas las más seguras, limpias y costo-eficientes.

Es mucho lo que le falta a Estados Unidos para alcanzar todo eso, pero es muchísimo más largo el trayecto que tienen los demás países para alcanzarlo.

En América Latina, sufrimos de una enfermedad mental que nos impide buscar estas metas: el subdesarrollo. No es apenas una condición objetiva. Es una manera de ver el mundo, de echarle la culpa a los demás por los problemas propios, de pensar, como lo dice Michael Reid, editor de The Americas en The Economist, en su libro reciente (El Continente olvidado: la batalla por el alma de América Latina), que somos ricos porque tenemos recursos naturales y no que sólo seremos ricos si tenemos capital humano educado, productivo y altamente competitivo.

Para alguien culto como Reid o Friedman, las discusiones imperantes en la política en varios países de América Latina, resultarían (o resultan, en el caso de Reid), surrealistas.

Los líderes políticos van arrastrados por una opinión muchas veces desinformada, plagada de lugares comunes de los años sesenta y setenta, de imágenes antiimperialistas originadas en una revolución cubana que hoy sólo tiene un pueblo muerto de hambre y aplastado por una minoría burocrática corrupta.

Los países de América Latina que han logrado despegar sus sistemas de la retórica castrista (Chile, Uruguay, Colombia, Perú, México, Costa Rica, aún Brasil), son cada uno a su manera plataformas de lanzamiento. Reciben inversión extranjera, su sector privado genera empleos, sus sistemas de seguridad social avanzan en la construcción de una institucionalidad solidaria y eficiente y la lucha contra la corrupción va en serio. Es la Constitución la que garantiza la estabilidad, no los caudillos. Los índices de pobreza bajan en todos estos países. Y se habla más de educación que de compras militares.

Lo que Friedman propone para la campaña de Obama debería ser la Agenda Obligada para América Latina de aquí al 2020. La endeudada Europa podría caminar también por ese sendero una vez logre apretarse el cinturón.

*Miguel Silva, colombiano, fue Secretario General de la Presidencia de Colombia y fundó la revista Gatopardo. Es periodista y consultor en comunicaciones estratégicas.

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