Carta a un ciudadano americano: La cárcel del iPhone

Creo que regalaré mi Iphone. Y quien lo reciba sabrá, en poco tiempo, que no ha recibido un regalo.
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Dejé de fumar el 7 de julio de 1991. Mi hija tenía diez meses. Había fumado desde los trece, casi comenzando el bachillerato, quizá como una manera de agregar años a mi edad, de pertenecer a otra generación para balancear la no pertenencia a la mía. Lo primero que hacía, cada día, era encender un cigarrillo, y lo último en la noche era casi siempre lo mismo.

Hoy el carcelero es mi Iphone. Con inusitada frecuencia lo primero que hago en la mañana es mirar su pantallita iluminada para buscar mensajes o rezagos de conversaciones o nuevos chats, y lo último que hago es tocar con el índice la pantalla para revisar eso mismo, asi como para poner la alarma y quitar el sonido del teléfono y las otras alertas de llegada de mensajes.

Me recuerda a veces un texto de los cronopios de Cortázar, sobre el reloj: "piensa en esto: cuando te regalan un reloj, te regalan un pequeño infierno [...] No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj".

Así con los teléfonos inteligentes: trabajamos para ellos.

Cuando debo justificar mi adicción al Iphone digo algo que es cierto, aunque incompleto: el Iphone me libera, me permite trabajar desde donde quiero, me cura de la soledad, al ponerme en contacto inmediato con mi familia y mis amigos, me deja hablarle al dios Google cuando tengo dudas o me siento solo.

Es mi biblioteca portátil. ¿Las Elegías de Duino? Ahí están. ¿Un poema olvidado de Jorge Enrique Adoum? Ahí, en el ojo de cíclope del aparato. La letra de una canción, la fecha de un acontecimiento, el teléfono de un restaurante, las Partitas de Bach, un episodio de Game of Thrones, la melodiosa voz de Siri, las fotos del Camino de Santiago. Ah, y las noticias, ese recordatorio del infierno.

Pero leyendo el artículo escrito hace un par de semanas por el crítico de música del New Yorker, Alex Ross, sobre la Escuela de Frankfort, encuentro mejores pistas sobre mi nuevo verdugo.

"Estas voces implacables", dice Ross sobre Walter Benjamin y Teodoro W. Adorno, "deberían permanecer activas en nuestra mente. Su dialéctica de la duda nos empuja a buscar conexiones entre aquello que nos perturba y lo que nos distrae, y a ver el mundo desgarrado detrás de la pantalla transparente."

"No hay un documento de la civilización que no sea al mismo tiempo un documento de la barbarie", sigue Ross; "la fórmula grandiosa de Benjamín, tan potente como una luz Klieb, debería fijarse al tiempo en la cultura pop, el aparato ritual del capitalismo americano, como lo ha hecho en las obras de arte de la cultura burguesa. Adorno apenas pedía algo semejante. Estas figuras presentan un modelo para pensar diferente, y no en el sentido insincero pregonado por Steve Jobs. En la medida en que la homogeneización de la cultura avanza a paso firme, y que la tecnología de la vigilancia merodea las fronteras de nuestros cerebros, dichos espacios se vuelven menos frecuentes y más confinados. Me persigue una frase de Las olas, de Virginia Woolf: 'uno no puede vivir por fuera de la máquina más allá de, acaso, media hora'."

Creo que regalaré mi Iphone.

Y quien lo reciba sabrá, en poco tiempo, que no ha recibido un regalo sino que es, como yo hasta hoy, el regalado para el cumpleaños del Iphone.

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