Carta a un ciudadano americano. El Cortázar que tanto quisimos

Carta a un ciudadano americano. El Cortázar que tanto quisimos
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PARIS, FRANCE - NOVEMBER 27: Argentinian writer Julio Cortazar poses at home on November 27, 2003 in Paris,France. (Photo Ulf Andersen/Getty Images)
PARIS, FRANCE - NOVEMBER 27: Argentinian writer Julio Cortazar poses at home on November 27, 2003 in Paris,France. (Photo Ulf Andersen/Getty Images)

julio cortazar

Hace cincuenta años Julio Cortázar escribió Rayuela, la mejor novela latinoamericana.

Yo, como colombiano, debería decir, que es Cien años de soledad. Y sí, esa es quizá la mejor novela latinoamericana. Pero para mí es la segunda. Aunque Gabriel García Márquez es, de lejos, mejor escritor que Julio Cortázar, la mejor novela para mí es Rayuela.

"¿Encontraría a la Maga?". Así empieza una novela de 155 capítulos que puede ser leída del 1 al 56 o siguiendo un orden que inventó el propio Cortázar en la idea de que el lector debía ser coautor de la obra literaria y no sólo lector "hembra", comentario que hoy sería "politically incorrect". Hay una tercera lectura que es la que el lector quiera, la que se le dé la gana.

Se trata de una novela europea decían algunos argentinos en los años setenta, cobrándole a Cortázar el hecho de vivir en París, de no estar involucrado con lo que sucedía en Argentina, con la lucha contra las distintas dictaduras. El defendió entonces la idea del lector cuyo compromiso era la literatura.

Ese es el Cortázar de cuentos como El Perseguidor, un cuento maravilloso basado en la vida tremenda de Charlie Parker; Carta a una señorita en París, sobre un tipo que vomita conejitos en un apartamento prestado; o Torito, un homenaje a Justo Suárez, el "Torito de Mataderos", un campeón de peso ligero que murió a los 29, con una vida que lo llevó de la miseria al triunfo y luego al olvido. Para no hablar de Casa tomada, Autopista del sur o Una flor amarilla.

Después Cortázar tomó el camino del "escritor comprometido" y se casó con dos causas bonitas pero que probaron ser equivocadas, cuando no terribles y corruptas: la revolución cubana y la revolución sandinista.

Me pregunto qué pensaría hoy Cortázar de las dos revoluciones. La de los Castro, los hermanos dictadores que encarcelaron y dejaron morir -o fusilaron- a quien pudiera ser contradictor de su enorme poder en la isla. Una isla destruida por la miseria, la prostitución y la ausencia de infraestructura básica. O la de Ortega, un paranoico, incestuoso, acusado de violar a su hijastra, Zoilamérica, por ella misma; anclado en el poder con el dinero de los chavistas que, dicen, con frecuencia va a parar a sus propias cuentas.

El Cortázar que admiro es el escritor libre, libre de los poderosos pero también de los revolucionarios, que cambian una dictadura por otra. El que aparece en las fotografías, mayor ya, vestido de bluyines y suéter, jugando con su gato, Teodoro W Adorno, que le acerca una garra desde el otro lado de la ventana.

Aclaro: no sólo el Cortázar juguetón. Me gusta también el Cortázar que cuestiona pero no el que cuestiona sólo al imperio, también el que cuestionaba a los pequeños dictadores del platanal, no el que después, a la sombra de Ortega y Cardenal, buscaba en Nicaragua algo que no existía y que aún no existe.

Me gusta, en fin, el Cortázar que explora. No el que creyó encontrar.

