Carta a un ciudadano americano. Gabo, la sonrisa del sabio

Así lo recordaré siempre. Riendo, vencedor de otra batalla contra fuerzas más grandes que él, en una imagen bonita de lo que fue toda su larga y maravillosa vida.
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CARTHAGENA - FEBRUARY 20: Colombian writer and Nobel prize in literature winner Gabriel Garcia Marquez poses for a portrait session on February 20,1991 in Carthagena, Colombia. (Photo by Ulf Andersen/Getty Images)
CARTHAGENA - FEBRUARY 20: Colombian writer and Nobel prize in literature winner Gabriel Garcia Marquez poses for a portrait session on February 20,1991 in Carthagena, Colombia. (Photo by Ulf Andersen/Getty Images)

En algunas cosas, Gabo era como un niño. Con la misma capacidad de juego y de goce que tienen los niños. Su muerte el pasado jueves me hizo recordar algunos momentos que viví a su lado y que fueron de gran alegría. Pienso que así deberían ser recordados quienes se van de este mundo antes que nosotros: por la alegría compartida.

Un día en la primavera de 1995 almorzamos en Washington con él. Como siempre la conversación fue animada y retadora. Al terminar dijo que quería ir a una librería. Fuimos a Olssons, en la Calle Wisconsin, con Prospect. Olsson´s era una de esas librerías con librero, donde no sólo se encontraban los libros de moda o actualidad sino, sobre todo, los libros buenos. Una de esas en las que era posible encontrar tesoros escondidos y donde toda visita era una aventura.

Por curiosidad Gabo fue hasta la letra G y buscó sus libros. Me agarró del brazo y susurró más curioso que irritado:

-No hay ni uno solo.
-No puede ser - le dije yo.

Mientras él buscaba un libro de Kawabata, le pregunté a uno de los libreros si tenían libros de Gabriel García Márquez.

-Por supuesto -me dijo, como si fuera algo tan obvio que no requiriera respuesta- están en la M.

Sus libros, todos las traducciones al inglés y algunos en español, estaban perfectamente ordenados bajo la letra M, de Márquez y no en la G, de García.

Gabo había encontrado La casa de las bellas dormidas, de Kawabata, y traía en su mano dos ejemplares. Sonreía. Le alegró saber que, aunque bajo la letra equivocada, sí estaban sus libros allí.

-Te voy a regalar uno de estos -me dijo -. Es un libro que ha influido mucho en la novela que estoy escribiendo.

El se refería a Memoria de mis putas tristes, que publicaría muchos años después, en 2004. Atisbos de la influencia de Kawabata habían aparecido antes en uno de los cuentos de Doce cuentos peregrinos, El avión de la bella durmiente, en el que una mujer hermosa duerme en el asiento al lado del narrador, en la sección de primera clase de un avión, en un largo viaje entre París y Nueva York.

Mientras caminábamos por la calle Wisconsin me contó que estaba pensando escribir una novela basada en una experiencia suya, cuando vivió en un burdel en Barranquilla, pero asociada a imágenes que le había dejado la novela de Kawabata. El nunca contaba los argumentos de sus novelas pero soltaba imágenes que tenía, como sueños anticipatorios de la novela que vendría.

No puedo decir que fui amigo cercano de Gabo, ni mucho menos, pero lo conocí y tuvimos mi esposa y yo la alegría de vivir varios momentos con él y con su mujer, la bella y alegre Mercedes.

Gabo tenía una relación cercana con el Presidente para quien trabajé durante cuatro años, César Gaviria, y con su ministro de Defensa y su Consejero de Paz, Rafael Pardo y Ricardo Santamaría. Se podría decir que tuve la enorme fortuna de heredar esos afectos.

Durante innumerables veces hablamos de política colombiana, de procesos de paz con la guerrilla así como de la búsqueda de mayores libertades en Cuba al igual que de conspiraciones legítimas para acercar a la isla y a los Estados Unidos. Si la diferencia entre un proyecto realizable y una vana ilusión es el tiempo que toma cada cosa para concretarse, podría uno decir que siempre hablábamos de proyectos alcanzables. Al fin y al cabo pensar hoy en el fin del embargo, en la construcción de una verdadera democracia en Cuba que reemplace pacíficamente a la dictadura castrista y en la paz en Colombia no resulta tan iluso.

