Huérfanos del papa: Ratzinger se baja de la cruz

En vísperas de uno de los periodos más importantes del año litúrgico en la iglesia católica, La Cuaresma, su Santidad el Papa Benedicto XVI termina su Pontificado. En un momento tan próximo a la conmemoración de la crucifixión de Jesús, el 264 sucesor de Pedro, quien también murió crucificado pero de cabeza, decide bajarse de la cruz tras guiar a la iglesia universal durante 7 años, 10 meses y 9 días. Una determinación insólita, que lo libra de los clavos pero lo crucifica ante la opinión pública.
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En vísperas de uno de los periodos más importantes del año litúrgico en la iglesia católica, La Cuaresma, su Santidad el Papa Benedicto XVI termina su Pontificado. En un momento tan próximo a la conmemoración de la crucifixión de Jesús, el 264 sucesor de Pedro, quien también murió crucificado pero de cabeza, decide bajarse de la cruz tras guiar a la iglesia universal durante 7 años, 10 meses y 9 días. Una determinación insólita, que lo libra de los clavos pero lo crucifica ante la opinión pública.

Las preguntas son inevitables, su verdadera corona de espinas. ¿Puede realmente la cabeza de la Iglesia dejarla acéfala y a tantos millones de católicos huérfanos de Padre? ¿Es el servicio a Dios y a la Iglesia un puesto del que se pueda dimitir en un momento tan critico para la institución? Se puede dejar de ser representante de Dios en la tierra y abandonar la barca en un momento de tantas aguas turbulentas. Aparentemente poder se puede, la historia ya tiene casos de Papas que lo hicieron, la cuestión es si debe o cuáles han sido los verdaderos motivos que le han obligado a tomar una decisión de estas características. El papa dijo: "Le he pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me iluminase con su luz para hacerme tomar la decisión más justa no por mi bien, sino por el bien de la Iglesia. He hecho todo esto en la plena conciencia de su gravedad y también novedad, pero con profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener la valentía de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no de nosotros mismos".

Y quizá por encima de su estado de salud o su avanzada edad para continuar el ministerio petrino, en esa frase de "tener la valentía de tomar decisiones difíciles o sufridas..." esta parte del motivo de su renuncia. Cada día, en efecto, aparecen nuevas revelaciones de que varias personas dentro de la Iglesia supieron con antelación que el Papa iba a dimitir. Algunos incluso le dieron un año de vida como pontífice. Si esto llegara a comprobarse explicaría mejor que nada todo el tsunami que ha sacudido al Vaticano durante los últimos meses.

Los últimos días de los pontificados de sus antecesores no pueden haber pasado desapercibidos al teólogo alemán. No cuando en la Santa sede, ante el olor a nuevo papa, comienza a ponerse en segundo plano el nombre de Dios para hacer prevalecer el "nombre de la rosa". La trama de traiciones y luchas de poder que siempre han marcado la designación del nuevo sucesor de Pedro y que lejos de la pompa y magnificencia que quieren imprimir los actos públicos, en privado, convierten las galerías del Vaticano en un nido de víboras por las mismas reyertas entre cardenales.

Si los frescos de Miguel Ángel o de Rafael pudieran hablar, muchos de los purpurados aseguran que estos representarían puñales afilados y frascos de ponzoña. Un lugar y un momento que hacen que incluso como católicos nos cuestionemos si Jesús realmente ha planeado una dinastía apostólica de carácter corporativo, basada en la sucesión de poderes. Pero eso es harina de otro costal. Él mismo que pide a gritos que la Iglesia católica corra a la par de los tiempos y se acerque a sus fieles.

Ratzinger lo intentó pero no pudo. A pesar del empeño que puso en tratar de sanar las heridas de la Iglesia, el mensaje de Benedicto siempre quedó bajo la sombra de su frío estilo personal. Benedicto no fue el Papa popular que recorrió el mundo ni la estrella de los medios de comunicación como Juan Pablo II, al que tuve la oportunidad de acompañar en al menos siete viajes papales. Fue un maestro y teólogo de poco hablar y con una mente inquisitiva. En sus viajes al que también pude acompañar en un par de ocasiones, ponía grandes dosis de intento, pero su propio carácter lo frenaba y su imagen simplemente, no calaba entre los fieles como su antecesor, que aún en las peores condiciones de salud, levantaba olas de multitudes deseosas de acercarse al sucesor del pescador, pero sobre todo al hombre.

Y es que desde luego no lo tuvo fácil. Teniendo como misión reavivar el cristianismo en una Europa secularizada, se topó con una olla que nadie había querido destapar y que le obligaría a purgar la Iglesia de un escándalo de abusos sexuales que le estalló en las manos.

Desgraciadamente, nunca tomó medidas contra los curas y obispos pedófilos y las miles de víctimas se sintieron traicionadas cuando se ocultaron los abusos o se trasladaron a los culpables a otros cargos donde siguieron abusando de menores. Eso aunque duela es una realidad... y pesa. Sobre todo cuando te sientes acorralado, solo y con el peso sobre unas debilitadas espaldas que hace tan solo meses tuvieron también que soportar el doloroso peso de la traición de su propio mayordomo quien fue hallado culpable por un tribunal del Vaticano de robar documentos personales del pontífice para dárselos a un periodista.

Estos desafortunados hechos y el conocimiento de la "finanza canalla" (la coraza de corrupción y reciclaje mafioso) no solo desencadenaron posiciones encontradas entre los fieles sino monstruosas resistencias que dieron vía libre al molinete de las maquinaciones.

Hoy Benedicto XVI deja a muchos huérfanos confiado de que "la barca de la Iglesia no es mía, ni vuestra, es suya", es de Dios, y que está, por lo tanto, en buenas manos. Ojalá esté realmente en las manos de Dios.

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