Carta a un ciudadano americano. Injusticia y Ansiedad

Acaba de finalizar uno de los experimentos del New York Times con su "Opinador". Se trata de la serie titulada "Ansiedad". El último de 70 ensayos, escrito por Daniel Smith, narra la historia de la hermana de Henry James, Alice, y de su alivio cuando sus médicos le informaron que moriría de un tumor canceroso. A los 42 años, esto pondría fin a una ansiedad crónica de la que sufría enormemente.
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Acaba de finalizar uno de los experimentos del New York Times con su "Opinador". Se trata de la serie titulada "Ansiedad". El último de 70 ensayos, escrito por Daniel Smith, narra la historia de la hermana de Henry James, Alice, y de su alivio cuando sus médicos le informaron que moriría de un tumor canceroso. A los 42 años, esto pondría fin a una ansiedad crónica de la que sufría enormemente.

Al tiempo que termina esta serie avanza otra, que se llama "La gran brecha" (The Great Divide). Dirigida por Joseph Stieglitz, "La gran brecha" busca entender los diversos aspectos de la inequidad en el mundo y de las políticas públicas que pueden resolver un problema que aqueja a todos.

El énfasis en todos no es gratuito. Para no ir más lejos el 23% de los niños en Estados Unidos vive en situación de pobreza. En el caso de Colombia, mi país, en los últimos tres años cerca de dos millones de personas han salido de la pobreza, pero hay aún más de cuatro millones que viven con menos de un dólar al día, es decir, que viven en situación de extrema pobreza, y alrededor de otros 8 millones que se pueden considerar pobres.

Uno de los artículos de esta serie combina los dos temas, la inequidad y la ansiedad y su tesis central es que la experiencia temprana de pobreza genera unas "cicatrices" de ansiedad que tienen serias consecuencias en salud, de tal manera que aquel que ha vivido la pobreza en su infancia y temprana adolescencia tiene mayor probabilidad de morir más joven que alguien que no estuvo expuesto a esa situación.

El ensayo, escrito por Moises Velásquez Manoff, se llama "Status y stress" y empieza con la siguiente afirmación:

"Aunque los profesionales se quejan de sus largas horas en el trabajo y sus carreras de alta presión, en realidad hay dos tipos de estrés: estrés corriente, y luego Estrés, con E mayúscula. El primero puede ser considerado como manejable, si bien se trata sin duda de algo desagradable en la vida; pero en una dosis adecuada puede, incluso, fortalecer la mezcla que lo hace a uno. El otro mata.

¿Cual es la diferencia? Los científicos han adoptado una explicación subjetiva: mientras más indefenso está uno al enfrentar un "estresor", más tóxicos son los efectos del mismo. El sentido del control tiende a disminuir en la medida en que uno desciende en la escala socioeconómica, con consecuencias potencialmente graves. Aquellos en los escaños inferiores son más de tres veces más propensos a morir prematuramente que aquellos que están arriba. También son más propensos a sufrir de depresión, enfermedad cardíaca y diabetes. Y quizás más devastador, el estrés de la pobreza en la vida temprana puede tener consecuencias que duran hasta la edad adulta".

Al terminar la lectura es fácil concluir que la inequidad es, entonces, no sólo una condición injusta sino un sufrimiento que trae consecuencias de salud pública y longevidad. Que esas consecuencias traen, para el sistema de salud, graves costos. Y que aunque sólo fuera por un cálculo de costo público, la guerra contra la inequidad debería ser la prioridad de todos los gobiernos.

No es así.

Las fórmulas de la guerra contra la inequidad están más o menos inventadas. Singapur, de acuerdo a otro de los artículos de la serie (Las lecciones de Singapur para una América inequitativa", del propio Stieglitz), ha demostrado que hay algunas medidas que resultan más o menos obvias, entre ellas:

•El gobierno se aseguró que los salarios más bajos no fueran empujados a niveles de explotación.
•El gobierno propició medidas para asegurar el ahorro privado para garantizar el retiro laboral. El ahorro colectivo tiene características progresivas: quienes más ganan más contribuyen.
•El gobierno invirtió seriamente en educación y en investigación científica, a la vez que otorgó educación gratuita universal, envió estudiantes al exterior y se aseguró que regresaran.
•El sistema de ahorro logró que cerca del 90 por ciento de ciudadanos fuesen propietarios de vivienda.
•El gobierno arbitró ("suavemente") en favor de las clases populares en las negociaciones laborales con el sector patronal.

"Singapur", dice Stieglitz, "se dio cuenta de que no podría progresar si la mayoría de sus ciudadanos no participaban del crecimiento o si grandes segmentos carecían de servicios de vivienda, salud y seguridad de retiro adecuados. Al insistir en que los individuos contribuyeran de manera significativa hacia su propio bienestar, evitó convertirse en un estado benefactor. Pero al reconocer las distintas capacidades de los individuos para satisfacer estas necesidades, creó una sociedad más cohesiva. Al entender que los hijos no pueden escoger a sus padres -y que todos los niños deben tener el derecho a desarrollar sus habilidades innatas- creó una sociedad más dinámica".

Alguna vez le oí decir a mi amiga sicóloga María Antonieta Solórzano que en el fondo del debate hay un problema de paradigmas.

Quienes viven en el paradigma de la escasez, dice ella, acumulan. Como ardillas en el otoño, piensan que va a escasear todo así que guardan la comida adentro de los troncos de los árboles, lejos de los otros animales, incluso de las otras ardillas, y protegen su propiedad con su vida.
Quienes, al contrario, entienden que el mundo es abundante y generoso, no acumulan sino que comparten.

No es un debate ideológico. Al fin y al cabo si hay gente que está llenando sus cuentas bancarias hoy día en América Latina son los cleptócratas de Venezuela que se declaran socialistas del siglo XXI. Es un debate humanitario. Y es, sin duda, el más urgente de los debates.

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