Carta a un ciudadano americano. Aprendizaje de optimismo

Carta a un ciudadano americano
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En una entrevista que le hiciera en el verano de 1986 Antonio Fernández Ferrer a Jorge Luis Borges para la revista española El Paseante, esa maravillosa empresa editorial del Conde de Siruela que fue un éxito monumental y un estrepitoso fracaso económico, Fernández sugiere que en los últimos libros que publicara Borges veía "una esperanza en la humanidad".

-La esperanza es un deber -dijo Borges-. Pero, a veces, es un deber arduo o quizá imposible.

A veces es un deber arduo, no hay duda.
En un solo día, un domingo hace dos semanas, leí un libro tremendo que se llama Lo que no tiene nombre y vi una película, también tremenda, Amor. Esa noche pensé, al llegar a casa, que todo optimismo es vano, iluso y que ese deber que es la esperanza, es, a veces, arduo e imposible como dice Borges.
El libro, escrito por la conocida escritora colombiana Piedad Bonnett, es un testimonio muy doloroso de la vida de su hijo Daniel quien a los veintiocho años se suicidó en la ciudad de Nueva York. Está escrito con dolor de madre pero también con la mirada inquisitiva del escritor, y no es posible leerlo sin sentir una profunda tristeza con lo primero y un enorme respeto y admiración por lo segundo.
Terminé la lectura apesadumbrado a eso de las cuatro de la tarde de un domingo bogotano, gris y frío. Esa tarde caminamos a cine con mi esposa. Nos decidimos por Amor (en francés Amour) una película dirigida por Michael Haneke, protagonizada por Jean Louis Trintignant (Un Hombre y una Mujer, ¿recuerdan?), Emanuelle Riva e Isabelle Huppert. La película, que acaba de ganar un Oscar a la mejor película extranjera, gira en torno de la vida de dos ancianos en un apartamento en París, y de lo que debe hacer el marido, Georges, para cuidar a su esposa, Anne, luego de que ella sufre un derrame cerebral que la deja medio paralizada. Es una película sobre la dignidad humana, más que sobre el amor, pero sobre todo es una película que requiere de verdadero valor para verla de comienzo a fin.
Vaya domingo.
¿De dónde ser optimistas? ¿Con qué cara reírse de la vejez, el suicidio, la muerte, la desesperación?
El siquiatra Gordon Livingstone, quien también perdió un hijo en las manos del suicidio (y otro, a los 6 años, que murió de leucemia), se hace la pregunta en su libro Too Soon Old, Too Late Smart:
"¿Cómo puede alguien ser feliz en semejante mundo? (...) El verdadero secreto es la atención selectiva. Si escogemos enfocar nuestra atención y energía en aquellas cosas y personas que nos ofrecen alegría y satisfacción, tendremos una buena oportunidad de ser felices en un mundo lleno de infelicidades. Que podamos convencernos de gozar la vida, aún cuando estamos rodeados de la evidencia de su brevedad y su potencial para el desastre, es la verdadera maravilla de la condición humana y la más importante demostración de coraje. La habilidad de hacer esto, de ser felices unos con otros, constituye el mejor ejemplo que podemos dar a nuestros hijos."
Y más adelante cierra la definición:
"Los tres ingredientes de la felicidad son tener algo que hacer, alguien a quien amar y algo anhelar".
Borges, a su vez, le dice a Fernández lo siguiente:
"Uno siente que existe un dibujo ¿no? Las cosas no son absolutamente arbitrarias: hay cuatro estaciones; en toda vida vamos pasando por etapas: nacimiento, niñez, juventud...podrían ser indicios de que hay una trama, de que este mundo no es caótico, sino que es laberíntico. Para vivir uno necesita creer en la trama. Es como el libre albedrío. Posiblemente no exista, pero uno no puede pensar que en este momento no está libre ¿no?"
Hay que creer en la trama. Y llenarla con esos tres ingredientes.

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