No el que escribe, como ofreciendo disculpas (sin puntos ni comas en "Nicaragua violentamente dulce"):

"(Los cubanos) nunca comprendieron toda la importancia de estar auténticamente presentes en el exterior a través de su red diplomática y otros medios de información la famosa carta de los intelectuales franceses a fidel castro cuando el caso padilla fue una carta paternalista e imperdonable por su insolencia pero puedo afirmar con todas las pruebas necesarias que esa carta no hubiera sido enviada si el primer pedido de información sobre los hechos que firmé con muchos otros hubiera tenido una respuesta en un plazo razonable es penoso comprobar en francia por lo menos que los episodios que se dan como negativos y qué la crítica explota a fondo y diariamente son aquellos que sé marcan más en la memoria colectiva puesto que hay poca información sobre el prodigioso avance socioeconómico cultural y científico de cuba no sólo con respecto a su propio pasado sino frente al conjunto de los países latinoamericanos la mayoría de ellos más ricos y poderosos que esa pequeña isla pero incapaces de operar el paso decisivo de la dependencia a la toma de posesión de su verdadera y escamoteada identidad nacional que reemplazan por un patriotismo vocinglero del que el fútbol y las islas malvinas dan el mejor ejemplo en ese sentido la crítica antisocialista ha marcado puntos y los seguirá marcando si cuba no proyecta mejor su verdadera imagen"

(Como si el lío de Cuba fuese de imagen),

...sino el que escribe:

"¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico".

"Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sebastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkiria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos".

"¿Qué venía yo a hacer al Pont des Arts? Me parece que ese jueves de diciembre tenía pensado cruzar a la villa derecha y beber vino en el cafecito de la rue des Lombards donde madame Leonie me mira la palma de la mano y me anuncia viajes y sorpresas. Nunca te llevé a que madame Leonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro. De manera que nunca te llevé a que madame Leonie, Maga; y sí, porque me lo dijiste, que a vos no te gustaba que yo te viese entrar en la pequeña librería de la rue de Verneuil, donde un anciano agobiado hacía miles de fichas y sabe todo lo que puede saberse sobre historiografía. Ibas allá a jugar con un gato, y el viejo te dejaba entrar y no te hacía preguntas, contento de que a veces le alcanzaras algún libro de los estantes más altos. Y te calentabas en su estufa de gran caño negro y no te gustaba que yo supiera que ibas a ponerte al lado de esa estufa. Pero todo esto había que decirlo en su momento, solo que era difícil precisar el momento de una cosa, y aun ahora, acodado en el puente, viendo pasar una pinaza color borra vino, hermosísima como una gran cucaracha reluciente de limpieza, con una mujer de delantal blanco que colgaba ropa en un alambre de la proa, mirando sus ventanillas pintadas de verde con cortinas Hansel y Gretel, aun ahora, Maga, me preguntaba si este rodeo tenía sentido, ya que para llegar a la rue des Lombards me hubiera convenido más cruzar el Pont Saint-Michel y el Pont au Change. Pero si hubieras estado ahí esa noche, como tantas otras veces, yo habría sabido que el rodeo tenía un sentido, y ahora en cambio envilecía mi fracaso llamándolo rodeo. Era cuestión, después de subirme el cuello de la canadiense, de seguir por los muelles hasta entrar en esa zona de grandes tiendas que se acaba en el Chatelet, pasar bajo la sombra violeta de la Tour Saint-Jacques y subir por mi calle pensando en que no te había encontrado y en madame Leonie.

Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Sé que salías de un café de la rue du Cherche-Midi y que nos hablamos. Esa tarde todo anduvo mal, porque mis costumbres argentinas me prohibían cruzar continuamente de una vereda a otra para mirar las cosas más insignificantes en las vitrinas apenas iluminadas de unas calles que ya no recuerdo. Entonces te seguía de mala gana, encontrándote petulante y malcriada, hasta que te cansaste de no estar cansada y nos metíamos en un café del Boul Mich y de golpe, entre dos medialunas, me contaste un gran pedazo de tu vida".
Ese Cortázar es grandioso. El de Rayuela. ¡Salud por sus 50 años!

Nota: quien quiera saber cómo funciona el sistema chavista en manos de Maduro, tiene que leer esta confesión de parte:

http://www.el-carabobeno.com/portada/articulo/58897/transcripcin-de-conversacin-entre-mario-silva-y-agente-del-g2-cubano

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