Las niñas ya no quieren ser princesas...

De pequeña solía jugar a las princesas. Creía en los Reyes Magos, en el Rey D. Juan Carlos y hasta en el Rey de Bastos. Simplemente, como hija del pueblo, me cegaba el brillo de las coronas. Y es que después de 40 años de férrea dictadura, la figura de los jóvenes monarcas Juan Carlos y Sofía, calaban en la sociedad española con aires de modernidad y de cambio. A todas luces, simbolizaban una familia perfecta o al menos, muchos de nuestros padres se esforzaban en hacérnoslo creer, convencidos de que eran el mejor ejemplo de elegancia y 'buenos modales'.
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Spain's Queen Sofia attends the ceremony for the Spain's prestigious Asturias prizes, presented by Crown Prince Felipe and granted each year in various categories in Oviedo Spain, Friday Oct. 26, 2012. (AP Photo/Juan Manuel Serrano Arce)
Spain's Queen Sofia attends the ceremony for the Spain's prestigious Asturias prizes, presented by Crown Prince Felipe and granted each year in various categories in Oviedo Spain, Friday Oct. 26, 2012. (AP Photo/Juan Manuel Serrano Arce)

reina sofia

De pequeña solía jugar a las princesas. Creía en los Reyes Magos, en el Rey D. Juan Carlos y hasta en el Rey de Bastos. Simplemente, como hija del pueblo, me cegaba el brillo de las coronas. Y es que después de 40 años de férrea dictadura, la figura de los jóvenes monarcas Juan Carlos y Sofía, calaban en la sociedad española con aires de modernidad y de cambio. A todas luces, simbolizaban una familia perfecta o al menos, muchos de nuestros padres se esforzaban en hacérnoslo creer, convencidos de que eran el mejor ejemplo de elegancia y 'buenos modales'.

En mi caso y al menos para mi madre, a la que parece que estoy escuchando aún, lo eran. No imaginan las veces que las dichosas Infantas se entrometían en mi camino y eran elevadas a los altares en una comparación cuanto menos injusta con mis hermanas y conmigo que nos dejaba a la altura del betún y a ellas en el top 10 de las bien portadas y elegantes. Tal era su abnegación por "esas niñas tan finas" que de nada servía aferrarse a la primera enmienda del derecho a la autodefensa alegando que eran feas y medio bobas. Eran las infantas, las hijas del Rey y nosotras, simples hijas de nuestros padres y ¡a mucha honra!

Y así crecimos, con esa imagen y esa costumbre. La vida quiso que en mis primeros trabajos periodísticos me asignaran la Casa Real, lo que me permitió conocer más de cerca a los ilustres habitantes de la Zarzuela, viajando con los Reyes y cubriendo todos los acontecimientos sociales a los que eran invitados. Años, en los que reconozco, pasé de monárquica costumbrista a Juan Carlista activa. Si bien me cuestionaba como se puede sustentar una institución tan arcaica en pleno siglo XX, reconocía que el Rey era el mejor embajador que tenía España en el exterior. Era su época dorada y esos cuestionamientos abolicionistas quedaban relegados.

Al llegar a Miami, mi experiencia en Casas reales europeas, me permitió cubrir para las principales cadenas, bodorrios, divorcios y decesos reales y servir de Maestra de Ceremonias de "Sus majestades" en numerosas ocasiones. Sin embargo, no fue hasta la boda de Leticia y el príncipe Felipe que comencé a mirar con recelo el verdadero significado de la monarquía en pleno siglo XXI. La sangre azul se licuaba y las diferencias entre los Reyes y el príncipe se hacían tan visibles que el monarca recibía un jaque mate por parte de su hijo que había decidido a todas luces casarse con una plebeya, republicana, atea y hasta esa fecha, divorciada.

La familia perfecta comenzaba a ser tan imperfecta como cualquiera, por mucho que quisieran ocultarlo. Si bien los líos de faldas de D. Juan Carlos eran Vox populi y hasta causaban cierta gracia entre algunos sectores de la sociedad, el divorcio de la Infanta Elena con Jaime de Marichalar marcó la segunda brecha del monarca con otra de sus hijos. Pero ni siquiera el escándalo del elefante cazado en Bostwana por el propio rey que presidía entonces la Organización Mundial de defensa de los animales Salvajes, para más INRI, su caída, operación y disculpas pueden compararse a lo que muchos han calificado "el comienzo del fin" de la monarquía en España.

La sociedad puede perdonar deslices pero no delitos. Y lo de la Infanta Cristina y su esposo Iñaki de Undargarín, no tiene precio. Como no tiene precio, la actuación de favoritismo y servilismo de la justicia española al no imputar a la menor de las hijas del Rey, en un presunto delito de enriquecimiento ilícito por el que está siendo acusado su marido.

Nadie en su sano juicio puede olvidar que Doña Cristina estaba como vocal en Noos, el Instituto sin fines de lucro, que según el juez se "apoderó" de fondos públicos y compartía 50% de Aizoon, la sociedad familiar a la que se derivó parte del dinero detraído de las arcas valencianas, Baleares, catalanas, madrileñas y de otras partes de España. Según los investigadores, Urdangarin creó este entramado societario por el que "supuestamente se apoderaron de unos 58 millones de euros realzando trabajos ficticios y fijando precios totalmente desproporcionados.

El se ha tenido que sentar como cada hijo de vecino que comete un delito, en el banquillo de los acusados y posiblemente tenga, de ser hallado culpable, que enfrentarse a l menos a dos años de cárcel que es el tiempo que se marca para los justiciables que carecen de antecedentes. Pero ella, según la justicia ni siquiera tendrá que declarar. Una verdadera vergüenza que pone de manifiesto las presiones políticas, los favores y el servilismo ante la corona.

Y yo me pregunto, es este el ejemplo que debe dar la justicia? En plena crisis donde miles y miles de personas han perdido sus trabajos y gente humilde, honrada y trabajadora pierden a diario sus hogares a causa de los desahucios, como es posible que una ciudadana común con una vida de privilegios donde todo le ha sido gratis y de apellido Borbón, se salte a la torera las reglas establecidas para TODOS y se ponga la justicia por montera pudiendo ser culpable de haber incurrido en semejante delito aprovechándose precisamente de su apellido. Cómo es posible que cuanto menos, ese ser ejemplar no pida disculpas públicas, devuelva las propiedades que adquirió con ese dinero y se preste voluntariamente a sentar sus reales posaderas en el banquillo de los testigos?

La familia real ya no es más modelo de nada. El príncipe Felipe no quiere oír ni siquiera nombrar a su cuñado o a su hermana. El heredero no perdona las piedras de cemento que su cuñado le ha puesto en su camino al trono. El Rey ha pedido incluso que no aparezcan en ningún acto público y sigan en su madriguera de Washington. Hasta para sorna, sus figuras han desaparecido del Museo de Cera de Madrid. A Marichalar lo sacó un empleado del Museo en carretilla pero a Undargarín lo ha quitado personalmente de circulación el Rey. Y sin carretilla. Y a mí, a mí ya no me ciegan las coronas.

Me molesta seguir manteniendo una institución que no respeta las reglas y no predica con el ejemplo. Que alberga presuntos delincuentes o amigos de lo ajeno, no contentos con lo que por "decreto Real" el resto de los españoles tenemos que sacar de nuestras cada vez más escasas nóminas para mantenerlos. Porque esa es la realidad. La que ahora puedo gritar a mi madre porque sus hijas, al menos, son trabajadoras, y honradas. Si ya decía Sabina "que las niñas ya no quieren ser princesas....".

¿Deberían desaparecer las monarquías?

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