Carta a un ciudadano americano. El camión de las cebollas

Los 44 millones de colombianos que repudiamos a la guerrilla debemos apoyar la construcción de un país menos inequitativo, más solidario, y pacífico.
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View of the destroyed police station following a car bombing, in Inza , department of Cauca, Colombia, on December 7, 2013. Eight people were killed in a car bombing in Colombia on Saturday which was immediately blamed on leftist FARC rebels currently engaged in peace talks with the government. The victims -- two civilians, a police official and five members of the military -- died when a vehicle loaded with explosives blew up as locals prepared for a farmer's market, the army said in an official statement. AFP PHOTO/STR (Photo credit should read STR/AFP/Getty Images)
View of the destroyed police station following a car bombing, in Inza , department of Cauca, Colombia, on December 7, 2013. Eight people were killed in a car bombing in Colombia on Saturday which was immediately blamed on leftist FARC rebels currently engaged in peace talks with the government. The victims -- two civilians, a police official and five members of the military -- died when a vehicle loaded with explosives blew up as locals prepared for a farmer's market, the army said in an official statement. AFP PHOTO/STR (Photo credit should read STR/AFP/Getty Images)

El pasado sábado 7 de diciembre, a las cuatro y treinta de la madrugada, un camión atravesó las cuatro calles del pueblito de Inza, situado en el departamento colombiano del Cauca, en el sur del país, y llegó hasta la plaza de mercado. El camioncito estaba cargado de cebollas. Nada en su apariencia hacía pensar que fuera algo distinto que un camión que llevaba cebollas campesinas a un mercado de pueblo
.
Pocos segundos después voló en pedazos. Había sido cargado de explosivos por una de las guerrillas más antiguas del hemisferio, las Farc, debilitadas por la acción del Ejército de Colombia en los últimos diez años pero aún capaces de poner en marcha acciones de terrorismo urbano gracias a su financiación mediante el tráfico de drogas.

La explosión dejó nueve muertos y treinta heridos, en su mayoría civiles ajenos al conflicto armado que vive Colombia.

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A eso ha quedado reducida la guerrilla colombiana. A un grupo que pone explosivos en una plaza de mercado en un pueblo campesino abandonado, en el sur del país.

Mientras tanto, las conversaciones de paz entre el gobierno y la dirigencia de esa guerrilla avanzan con éxito en Cuba, bajo el auspicio de Cuba, Venezuela, Chile y Finlandia.

El Presidente Juan Manuel Santos, tomando un riesgo descomunal, decidió seguir las conversaciones aún después de anunciar su decisión de lanzarse a la reelección, en las próximas elecciones de mayo. De esa manera ató su suerte a la del proceso. Si hay bombas y muertos en un pueblo, se verá débil y perderá apoyo. Eso sucedió el 7 de diciembre. Si avanza el proceso, como ha avanzado, se verá fuerte y ganará apoyo. Ese ha sido el caso en las últimas semanas.

De esa manera las Farc tienen ahora un gran poder sobre las elecciones.

Pero a la vez, este poder no es permanente. En la medida en que se acercan las elecciones, las Farc tienen que medirse mucho en su locura porque sus demostraciones de fuerza a través del terrorismo debilitan al candidato Presidente, quien es el que lidera el proceso de paz con ellos.

Así las cosas deberán medir entre mostrar fuerza y cuidar el proceso. Si el proceso se debilita demasiado, el Presidente puede perder las elecciones. Si pierde las elecciones no habrá proceso de paz.
Y las Farc saben que esta es su última oportunidad. Caracas lo sabe. La Habana lo sabe. Es el momento de la política y no de los camiones de cebolla llenos de dinamita.

Conscientes de que su camión aguaba una fiesta que mostraba algún grado de éxito las Farc anunciaron un cese unilateral del fuego de un mes. Ese ofrecimiento con las fotos de los muertos del pueblito de Inza, tenía el sabor de pólvora quemada, de cuerpos incendiados, de muerte.

Es hora de que las Farc adopten un camino menos seguro y conservador y se muevan de manera más dramática. Es hora de que digan que harán un cese del fuego indefinido, con lo cual el proceso en verdad entraría en su recta final. Las Farc tienen que ayudar a darle oxígeno a un proceso que una semana respira bien y la siguiente se muere de asfixia.

Un cese unilateral del fuego ambientaría la paz en Colombia y ayudaría a que los aliados del proceso en el mundo se sientan más tranquilos al apoyarlo.

En su pasada visita a Washington, el Presidente Santos recibió una buena acogida de parte del Presidente Obama, quien resaltó sus esfuerzos "audaces y valientes" por conseguir la paz en Colombia.

Pero esos apoyos necesitan aire.

El gran problema que enfrenta el proceso de paz en Colombia es que las Farc no entienden que ya no son relevantes en el mundo de hoy. Pueden matar a quien quieran porque el terrorismo dirigido es cosa de dinero en el mundo de hoy. Pero ya no ponen en peligro la seguridad del estado. Ya no los toma en serio nadie en la comunidad de naciones. Su discurso suena, ahora que varios gobiernos han experimentado el socialismo del siglo XXI de manera democrática (a veces), a un discurso hueco. A apología de la violencia.

Las Farc deben decir por fin que entregarán las armas, que harán política en paz y que cesarán el fuego para que todo ello ocurra. Los 44 millones de colombianos que repudiamos a la guerrilla debemos apoyar la construcción de un país menos inequitativo, más solidario, y pacífico. A ese país, que hoy es la tercera o cuarta economía de América Latina (según como se mire Argentina), no lo pararía nadie.

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