Viento revuelto en el Istmo

"Tiene aire tu cabeza", dice la gente del Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, cuando alguien tiene muy revuelto su pensamiento. La cintura del país es una de las zonas con más corrientes eólicas en el mundo. De día y de noche el viento golpea puertas, ventanas y árboles, produciendo un ruido rítmico y cautivador, como el que hacen las olas del mar. Los vendavales más fuertes empiezan a principios de noviembre y culminan hasta enero "cuando deja de gustarte el viento, porque ya lleva mucho tiempo con su desmadre", dicen los pobladores.
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"Tiene aire tu cabeza", dice la gente del Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, cuando alguien tiene muy revuelto su pensamiento. La cintura del país es una de las zonas con más corrientes eólicas en el mundo. De día y de noche el viento golpea puertas, ventanas y árboles, produciendo un ruido rítmico y cautivador, como el que hacen las olas del mar. Los vendavales más fuertes empiezan a principios de noviembre y culminan hasta enero "cuando deja de gustarte el viento, porque ya lleva mucho tiempo con su desmadre", dicen los pobladores.

Éste es el motivo por el cual grandes empresas generadoras de energía eólica tienen intereses en la zona. La fuerza de la naturaleza para ellas es una mercancía. El aire produce ganancias: ¡bingo! Sin embargo, (para las empresas) hay un problema, y es que esas regiones están habitadas --ancestralmente-- por comunidades y pueblos indios. Por ello, para algunos no es sorpresa que las asambleas de estos pueblos recientemente hayan denunciado que grupos de choque "usaron armas de fuego, palos y estacas para amedrentar" a quienes se manifestaban en contra del despojo de sus tierras.

Hace unos días, la Organización Meteorológica Mundial (OMM), en voz de su secretario general, Michel Jarrand, declaró que "aunque pudiéramos parar de un día para otro las emisiones [de dióxido de carbono, metano y protóxido de nitrógeno], la concentración actual seguirá teniendo efectos durante siglos". Es decir, está claro que el mundo se encuentra en un punto de quiebre casi irreversible. Y en ese sentido, es verdad que debemos preocuparnos por gestar otras formas y otros medios para generar energía.

El imperativo actual debería ser imaginar el todo, ya completo y terminado. Resolver sólo parcial o temporalmente los problemas que nos aquejan a todos es una inocencia casi criminal. Por ejemplo, con un pequeño molino de viento --un poco más grande que un ventilador de casa, colocado a una buena altura (es decir, una que permita alcanzar la velocidad de metros por segundo apropiada)--, un hogar podría abastecerse de una parte significativa de su consumo energético.

Desafortunadamente, si todos pusiéramos un molino de viento en nuestras azoteas, ocasionaríamos una crisis medioambiental. Y esto es algo más o menos sencillo de entender si tomamos en cuenta que uno no puede intervenir en un sistema, en un circuito o en un flujo sin ocasionar cambios; en este caso, daños. Ahora imagínense eso a gran escala. Las empresas quieren poner miles de aerogeneradores (con 30 metros de diámetro y hasta 100 metros de altura) en una de las principales rutas migratorias de aves en el planeta.

Estudios de impacto medioambiental han demostrado que no sólo las aves resultan afectadas (son despedazadas por las palas de los molinos), sino que a su vez lo son las corrientes marinas, y con ello el correspondiente perjuicio a peces, tortugas y a la fauna marina del Golfo de México. Asimismo, los rotadores de los aerogeneradores derraman en la tierra el aceite necesario para su lubricación, contaminando las tierras y volviéndolas improductivas. Hay, por ende, despoblamiento y una desmantelación cultural y social.

En ese marco, es posible comprender el enojo y la razón de los pueblos istmeños que han afirmado que: "No queremos ya ningún tipo de trato con las empresas ni mucho menos negociar alguna situación. No. El día de hoy estamos en la firmeza de que se vayan de nuestro pueblo, nuestra tierra, nuestros mares, de nuestros cerros, que se vayan definitivamente de nuestro territorio istmeño".

Lo anterior es un botón de muestra. Es momento de romper las migajas teóricas, económicas, políticas y científicas que nos hacen suponer que no hay otra forma de organizar nuestra vida en el mundo. Que hay que resignarnos a la sistemática violación de los derechos humanos, individuales y colectivos, y al irreparable daño que se le hace a la Tierra. Romper las migajas significa enfrentar el desafío constructivo para vivir bien, no para tener más a costa de lo que sea.

Que no se llenen de aire las cabezas. Hay dos preguntas fundamentales que hacerse: ¿qué queremos? y ¿qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlo?

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