Carta a un ciudadano americano: El hombre nuevo resultó peor

Carta a un ciudadano americano: El hombre nuevo resultó peor
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Colombian police help fellow citizens carry their belongings across the Tachira River into Colombia's community of La Parada, across the border with San Antonio del Tachira, Venezuela, Tuesday, Aug. 25, 2015. Venezuelan President Nicolas Maduro vowed to extend a crackdown on illegal migrants from neighboring Colombia he blames for rampant crime and widespread shortages, while authorities across the border struggled to attend to droves of returning deportees. (AP Photo/Efrain Patino)
Colombian police help fellow citizens carry their belongings across the Tachira River into Colombia's community of La Parada, across the border with San Antonio del Tachira, Venezuela, Tuesday, Aug. 25, 2015. Venezuelan President Nicolas Maduro vowed to extend a crackdown on illegal migrants from neighboring Colombia he blames for rampant crime and widespread shortages, while authorities across the border struggled to attend to droves of returning deportees. (AP Photo/Efrain Patino)

Hubo una vez en que tuvimos el corazón a la izquierda y pensamos que el hombre nuevo estaba a la vuelta de la esquina. Ese hombre nuevo sería solidario y bueno, trabajaría por mejorar la sociedad y las condiciones de vida suyas y de sus semejantes. En su lucha por la igualdad y la justicia social, la libertad no tendría que ser sacrificada.

Hoy sabemos que los marxistas que llegan al poder son peores que aquellos que buscan mejorar las condiciones de la sociedad por vías menos grandilocuentes, con soluciones más pragmáticas y menos ideológicas.

Sabemos también que los marxistas, y sus herederos, los exponentes del mal llamado socialismo del siglo XXI, son los primeros en sacrificar libertades, amordazar a la prensa, aliarse con traficantes, acusar a sus opositores y acudir a formas de represión impensables en un demócrata. Sabemos, además, por Ortega, por Maduro y Diosdado, por Néstor y Cristina, que con la excusa la lucha contra los ricos, roban más que los gobernantes tradicionales.

En los debates en la Europa de pre guerra el asunto ya mostraba sus dificultades. Los románticos preferían no ver lo que Stalin había empezado a hacer desde la muerte de Lenin.

El intelectual británico Kingsley Amis, por ejemplo, como bien lo narra su hijo Martin Amis en su célebre libro sobre Stalin, Koba el terror, cayó en esa trampa, hasta que su buen amigo Robert Conquest logró, con evidencia, convencerlo de que Stalin era, en realidad, un monstruo. "Por lo menos en la UR.SS están tratando de construir algo positivo", le dijo en una ocasión Kingsley Amis a su amigo, el filósofo inglés AJ Ayer. "Bueno", dijo Ayer. "Pero eso no importa mucho, lo que están tratando de construir, porque ya han asesinado a cinco millones de personas".

"Siempre vuelves a lo de los cinco millones"."Si te cansas de esos cinco millones, estoy seguro de que podré encontrar otros cinco millones". En 1968, Conquest publicó El gran terror: la purga de Stalin en los años treinta, en el que se hizo por fin evidente lo que ocurrió.

Habría que decirle eso a Ortega, a Evo, a Cristina, a Maduro, a Diosdado, incluso con dolor a Lula: siempre se descubre la verdad. En los años posteriores a la muerte de Lenin, Stalin acusó a los bolcheviques originales de traición contra el estado soviético y fue fusilándolos uno por uno hasta que no quedó uno solo. Todo para que su mediocridad no fuera puesta en evidencia. Lo hizo para borrar la historia y para asegurar su poder total. Lo hizo a través del terror.

Pero no solo asesinaba a sus antiguos colegas -Kirov, Bukarin, Zinoviev-, sino que los hacía confesar delitos para involucrar a otros (a Trotsky por ejemplo, como maravillosamente lo escribe Lorenzo Padura en su novela El hombre que amaba a los perros). Acabó con sus familias, con sus esposas, con sus hijos, con sus hermanos. Asesinó a 20 millones de personas luego de pactar con Hitler y de acabar hasta con la vida de su propia esposa.

Los nuevos marxistas latinoamericanos llevan años vendiendo la idea del Socialismo del siglo XXI y ahí están. Cierran periódicos, sacan leyes contra la libertad de expresión o meten a la cárcel a sus críticos, como Correa.

Se roban el dinero público, trafican con los carteles del narcotráfico, encarcelan a sus opositores, expropian la totalidad de los medios tradicionales de comunicación, como sucede en la Venezuela de Diosdado y Maduro. Acusan a sus opositores de asediarlos mientras hacen gigantes carruseles de la contratación, como Lula en Brasil, o con los llamados Progresistas y los del Polo Democrático en Colombia.

Todo tendrá una sólida argumentación de realpolitik. Es que "si no robamos ¿con qué haremos la campaña contra los ricos?". O: "si no nos defendemos de la gran prensa, ¿cómo sacar adelante el socialismo?" O: "si no persigo a mis adversarios" -tributaria, penal, policialmente, o con esbirros encapuchados que los torturen- "después ¿cómo regresaremos al poder?"

Lo que hoy hace Nicolás Maduro expulsando miles de familias colombianas muy pobres que viven en Venezuela, arrasando con buldóceres sus viviendas y haciéndolos caminar hasta la frontera, sin comida, sin agua, es lo mismo que hacía Stalin. A 62 años de la muerte de Stalin, 26 de la caída del Muro de Berlín y mientras termina la mala novela de la historia de la Revolución Cubana, ellos profundizan su triste caricatura. Para horror de millones de personas.

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