Los fantasmas de Afganistan

n mis viajes por el mundo en busca de la noticia, me he encontrado con casi todo tipo de personajes y situaciones que me han obligado a reflexionar, reaccionar y a veces, como en este caso a elevar mi voz en forma de libro para que otras sean escuchadas.
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En mis viajes por el mundo en busca de la noticia, me he encontrado con casi todo tipo de personajes y situaciones que me han obligado a reflexionar, reaccionar y a veces, como en este caso a elevar mi voz en forma de libro para que otras sean escuchadas.

Fue así como surgió la idea de comenzar a escribir sobre miles de mujeres que caminan por delante de sus sombras, obligadas a vivir como si su cuerpo no existiera. A las que confinadas en una prisión azul, son castigadas a asomarse al mundo por las rendijas de un burka. Aquellas, que arrastran su condena por el simple hecho de haber nacido mujer, como el viento arrastra las hojas en el otoño.

Para nuestra mentalidad y nuestra cultura resulta incomprensible, casi obsceno, pensar que en algún rincón recóndito del planeta, aún haya mujeres, seres humanos, que están obligadas a vivir sin risas. Mujeres sin voluntad que son dominadas a golpe de látigo y para las que amar es un castigo. Para nuestra sensibilidad , es casi imposible aceptar que aún hoy, en el siglo XXI , los derechos más fundamentales del individuo quedan reducidos a cenizas en un país donde un animal tiene más derechos que una mujer.

En las semanas contiguas al 11 de septiembre del 2001, muchos aprendieron a situar Afganistán en el mapa. Un lugar olvidado, sumido en el tiempo y marcado por el terror de las continuas guerras y la tiranía del más demoledor de los regimenes: Los Talibán.

Durante la época de la monarquía las mujeres tenían teóricamente los mismos derechos que los hombres, la educación era obligatoria para todos e, incluso, desde el Gobierno se hicieron campañas contra el hecho de que las mujeres llevaran el velo islámico . Después, sin embargo, con la ocupación soviética (1979-1989) y, posteriormente, con la dominación de los jehadis (1989-1996) y los talibanes (1996-2001), la mujer se convirtió en un arma de guerra, sin ningún tipo de derecho. Ni siquiera, los más fundamentales.

Es curioso comprobar que la gran mayoría de la población de este país profese ser seguidora del Islam. El mismo Islam que hace 1400 años, demandaba que hombres y mujeres debían ser iguales ante Dios y tener absolutamente los mismos derechos a los ojos de la ley del hombre y la ley divina... Derecho a elegir su propio destino, a votar, a trabajar y a seleccionar sus propias parejas para casarse. Sin embargo, en una interpretación desquiciada y despiadada, esos pupilos de Alá se quedaron ciegos. Durante el régimen Talibán estos derechos les fueron denegados violentamente por decreto gubernamental o por sus propios padres o hermanos.

Confinadas en una prisión azul que les impide la visión lateral y solo les permite ver a través de pequeñas celdillas , miles de mujeres profesionales se vieron condenadas a quebrar sus alas y arrastrar su pies en silencio para evitar ser torturadas o asesinadas sin ninguna misericordia. Se les impidió leer, escribir, ir a un doctor, oír música, reír, hablar en público o salir de sus casas sin la presencia de un varón, aunque este solo tuviese tres años y fuese su propio hijo. Las ventanas de sus hogares por las que algún dia entraban los rayos del sol, fueron cubiertas de pintura o cortinas negras para aislarlas del exterior y en ocasiones, aún siendo niñas, fueron entregadas para saldar una deuda o vendidas por unas cuantas monedas. Este fue su legado.

Tras la llamada "Guerra contra el terror" por parte de EEUU y sus aliados y el derrocamiento de los Talibán, se llegó a pensar o nos hicieron creer que las mujeres volverían a ser libres. Sin embargo, ese paso a la libertad solo pudieron darlo quienes viven en la capital o en alguna de las grandes ciudades. El Afganistán rural, el 84%, del país, sigue estando en manos del pasado y las mujeres atadas a el. Esa es la triste realidad.

Se habla de libertad pero su libertad las condena. Alzar demasiado la voz puede significar callar para siempre. Sin embargo, sigue habiendo valientes. Las mismas que en la clandestinidad y con una condena a muerte si eran descubiertas, mantuvieron la esperanza de que las niñas no dejaran de leer o escribir.

Las que esforzándose por sobrevivir bajo el látigo del verdugo, hicieron de su propia desgracia un legado de esperanza contando al mundo su odisea. Yo he querido escucharlas y la tinta de mi pluma en mi próximo libro no es más que su propia voz dibujada en historias que reflejan su mundo. Un mundo al que desde la comodidad de nuestros hogares no deseamos asomarnos. Pero existe. Y mi aportación a su causa que no es más que la nuestra, será este libro del que ahora conocéis la sinopsis. Ojala algún día no se considere un privilegio escapar de sus cárceles de tela o sentir el viento en su rostro o su piel contra la piel de sus hijos.... Para todas ellas, a las que volvieron a la vida y a las que siguen siendo fantasmas....Los fantasmas de Afganistán.

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