Mitt Romney, el candidato de los Juegos Olímpicos

Los valores de los Juegos Olímpicos se arrastraban como un pantalón demasiado largo en el cuerpo de quien lo viste. El cambio de página hacia el nuevo siglo significaba uno de los tragos más amargos para la justa global concebida por la mente del Barón Pierre de Coubertin a modo de homenaje a las añejas justas deportivas que se celebraban en Olimpia. La paz, la fraternidad y las máximas de honrar al más rápido, al más alto y al más fuerte palidecían ante escándalos de corrupción que alcanzaron las más altas esferas del Comité Olímpico Internacional.
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Los valores de los Juegos Olímpicos se arrastraban como un pantalón demasiado largo en el cuerpo de quien lo viste. El cambio de página hacia el nuevo siglo significaba uno de los tragos más amargos para la justa global concebida por la mente del Barón Pierre de Coubertin a modo de homenaje a las añejas justas deportivas que se celebraban en Olimpia. La paz, la fraternidad y las máximas de honrar al más rápido, al más alto y al más fuerte palidecían ante escándalos de corrupción que alcanzaron las más altas esferas del Comité Olímpico Internacional.

En aquellos años, los ideales de una de las instituciones más respetadas del orbe eran atropellados por los millones de dólares que circulan alrededor de la organización de unos Juegos Olímpicos. Juan Antonio Samaranch, Presidente del COI por 21 años, entregó su última reserva, como un auto a punto del alto total, a enfrentar las negociaciones turbias y la compra de votos que dio la organización de los Juegos Olímpicos de Invierno 2002 a Salt Lake City. Sería su última batalla desde el escritorio de los cuatro aros. Fue juez y parte. Hizo historia al ser el primer máximo dirigente del COI en tener que declarar bajo juramento ante los legisladores estadounidenses. De él no hubo más en el deporte, salvo una petición desestimada de que le dieran a Madrid los Juegos de 2016.

Las reglas cambiaron desde entonces. El globo de corrupción reventado en la cara del olimpismo exigió medidas de urgencia para rescatar Salt Lake City 2002. Se cortaron las más altas cabezas del Comité Organizador. Para asumir de superhéroe de carne y hueso, sin atuendo especial pero con experiencia en firmas privadas de inversión de capital, arribó Mitt Romney, mormón y empresario estadounidense que llegaba con el precedente de haber rescatado de la crisis financiera a Bain & Company, compañía de asesoría en gestión de empresas ubicada en Boston. Un salvavidas con estudios en Harvard.

Romney puso manos a la obra. Eliminó un déficit de 379 millones de dólares y a cambio entregó 100 millones de ganancia. Alineó a un ejército de 23 mil voluntarios y afrontó la amenaza del terrorismo a cinco meses del atentado de las Torres Gemelas en Nueva York con el máximo despliegue de seguridad del que hasta ese entonces se tuviera memoria. Como fantasmas susurrando amenazas se encontraba el ataque perpetrado por Al Qaeda y la bomba que explotó en Atlanta 1996.

Con el éxito de la justa olímpica, calificada a la fecha como los Juegos Olímpicos más exitosos de la historia en Estados Unidos, Romney encontró el trampolín que su carrera política necesitaba. El impulso le valió para borrar de su historial la derrota por un lugar en el Senado que sufrió en 1994. La popularidad alcanzada por su labor en la organización de Salt Lake City 2002 lo llevó a doblegar la tendencia demócrata de Massachussetts para convertirse en su gobernador en el periodo 2003-2007.

A la fecha, Romney presume el oro olímpico como una solución a los males de Estados Unidos. Dice haber dado con la tecla de la estabilidad y la recuperación. Su fórmula la hizo pública a través de "Turnaround: Crisis, Leadership, and the Olympic Games", libro en el que relata su experiencia y en la que busca erradicar su imagen clasista a través de conceptos solidarios. "Aprendí que la unión hace la fuerza. Nos unimos sin importar quién tenía o no dinero, sino para hacer los mejores Juegos de la historia", escribió.

Cada que puede vuelve al tema. Romney sabe que el deporte, ese que rara vez práctica y en el que apunta al golfista Jack Nicklaus como el más grande de todos los tiempos, es su oportunidad de convencer corazones y voluntades. "Vengo a arreglar este desorden económico del mismo modo en que saqué adelante a Salt Lake City en unos juegos socavados por la corrupción de los administradores políticos", dijo ante 11 mil personas en febrero pasado para recordar el décimo aniversario de la celebración de los Juegos y volver a levantar la mano como el Campeón olímpico de pantalón y camisa.

Romney hojea las páginas que le convienen. No habla de los 1300 millones de dólares que el gobierno de Estados Unidos tuvo que pagar por los Juegos de Salt Lake City. Ignora también reportes de la prensa estadounidense que lo acusan de haberse encargado de negociaciones fuera de la norma cuando la ciudad buscaba la organización de la justa. A sus amigos, sospechosamente favorecidos por negocios alrededor de Salt Lake City 2012, les ha "cobrado" con donativos para su campaña. Esa historia, la que se obtiene buscando la aguja en el pajar, el candidato republicano la tiene bien escondida tras ese éxito que podría convertirlo en un presidente de Estados Unidos bendecido por el fuego olímpico.

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Mauricio Cabrera es articulista de La Ciudad Deportiva.

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