Christian Benítez. Murió el héroe que nunca quiso ser

Benítez encarnó a un héroe políticamente incorrecto. Si se acepta que los medios de comunicación catapultamos a los futbolistas como los superhéroes contemporáneos, debe reconocerse que el delantero sudamericano tenía los atributos de los máximos protagonistas del rectángulo verde, pero también un alma de villano.
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Christian Benitez of America celebrates his goal against Monterrey during their Mexican Clausura Tournament semifinal football match, on May 18, 2013 at the Azteca stadium in Mexico City. AFP PHOTO/Alfredo Estrella (Photo credit should read ALFREDO ESTRELLA/AFP/Getty Images)
Christian Benitez of America celebrates his goal against Monterrey during their Mexican Clausura Tournament semifinal football match, on May 18, 2013 at the Azteca stadium in Mexico City. AFP PHOTO/Alfredo Estrella (Photo credit should read ALFREDO ESTRELLA/AFP/Getty Images)

Christian Benítez fue siempre un superhéroe negándose a reconocer su destino. Si el Hombre Araña se vio forzado a superar un momento de furia por la muerte de su tío y hasta por el desamor, al ecuatoriano siempre le costó entender que el talento de un futbolista profesional iba más allá de ser una bendición propia con símbolo de millones de dólares. Peter Parker se molestó tanto con el mundo que intentó colgar en el ropero su álter ego para dejar de salvar vidas, Benítez, antipático y cabeza dura, jugaba para sí y celebraba para sí, haciendo menos a la afición y reduciendo en importancia a los compañeros. Spiderman realizó el viaje con éxito; Benítez, hasta el último de sus días y a pesar de haber dejado al americanismo rendido a sus pies, se fue sin aceptar su papel a plenitud.

Benítez encarnó a un héroe políticamente incorrecto. Si se acepta que los medios de comunicación catapultamos a los futbolistas como los superhéroes contemporáneos, debe reconocerse que el delantero sudamericano tenía los atributos de los máximos protagonistas del rectángulo verde, pero también un alma de villano que lo hacía más opaco en las victorias y más aterrador en las derrotas. Nunca fue un hombre que compartiera el éxito. Era él y nada más que él. Incluso en la metamorfosis que lo llevó de ser abucheado a transformarse en la llave que América necesitaba para acabar con sequías y vencer a ese enemigo con corazón de hielo que es el Cruz Azul, se percibía una motivación individual más que colectiva. Chucho quería coronarse para irse, para que no lo ataran más, para callar a sus detractores, para levantar la mano con aire triunfal. Un gigante en medio de enanos, una torre en medio de jacales, Sheldon Cooper en medio de ignorantes.

La grandeza de Benítez se entiende al asimilar que se fue como héroe a pesar de haberse esmerado por no hacerlo. Reservó para la eternidad un sitio en la historia del América. No como el líder más carismático ni como el más adorado por la gente, tampoco como el antihéroe interpretado a la perfección por Layún, pero sí como un tipo que en el fondo entrañaba los más elementales valores americanistas, aunque en su caso fueran hasta en contra de los de casa. Ódiame más era el mensaje que parecía transmitir cada que pisaba la cancha, ya fuera para los rivales a los que dejaba sembrados, para los compañeros a los que robaba un gol sobre la línea, al técnico que lo sacaba del campo o a los aficionados que se hartaban de esa apatía con la que jugaba cuando más deseaba negar su realidad.

Si Benítez hubiera sido parte de la industria hollywoodense, su película estaría inconclusa. Ni siquiera un título sobre la hora, tan imposible como la milagrosa aparición de Superman antes de que los malos acabaran con el mundo, fue suficiente para que el espíritu inquieto de Benítez optara por dejarse querer y decidiera vivir con su capa puesta y su vestimenta de color azulcrema. Ni el América conquistó su corazón ni se embarcó en una aventura de más altos vuelos. Aceptó, en cambio, atender el capitalismo de la vida terrenal e irse a jugar a una piscina repleta de dólares, a ese rincón tranquilo en que la victoria financiera estaba asegurada y la de la cancha carecía de trascendencia. Decisión válida para el ambicioso, no para el llamado a ser superhéroe. Sin tiempo para la redención.

Murió sin siquiera dar tiempo a que el americanismo confirmara sus peores temores. Benítez cortó el lazo que lo unía al América, pero la vida decidió que el primer recuerdo que venga a la mente cuando la noticia de hoy se convierta en anécdota y el tiempo devalue el dolor, sea la imagen de él enfundado en el uniforme de las Águilas y levantando una corona. Si Benítez no quiso perpetuarse como americanista, el destino se encargó de hacerlo. Donde quiera que esté, el ecuatoriano seguirá negando su realidad como ese héroe con alma de villano que siempre fue.

Lee a Mauricio Cabrera en La Ciudad Deportiva.com laciudaddeportiva

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Chucho Benítez

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