Carta a un ciudadano americano: Sumisión

Lentamente, Francia se transformará en un país islámico, en el que las mujeres ya no usan falda, sino pantalones y con mucha frecuencia cubren su rostro con burka.
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En las elecciones de 2022 llega a la Presidencia de Francia el candidato de la Hermandad Musulmana, Mohammed Ben Abbes. El nuevo Presidente ha logrado ganar las elecciones con el apoyo de partidos de izquierda y de derecha, gracias a su aproximación moderada al tema religioso.

Sin embargo, lentamente, Francia se transformará en un país islámico, en el que las mujeres ya no usan falda, sino pantalones y con mucha frecuencia cubren su rostro con burka, y en el que los profesores de la Sorbona deben convertirse al Islam para continuar en sus cargos y gozar de buenos salarios, gracias a las donaciones del mundo árabe a la nueva universidad islámica francesa.

El último libro de Michel Houellebecq, Sumisión, es genial e inquietante. Quienes hemos gozado de un mundo liberal, de relativa tolerancia por las ideas ajenas, de respeto a la libertad individual y de escasa intromisión de la religión en la vida civil, leemos el libro con una mezcla de horror y fascinación.

Horror, porque al empujarnos un poco hacia el futuro, a la manera de Orwell o Huxley, Houellebecq nos dibuja un mundo en el que el poder religioso asfixia las posibilidades de los hombres, las reduce a escoger entre la sumisión o una rebeldía sin esperanza.

Fascinación, porque no hay nada que aparezca en la novela que sea exagerado: el mundo islámico francés del 2022 llega a nuestro cuarto de una manera fácil, obvia, casi necesaria.

En Colombia hay una figura robada del derecho francés: el Procurador General de la Nación. Simón Bolívar la propuso en 1819 y ha hecho parte del ordenamiento jurídico colombiano desde 1830, con algunas interrupciones. En teoría, la Procuraduría representa a los ciudadanos frente al Estado, ejerce una función de prevención que ha funcionado bastante bien en temas medio ambientales, por ejemplo; y vigila y castiga a los funcionarios públicos corruptos.

Mohammed Ben Abbes me hizo pensar en Alejandro Ordóñez, el actual Procurador General de Colombia. Ordóñez es un señor gordo y casi calvo que cuando ríe muestra dos protuberantes caninos superiores. Es también un conservador radical, que defendió en su época de concejal de su ciudad natal las llamadas "autodefensas", que se convirtieron en un enorme ejército de ultraderecha que, con la guerrilla contra la que combatían, desplazaron en Colombia casi 5 millones de personas y asesinaron a miles de personas.

Pensé mientras leía Sumisión, que Colombia, que ha tenido hasta ahora gobiernos moderados, se encamina en las presidenciales de 2018 a un escenario peligroso: por la izquierda se presentará Gustavo Petro, actual alcalde de Bogotá, un tipo incompetente y paranoico como Correa, Maduro y Evo, y que, como ellos, no soporta la libertad de prensa (vaya paradoja), la crítica, o la irreverencia en su contra; y por la derecha este señor ultra católico que ha impedido que en Colombia se pueda poner en práctica real la Ley de Aborto, y que se opone, por ejemplo, a la Ley Antidiscriminación que pide cárcel para quien discrimine a una persona por razón de su raza, su religión o su preferencia sexual "porque a su juicio es contraria a la libre expresión y a la libertad religiosa de los discriminadores".

Isaiah Berlin cuenta, en The Crooked Timber of Humanity, que una de sus lecturas tempranas fue Guerra y Paz, de Tolstoi y que la obra lo afectó profundamente. Desde entonces trabajó en encontrar una opción diferente, una que permitiera la libertad y el enfrentamiento entre valores humanos, en cambio de la sumisión de unos en favor de otros. Berlin aprendió a desconfiar de los sistemas totalizantes, de las soluciones geniales que consisten en que alguien tiene la verdad revelada y para que esa idea articule a una sociedad se hace necesario sacrificar millones de personas.

"La misma noción", dice Berlín, "de una solución final no es sólo impracticable, sino, si estoy en lo correcto y algunos valores no pueden sino colisionar entre sí, es también incoherente. La posibilidad de una solución final -aún si olvidamos el terrible sentido que estas palabras recibieron en la era de Hitler- es en realidad una ilusión; y una muy peligrosa. Pues en la medida en que uno cree que una solución así es posible, no hay precio que sea demasiado alto para conseguirla: para que la humanidad sea feliz y creativa y armónica para siempre, ¿cuál sería un precio demasiado alto para pagar por eso? Para hacer esa omelette, con seguridad no hay límite en el número de huevos a romper. Esa era la creencia de Lenin, Trotsky, Mao, y de todo lo que sé, de Pol Pot."

Ese es sin duda el mal que aqueja aún a América Latina. La búsqueda de una solución absoluta, por la pereza de tener que construir, paso a paso, las pequeñas soluciones prácticas que en verdad cambian a las sociedades. La sumisión prevalece sobre la libertad.

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