Carta a un ciudadano americano: Aprendizajes de campaña

Unos buscan en las encuestas respuestas para sus preguntas. Otros buscan en las encuestas los vacíos que hay entre su visión y los ciudadanos.
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Creo que Hillary Clinton sería una excelente presidente de los Estados Unidos. Lo digo porque veo en ella experiencia, ambición, ganas, pero también sensibilidad por los más pobres, ideales, fuerza para enfrentar a la derecha.

Durante una buena parte de mi vida me he dedicado al manejo de crisis y a la consultoría política. En ese trabajo, casi siempre fascinante, he conocido presidentes y candidatos de todo tipo. Y tengo, como todos los consultores, batallas ganadas y batallas perdidas.

No hablaré de las ganadas, sino de las perdidas. Por ejemplo, he alcanzado lo que puede ser un récord regional: he perdido tres veces ayudando a una mujer a llegar a la presidencia, dos veces con Noemí Sanín, en Colombia, y una con Lourdes Flores en Perú. Alguna vez, en su primera campaña, alguién del equipo de Bachelet me llamó para preguntarme que NO debían hacer. Quizá por eso simpatizo tanto con la campaña de Hillary.

Las derrotas me han enseñado más que las victorias, pero donde he aprendido más es en el terreno, trabajando con la gente, con los equipos de campaña, con los candidatos mismos, con los gobernantes.

En el mundo de los gobernantes o candidatos hay dos grupos diferentes de personas.

Unos buscan en las encuestas respuestas para sus preguntas. Otros buscan en las encuestas los vacíos que hay entre su visión y los ciudadanos. En teoría uno diría que los primeros no son tan buenos como los segundos, que éstos últimos tienen una visión y los primeros sólo tienen ganas. Pero aunque suele ser casi siempre así, hay excepciones a la regla.

A veces quienes sí tienen visión y buscan en las encuestas cómo encontrar puentes entre su visión y los ciudadanos, tienen una naturaleza oscura, que persigue en las entrañas del monstruo de la política un poder que no tienen como seres humanos. Ante ellos los ciudadanos somos apenas instrumentos de su locura. Son los megalómanos, los dictadores, los caudillos. Ellos creen que son indispensables. Y suelen convencer a las mayorías de que lo son.

Por su parte, y a veces, aquellos que leen encuestas para saber para dónde ir no son simplemente veletas que persiguen el favor de las mayorías sino líderes que quieren llevar a las sociedades en la búsqueda de propósitos comunes y que en ese camino abandonan el expediente de la consistencia para adoptar el de la curación. Los pueblos, como la gente, suelen necesitar momentos de curación.

Hay momentos en un campaña en donde entra el diablo y le pregunta al candidato si quiere vender el alma. Alguien, por ejemplo, vende un video de algo terrible de su adversario. Una persona está dispuesta a decir que el contrincante es esto o aquello. Un consultor propone una táctica propia de la guerra sucia. Una organización criminal ofrece dinero para derrotar al adversario sin que ese dinero entre a la tesorería formal de la campaña.

En las campañas hay, siempre, división. Unos dicen que por supuesto que hay que hacerlo. Compremos el video, dicen. Oigamos al testigo. Recibamos el dinero ensangrentado. Otros en cambio, saben que llegar así al poder es perderlo de repente. Que la leyenda del Fausto lo enseñó hace ya tiempo: un día el diablo regresa por el alma que ha comprado.

Yo veo por el mundo a uno que otro candidato o gobernante que le vendió el alma al diablo en su momento y que hoy, sin alma, ha perdido el norte de sus sueños. Negociar con el bajo mundo ya no es un problema sino una costumbre. El poder que administran tiene la mirada ausente de ese mundo y ha perdido la alegría y la esperanza del mundo, cuando había principios. Aunque sus enemigos dicen que Hillary pactó ya con el diablo y que de sus ideales sólo queda la retórica, me resisto a creerlo. Pienso que traerá un gobierno sensible a los temas de la desigualdad, como el de Obama, pero con mayor capacidad y experiencia para conseguir resultados.

He pensado, cuando veo a los políticos que vendieron su alma al diablo, que la palabra principios es enorme. No es un asunto religioso ni es algo puramente ético. Es el principio. El primer día de la vida. Sin los principios, solo hay finales.

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