Una de esas conversaciones terminó en que yo iría de enviado del gobierno a una reunión "secreta" con Henry Kissinger en su casa de campo en Kent, para continuar una conversación iniciada en la Casa Presidencial en Bogotá, sobre el asunto cubano. Esto era en 1991. Desde entonces, Gabo estaba buscando una puerta como la que encontraría años después con Clinton.

Durante largos meses pude ayudarle en la edición final del texto de Noticia de un secuestro (del cual guardo uno de los manuscritos, o debería decir, una de las versiones impresas, que me obsequió), porque los hechos que relata en su libro ocurrieron durante el primer año del gobierno Gaviria y a mí me había encargado el Presidente de ofrecer esa ayuda. Verlo trabajar con rigor absoluto precisando cada fecha, cada momento, cada decisión de política y cada frase, ayudaba a ver aunque fuera por unos momentos, la relojería disciplinada que movía la máquina creadora de Gabo.

Cuando fundamos la revista Gatopardo con Rafael Molano, actual director de GQ para América Latina, en 1999 en Bogotá, al amparo de Publicaciones Semana, pensamos que estábamos haciendo lo que Gabo siempre había dicho que debía hacer un periodista: contar historias.

Creamos una máquina para contar historias con un grupo nuclear pequeño -Marta Orrantia, Fernando Gómez, Juanita Uribe, Fernando Quiroz, Hernán Sansone, Luis Carlos Cifuentes, Alfonso Parra, y algunos pocos más- que se encargó de buscar cronistas en todos los diarios de América Latina, periodistas que tenían historias para contar y que en sus diarios no encontraban el espacio para el periodismo narrativo.

Gabo, que había adquirido en esa misma época a Cambio con un grupo de prestigiosos periodistas colombianos -Roberto Pombo, Ricardo Avila, Mauricio Vargas, Edgar Téllez, María Elvira Samper y Pilar Calderón- elogiaba a Gatopardo cuando nos encontramos pero dudaba, con razón, que la revista fuera un proyecto sostenible.

-Debe perder mucho dinero -me dijo un día en México.
-Todo -le decía siempre a manera de respuesta- pero nadie como tú sabe cuánto se goza con un juguete como ese.

¡Cómo gozaba la vida Gabo! Quería hacerlo todo. Cambiar el mundo. Escribir una mejor novela que la anterior, aunque la anterior fuera imbatible. Hacer una revista de periodismo de verdad. Crear una escuela de periodistas observadores y combativos. Explorar el cine. Perderse en la música. Comer bien, largo, con buenos amigos. Hacer amigos. Reír a carcajadas. Recordar historias de combate. Adorar a Mercedes. Decir que sus mejores obras eran sus hijos, no sus libros. Ir más allá de su corazón, que era gigante, para expresar cariño.

Y bueno, lo hizo todo.

Escribió los libros más importantes de la lengua española, ("desde el Quijote", dijo Neruda). Hizo una de las mejores revistas de periodismo del continente: Cambio. Creó la escuela de periodistas: la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que dirige con éxito Jaime Abello. Cofundó una escuela de cine: la Escuela de cine y televisión, de San Antonio de los Baños, en Cuba. Ganó el Premio Nobel de literatura a los 54 años y durante los siguientes treinta y dos años escribió novelas que habrían merecido ellas también, el Nobel (El amor en los tiempos del Cólera y El general en su laberinto). Ejerció una enorme influencia cultural, sociológica y política como ningún otro escritor durante ese tiempo. Hizo tantos amigos que no caben, que no cabemos, en el Internet desde el pasado Jueves Santo.

Un día por allá en el 2003, cuando ya había pasado la fase de quimioterapia contra un cáncer linfático que tenía y el cáncer estaba "en remisión", le pregunté como iba.

-Bien Caro Miguel. ¿Sabes una cosa? A mi lo que me va a matar no es el cáncer, ¡sino esos malditos exámenes de control!

Y se rió.

Así lo recordaré siempre. Riendo, vencedor de otra batalla contra fuerzas más grandes que él, en una imagen bonita de lo que fue toda su larga y maravillosa vida.

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