Carta a un ciudadano americano: En el espejo del Alzheimer

El paciente pierde la memoria y sus familiares empiezan a sentir que están siendo borrados como fotografías antiguas que han sido expuestas a la luz por mucho tiempo.
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En una tarde de verano hace un par de semanas vi a mi buen amigo Giuseppe Bruno, neurólogo italiano, especialista en Alzheimer, quien además de psicoanalista, profesión que adoptó recientemente, es profesor de Neurología de la Universidad Sapienza de Roma.

Un amigo común nos había contado de sus trabajos recientes en el tema de Alzheimer, por lo cual mi curiosidad y la de todos los que estábamos allí, en ese restaurante de un pueblito de Mallorca, era considerable.

De modo que, al verlo, lo atropellamos a preguntas.

¿El Alzheimer tiene una clara causa genética o el entorno y el medio ambiente son más relevantes? ¿Existen drogas que mejoran la condición de un paciente con Alzheimer? Y decenas de otras preguntas.

Los amigos que estábamos allí nos arrebatábamos el uso de la palabra. Pino, como lo llamamos, sonreía con paciencia e intentaba responder una por una nuestras inquietudes.

Ahí estaba, ese fantasma tremendo que asoma a la puerta. Como en cualquier grupo de personas hoy en día, había en la mesa varios que han tenido o tienen familiares que han sufrido o sufren de Alzheimer, esa terrible condición neurodegenerativa, que se caracteriza por una notable pérdida de la capacidad cognitiva, en particular la memoria, y que es hoy en día incurable y terminal.

La conversación fue muy interesante y entró en un alto nivel de detalle sobre las investigaciones genéticas y el aislamiento de genes específicos que juegan un papel en diferentes tipos de Alzheimer. Pero a la pregunta de qué hacer para evitar el Alzheimer, Pino fue muy franco. "No mucho", dijo. Pero las cosas que mencionó me parecieron interesantes.

Por supuesto, hábitos saludables de vida. Pero adentro de esto, menos stress, con seguridad un disparador importante del Alzheimer. Y en particular, usar el cerebro, estudiar, leer, ejercitar la memoria.

"Yo creo", dijo, " que la cosa más importante es cultivar la maravillosa fuerza interna que nos permite curiosear, apasionarnos, sorprendernos de todo lo que sucede dentro y fuera de nosotros. Poder maravillarnos de la vida. Estar dispuestos siempre a preguntarnos cuánto la vida puede aún asombrarnos".

Recordé entonces a Funes, el memorioso, ese personaje de Borges que sufre de hipermnesia, es decir de lo contrario al Alzheimer, el "síndrome del sabio", el largo insomnio que impide que quien lo sufre pueda olvidar y depurar recuerdos. Funes lo recuerda todo.

Pero lo opuesto al infierno de la desmemoria es otro infierno. En ese desván en el que todo se recuerda no existen pensamientos o elaboraciones culturales, porque se trata de un arrume de detalles, y el pensamiento requiere de la depuración de la memoria para poder articular y relacionar los eventos en una verdadera narrativa humana.

Vemos en nuestros familiares con Alzheimer dolor y rabia, y luego una cierta dulzura, como barcos fondeados en una bahía protegida a la que nunca pega el viento.

Pero vemos también cómo nos desvanecemos en ellos. Su pérdida de memoria es nuestra propia desaparición. Dejamos de ser quienes éramos para ellos mientras que ellos son lo que siempre serán para nosotros.

En el Alzheimer, el paciente pierde la memoria y sus familiares empiezan a sentir que están siendo borrados como fotografías antiguas que han sido expuestas a la luz por mucho tiempo.

Cuando recorrí, hace un año, una parte del Camino de Santiago, esos trescientos kilómetros que hay entre León y Santiago de Compostela, me sorprendí con frecuencia recordando largos poemas o tarareando canciones aprendidas en la época de la universidad.

Ver en mi mente otra vez, después de todos esos años, los versos enteros, fue un gran motivo de alegría. Quizá eso pasa cuando dejamos que el tiempo transcurra de manera diferente al agite diabólico en el que nos movemos actualmente.

Ese día en Mallorca, al terminar el almuerzo y la buena conversación con Pino, su familia y los demás viajeros, busqué en google un texto de William Ospina que siempre había querido memorizar, un bellísimo poema llamado En una tienda Dakota. Algunas horas después, lo había capturado, verso a verso.

Espero tenerlo a mano en los diferentes caminos de la vida. Y que, como los rostros y los nombres de quienes han sido y serán mis compañeros de viaje en esta vida, o los sentimientos y la memoria de lo vivido, no se desdibuje nunca, no desaparezca en el velo de las terribles proteínas anómalas del Alzheimer.

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