Carta a un ciudadano americano. La fortuna invisible

Los colombianos somos inmensamente afortunados. Vaya frase, dirán los lectores, este tipo está un poco loco.
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Los colombianos somos inmensamente afortunados.

Vaya frase, dirán los lectores, este tipo está un poco loco.

Es cierto que las cartas que nos ha entregado el destino no han sido particularmente buenas. Hemos vivido decenas de años con un conflicto armado interno que se ha llevado miles de vidas. Hemos sufrido el horror del narcotráfico, no sólo el crimen de tráfico de estupefacientes, malo de por sí; sino también la corrupción que acarrea consigo, su efecto contaminador de las instituciones políticas, sociales, y económicas; la cultura del enriquecimiento rápido; y la financiación ilimitada de grupos al margen de la ley.

Por coexistir con narcos, guerrilleros (cuya ideología va desapareciendo) y criminales que mezclan una y otra bandera, Colombia tiene hoy la segunda Fuerza Armada (Fuerzas Militares más Policía) más grande de América Latina, superada únicamente por Brasil. Es como una inmensa ciudad uniformada de verde oliva en medio de un país con un territorio gigante con cuarenta y siete millones de habitantes.

El presupuesto de gasto en Defensa es también el segundo de América Latina pero duplica al tercero, que es México. Y ocupa el tremendo decimo octavo lugar en el mundo. Y aunque Brasil triplica en gasto a Colombia, en ese país el gasto sólo representa el 1.5% del PIB. En Colombia llegamos al 3.3% en cifras de 2012.

Sin embargo Colombia tiene grandes bendiciones. Es una antigua democracia que funciona bastante bien. Hay libertad de prensa, los partidos y movimientos políticos están vivos desde el nivel municipal y la contienda política, expresada libremente, surge desde los niveles más granulares de la sociedad, las juntas de acción comunal y sube hasta el debate presidencial que ocurre, religiosamente, cada cuatro años.

La Constitución de 1991, de corte liberal y garantista, logró traer a la modernidad un país que se manejaba de manera centralista, confesional y de manera arbitraria. Esa Carta fue acordada por una Asamblea Constituyente de la que hicieron parte, por elección popular, guerrilleros del desmovilizado movimiento M19, que ganaron 30% de la Asamblea por voto popular. Y el país salió adelante, fortalecido.

En los últimos treinta años el país ha hecho un esfuerzo monumental para acabar con los carteles del narcotráfico, que surgen de nuevo en otras versiones, más adaptadas, y aunque el grueso del negocio se ha trasladado a México, con buena parte de su violencia, Colombia sigue ocupando un lugar en esa macabra cadena de valor que pronto se resolvería con una decisión multinacional de despenalización del consumo de la droga.

En los últimos años las noticias que recibe el mundo de Colombia han variado. Los colombianos viajábamos por el mundo golpeados por los funcionarios de aduanas y de inmigración, que nos trataban como si fuésemos culpables de lo que hacían (o hacen) unos pocos miles de narcos. O como si esos pocos miles no tuvieran cómplices en los países consumidores. Pero viajábamos con una gran dignidad. Necesitábamos visa hasta para ir al cuarto de al lado, pero aguantábamos la pena con estoicismo. Y sumamos a las filas laborales de decenas de países, colombianos trabajadores, honestos, alegres, dispuestos, orgullosos de su país pero alejados de su tierra por razones económicas o de seguridad.

Hoy mucho ha cambiado. El país, que siempre tuvo una política económica seria, lleva varios años creciendo a niveles aceptables. Este año es posible que llegue al 5%. El desempleo, esa peste bubónica de la modernidad, está por debajo del 10%. Aunque la pobreza aun sume a millones en su manto terrible, tres millones de colombianos han salido de la pobreza en los últimos tres años. La guerrilla ha pasado de tener 24 mil efectivos en 2000 a 7 mil hoy día. La inversión extranjera pasó de dos mil millones de dólares en 2000 a mas de 16 mil millones en 2013.

Y hoy, a pocas semanas de la elección presidencial, estamos matándonos a gritos.

Vivimos una de las campañas presidenciales más sucias de la historia.

El nivel del debate es bajísimo: acusaciones penales que involucran a los asesores de uno y otro candidato, un expresidente desatado intentando derrotar a quien lo sucedió en el cargo, por interpuesta persona. Espionaje contratado, hackers, asesores acusados de recibir dinero de narcos, publicidad negativa de un ex vicepresidente contra su primo Presidente. El espanto.

¿Cómo digo entonces, en la primera frase de esta columna, que los colombianos somos inmensamente afortunados?

Porque pienso no hay un solo candidato presidencial, de los cinco existentes, que sería un mal presidente.

Hay matices, claro.

Pero habiendo conocido decenas de elecciones en otros países de América Latina (y en otros momentos de la política colombiana) cuando era evidente que de los postulantes había varios ineptos, delincuentes o neopopulistas seguidores de la línea Chávez de imbecilidad estatista siglo XXI, así lo creo.

Hasta la candidata de la izquierda tradicional, Clara López, -con el apoyo del Polo, que es chavista; del Partido Comunista, que es castrista; y de la línea "progre" de la izquierda, que suele ser algo frívola- es una persona serena, moderada, que ha demostrado ser buena administradora de recursos públicos, a pesar de que algunos de sus copartidarios se han robado a la capital y la han dejado en mal estado después de dos pésimas administraciones.

Se presenta también un ex alcalde de Bogotá que es un consultor de ciudades en todo el mundo (Enrique Peñalosa) ; una ex ministra de Comercio y Defensa que hace la tarea (Marta Lucía Ramírez) ; un ex ministro de Hacienda, que aunque aburrido y mal acompañado es un funcionario público razonable y correcto (Oscar Iván Zuluaga) ; y el actual Presidente, Juan Manuel Santos, tres veces ministro de estado (Defensa, Comercio y Hacienda), quien ha hecho una buena labor como Presidente que no ha sabido comunicar, y que ha iniciado un proceso de paz con la guerrilla -a la que que ayudó a debilitar como ministro de defensa y también como Presidente- que puede poner fin al conflicto armado colombiano.

Es cierto que hay matices. Y que hay problemas. A mí personalmente no me gusta que detrás del ex ministro Zuluaga esté un expresidente intentando regresar al poder, como Putin, por interpuesta persona.

A mí no me gusta el chavismo porque he visto en Venezuela los estragos que ha hecho, no sólo destruyendo la economía y la institucionalidad de un país, sino rompiendo el tejido social venezolano, lo que tomará décadas en recuperar. A mí no me gusta la derecha en general por su rabia, su oda al poder de los fusiles y su catolicismo retardatario.

Yo espero que el Presidente Santos pueda tener otros cuatro años para seguir adelante con su tarea, que la hace bien, y con la búsqueda de la paz, que es tan difícil y que todos quisiéramos que fuera más simple, pero en todo caso estoy convencido de que los colombianos somos, a pesar de lo que se siente hoy en el país cada minuto, inmensamente afortunados.

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